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'¡Crucemos a la otra orilla! El diálogo y el cambio de la vida consagrada', Luis Alberto Gonzalo Díez, en Editorial Perpetuo Socorro
Mis felicitaciones para Beatriz Fernández Pecci, diseñadora de la portada del nuevo libro que, con el título de “¡Crucemos a la otra orilla!”, acaba de publicar la Editorial Perpetuo Socorro. “El diálogo y el cambio de la vida consagrada” es su subtítulo.
Su autor es Luis Alberto Gonzalo Díez “misionero claretiano, Doctor en Teología, Especialista en Vida Consagrada, Profesor en la Universidad Pontificia de Salamanca y director de la “Revista Vida Religiosa”, que imparte con regularidad ponencias en las conferencias de religiosos de América y Europa, con un buen puñado de libros propios en su haber.
Beatriz, la diseñadora de la portada, redacta en la misma algo así como el prefacio de las 314 páginas del libro, presidida por unas gafas, que no pueden ser otras que las de Dios, al plantearse -ver y contemplar- el problema que afronta Luis Alberto y que, en síntesis, resume en su dedicatoria, de la siguiente manera:
”Este libro está dedicado a todos los consagrados, hombres y mujeres anónimos que creen en su vocación y hacen de cada día un relato de la cercanía de Dios con la humanidad. Porque no se pierden en grandes proyectos llenos de “egos” y porque tienen su vida apoyada en el Espíritu. Han sido capaces de ver a Dios en el consuelo y la palabra de esperanza, en la sonrisa de un débil o en el pequeño triunfo de quien no sabe hablar de derrotas, cuidando el instante y creyendo en un mañana mejor. Son personas honestas que en donde están, crean hogar sin exclusiones ni medias verdades y sin parcelas privadas”.
Respecto al tema de la “Vida Consagrada” queda mucho por aprender hoy entre los cristianos. Se sabe poco, muy poco, de ella. Y además, cuanto se sabe, suele ser bastante incorrecto y absurdo, hasta haber alcanzado muchos el convencimiento infeliz de que hoy no tiene sentido, y de que fuera un lujo que se permitiera la Iglesia en tiempos pretéritos y suculentos en clericalerías, lo que explica en parte el éxodo tan patente de monjes, monjas, religiosos y religiosas que amenazan con borrar los nombres de sus conventos de los mapas de pueblos y ciudades.
“Mirada para abrir el diálogo y el cambio de la vida consagrada de este siglo”, preside el ábside del libro de Luis Alberto, doctor eximio y laureado en estas materias y en las ciencias de la vida cristiana y en cuyo índice destacan todos los capítulos redactados bajo la férula de “Atrevernos a mirar”, con su proyección correspondiente “a la realidad, a la otra orilla, la debilidad, la comunión la misión, los afectos, a las personas, las estructuras , los tiempos, la palabra, la esperanza y, sobre todo, a los jóvenes”.
Un buen libro para consagrados y ”consagrables”, para leerlo cuanto antes, detenidamente y con el santo temor de que sigan cerrándose aún más los conventos y casas de contemplación. En marcha A muchos -jerarquía y laicos, superiores y superioras – “se les ha parado el reloj”, que hay que poner en marcha en fiel consonancia con el día y la hora que marcan los tiempos.
"Somos ojos, pies, oídos, manos, alma, vida y corazón de Jesús. Resulta ser tan obvia esta verdad, que no es de extrañar que en la iconografía sagrada no haya constancia de que ni Él, ni sus Apóstoles, ni ningún santo o santa, religioso o laico, aparezca con gafas"
Dios no tiene gafas. Se las cedió a quienes son y ejercen de criaturas y más a las signadas con el óleo y las aguas del santo Bautismo. Somos ojos, pies, oídos, manos, alma, vida y corazón de Jesús. Resulta ser tan obvia esta verdad, que no es de extrañar que en la iconografía sagrada no haya constancia de que ni Él, ni sus Apóstoles, ni ningún santo o santa, religioso o laico, aparezca con gafas.
¿Que hubiera sido un anacronismo? En la Iglesia hay muchos. Y además, hay clara constancia de que ya en el año 1286, los frailes franciscanos Alejandro de la Espina y Roger Bucón, precisamente en Murano , célebre por su cristal, comenzaron a hacer uso de este aditamento ocular, del que fuera uno de sus usuarios el poeta Petrarca allá por el año 1350. Al todopoderoso, pero cecuciente, papa León X, de la noble familia de los Médici, Rafael lo pintó con gafas.
Y es que “para salir, encontrar, contemplar, transformar y cambiar la vida”- también la contemplativa-, es indispensable hacer uso del último tipo de gafas, porque solo con ellas -las de Dios- podremos verlo y vernos de verdad en esta vida y también en la otra. Por cierto que,” a contemplativos y contemplativas, también les falta un abrazo a tiempo “;”Hay calor si hay brasas” (pp. 53 y ss.) Y “¿por qué no creamos algo nuevo?” “Mañana hará buen tiempo”.
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