'Nuestras lágrimas' de David Runcorn en Narcea Háblame de tus lágrimas

Nuestras lágrimas: un lenguaje olvidado
Nuestras lágrimas: un lenguaje olvidado

"Jesús practicó este ministerio salvador, por ejemplo, en la muerte de su amigo Lázaro, y permitió que otros y otras lo imitaran, como en el caso de la Magdalena…"

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La historia de la redacción  del libro “Nuestras lágrimas” es así de limpia, de transparente y tranquila: “El libro nace de la invitación que le hicieron al autor :¡Háblame de tus lágrimas”. En él nos cuenta sus propios descubrimientos  e invita a los lectores a reconocer  la existencia y la riqueza  del lenguaje de las lágrimas. Estas, al igual que los manantiales y los arroyos  en el mundo natural,  dan forma al paisaje  de nuestras vidas”.

David Runcorn, sacerdote anglicano  de Gloucester, profesor de Teología Pastoral, escritor de libros de espiritualidad, y “constructor” de equipos y comunidades, es su autor. En este nuevo libro –“fascinante y original”-  su autor busca “recuperar el don, el   misterio y el significado de las lágrimas humanas, y en él se entrelazan  biología, cultura, historia  química, religión, espiritualidad, temperamento, emoción y literatura, para explorar la riqueza  perdida que es el lenguaje de las lágrimas”. La condición de “casado y con hijos” del pastor anglicano le confiere una buena parte de la autoridad que manifiesta poseer, tanto en el planteamiento, como en la redacción de  libro de tanto interés y de necesidad de ser respuesta adecuada para muchos y muchas.

Nuestra lágrimas (Narcea)

Con el subtítulo de “Un lenguaje olvidado”, y sus 166 páginas, bien confeccionadas y de fácil lectura, la editorial  Narcea, en su colección “Espiritualidad”, acaba de proporcionarnos la bella y sorprendente posibilidad de entreabrirnos las puertas de  parte del misterio de toda una desconocida “enciclopedia” del lenguaje humano y divino con el que entendernos entre sí y con Dios, de manera inequívoca, expresiva y elocuente.

Sabemos poco de lágrimas

Porque, con toda honradez hemos de reconocer que, de lágrimas, y su  firme y enternecedora capacidad de relacionarnos y formar comunidad y familia, sabemos poco. Muy poco. Casi nada. Apenas si pasamos de la definición biológica que nos dicta el diccionario  definiéndolas como “cada una de las gotas  acuosas  que segregan  las glándulas  situadas entre  el globo ocular  y la órbita”, viéndonos obligados a relacionarlas como máximo, con las popularmente  llamadas “lágrimas de cocodrilo”, por lo de la hipocresía, falta de veracidad y exceso de ternurismos que algunas  conllevan, con el propósito de alcanzar lo que no es legítimo hacer con el ejercicio de la voluntad y del pensamiento, funciones inherentes a la condición de personas.

Las lágrimas dicen y expresan lo que somos y queremos ser todos y cada uno de nosotros hacia dentro y hacia fuera. En relación con Dios y con los demás. Las lágrimas son espejos. Examinarlas, y consentir que nos las vean y  examinen los otros, es tarea eminentemente educadora para ambos y para la colectividad. Sin lágrimas no es posible la vida. Ni la convivencia. Ni el dolor y, por demás, ni las alegrías.

Las lágrimas están cortejadas por multitud de palabras que manifiestan con detalles y veracidad la autenticidad de su contenido, así como la necesidad de ser “pronunciadas” cuando sea menester. De entre ellas, elegimos estas: “Romper a llorar, derramar, nudo en la garganta, sollozar,  mar de lágrimas,  una buena llorera,  deshacerse en lágrimas,  como una Magdalena, a lágrima viva, llorar como un niño…(Eso de que los hombres no lloran” es falsa y fantasmagórica reliquia de un machismo incapacitado de por sí para expresar y expresarse lo que realmente se es y se debe ser. Además de una “machada”, es una mentira)

El recorrido por el índice del libro de “Narcea”, -nombre de río-  hasta llevarnos a desvelar el misterio de las palabras de Jesús: “Quien cree en mí… de  sus entrañas manarán ríos de agua viva”, el itinerario es así de frondoso, transparente  y fecundo: “Háblame de lágrimas, “Para los que no tienen lágrimas, “Las lágrimas de un sacerdote, “Hombres, mujeres y lágrimas, “El lenguaje de la vida, “Signo y síntoma, “Las lágrimas de Dios, “Junto a los canales de Babilonia, “Los que sembraban con lágrimas cosecharán entre cantares,”Escuchando nuestras lágrimas…       

Y ahora, y después de saber algo más sobre las lágrimas, a afrontar su práctica con lealtad, penitencia y santo evangelio. Jesús practicó este ministerio salvador, por ejemplo, en la muerte de su amigo Lázaro, y permitió que otros y otras lo imitaran, como en el caso de la Magdalena…

Dios recoge nuestras lágrimas y conserva su registro con sus correspondientes circunstancias de lugar y de tiempo… “Alimentarse con pan de lágrimas”  es tarea eminentemente cristiana, pero siempre y cuando tales lágrimas lo sean también de esperanza... (Se cuenta que en la Inglaterra victoriana  los lacrimatorios o botellas de lágrimas, se conservaban  como señales de luto y fiel expresión   de honra y recuerdo).

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