Comentario al Evangelio del 25º Domingo del Tiempo Ordinario Ojea: “La avaricia es una forma de idolatría”

Monseñor Oscar Ojea
Monseñor Oscar Ojea

“No es igual la corrupción que cualquier pecado, porque la corrupción es un estado, un estado con una cierta estabilidad en el mal”

“El Señor nos invita a poder emplear todo nuestro talento, nuestra capacidad para hacer el bien y no tener miedo de poner en función del bien toda esa rapidez que tenemos para los negocios del mundo”

“Que no podamos creernos que el dinero que pasa por nuestras manos es solo para nosotros y para nuestro interés”

En el vigésimo quinto domingo del Tiempo Ordinario, el obispo emérito de San Isidro, Oscar Ojea, inició su comentario evangélico recordando que “el Evangelio de este domingo nos trae la parábola del administrador deshonesto. Un hombre rico tenía un campo grande y se entera de que el administrador lo defrauda. Entonces lo quiere despedir, pero este piensa que no quiere trabajar después de ser despedido. Entonces hace un arreglo con los deudores de su patrón para que puedan firmar que deben muchísimo menos de lo que en realidad deben. Así es la corrupción, nunca la hace una persona sola, sino que requiere siempre de secuaces. En este caso, de estos deudores que también se unieron a este complot del administrador deshonesto”.

Administrador infiel

La corrupción es un estado

En palabras de Ojea, “podemos decir que la corrupción obra en comunión. No es igual la corrupción que cualquier pecado, porque la corrupción es un estado, un estado con una cierta estabilidad en el mal. Y aquí se ve clarísimo”. Sin embargo, mostró el obispo argentino, “el patrón pondera la habilidad, Dios pondera la habilidad del administrador deshonesto. Porque si nosotros pudiéramos emplear esa habilidad y hacer el bien con ella. Por ejemplo, si nosotros pudiéramos ser astutos como serpientes y prudentes como palomas, como nos dice el evangelio, no negar hacer el bien con inteligencia”.

Ojea puso como ejemplo a “un sacerdote extraordinario, el padre Nicolás Michaelkevik, un gran apóstol en el Tigre. Cuando quebró la fábrica de Formio en el Tigre, quedaron muchísimos isleños sin trabajo. El padre buscaba la manera de poder ayudar a toda esta gente trayéndole animalitos para que pudieran criar, buscando semillas para que pudieran tener huertos, buscando modos. Pensaba en ellos, los tenía presentes en la oración y al mismo tiempo tenía una gran habilidad. Desde su lancha, él iba visitando a las familias, iba proponiendo una cantidad de salidas para que pudieran vivir”. A partir de ese hecho, afirmó que “somos administradores de los bienes que Dios pone en nuestras manos. La avaricia es una forma de idolatría”.

“El otro día decíamos que por algo los ídolos son de oro, porque en realidad el dinero es un ídolo. Y en este caso el administrador deshonesto empleó todo su talento para poder hacer el mal”, señaló Ojea. Ante ello, el obispo dijo que “el Señor nos invita a poder emplear todo nuestro talento, nuestra capacidad para hacer el bien y no tener miedo de poner en función del bien toda esa rapidez que tenemos para los negocios del mundo”. El Señor nos llama a decir, según Ojea: "¿Por qué no como si nos dijera, ¿por qué no son rápidos como lo son para otras cosas? ¿Por qué no utilizan esa misma rapidez cuando se trata del servicio, del amor al prójimo, de poder juntos sacar adelante un país? De poder llevar adelante un diálogo, de poder crear puentes, crear relaciones nuevas, relaciones transformadas. ¿Por qué no emplear la inteligencia en función de estos grandes bienes?

Los tesoros están en los bolsillos de mis amigos

En sus palabras recordó la historia de Alejandro Magno, ese gran conquistador, antes de morir le preguntan, "¿Dónde están tus tesoros?" Según el obispo, “aquellos que lo atendían querían saber dónde estaban sus tesoros, los que había acumulado a lo largo de sus conquistas. Y Alejandro Magno les responde: ‘Están en los bolsillos de mis amigos’. En realidad, somos administradores de los que Dios pone en nuestras manos”.

El obispo pidió “que podamos administrar bien, que no podamos creernos que el dinero que pasa por nuestras manos es solo para nosotros y para nuestro interés. La avaricia es la raíz de todos los males. Que el Señor nos libre y nos proteja de ella y nos enseñe a ser astutos para poder percibir dónde está la corrupción, dónde está el demonio entrando por ese bolsillo y dónde está la honestidad del cristiano, de la cristiana que quiere poner sus bienes del modo más hábil y astuto al servicio de los hermanos y los hermanas”.

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