Ambrosio de Milán

Cuando su padre falleció, siendo todavía un adolescente, su madre lo llevó a Roma, para prepararlo para la carrera civil. Recibió una sólida educación retórica y jurídica.
Hacia el año 370 lo encontramos en Milán. En esta ciudad se libraba un gran enfrentamiento entre ortodoxos y arrianos. Ambrosio a pesar de no ser más que un catecúmeno intentó por todos los medios pacificar ambas facciones con tal suerte que el pueblo lo aclamó obispo. Él se opuso enérgicamente por lo que tuvo que intervenir el emperador para que aceptara. En el plazo de una semana, recibió los sacramentos del bautismo y del orden por lo cual ya no había impedimento para su consagración episcopal.
Inmediatamente se puso a estudiar las Sagradas Escrituras con empeño y entusiasmo con tal suerte que ha sido uno de los grandes comentaristas de las mismas. Fue un enamorado de Cristo, decía:
“Cristo lo es todo para nosotros. Si quieres curar una herida, él es el médico; si estás ardiendo de fiebre, él es la fuente; si estás oprimido por la injusticia, él es la justicia; si tienes necesidad de ayuda, él es la fuerza; si tienes miedo a la muerte, él es la vida; si deseas el cielo, él es el camino; si estás en las tinieblas, él es la luz. (...) Gustad y ved qué bueno es el Señor. Bienaventurado el hombre que espera en él”.
El inquieto San Agustín, que fue como profesor a Milán y que acudía con frecuencia a escuchar a Ambrosio, comenta que más que sus homilías, que apreciaba mucho, dice que lo que más admiraba era la forma de rezar y cantar de los cristianos en la iglesia y cuando iba a visitar al obispo era verlo siempre rodeado de numerosas personas llenas de problemas, por quienes se desvivía para atender sus necesidades. Siempre había una larga fila que esperaba hablar con San Ambrosio para encontrar en él consuelo y esperanza. Cuando Ambrosio no estaba con ellos, es decir, con la gente (y esto sucedía en pocos momentos de la jornada), era porque estaba alimentando el cuerpo con la comida necesaria o el espíritu con las lecturas.
Murió en Milán en la noche entre el 3 y el 4 de abril del año 397. Era el alba del Sábado Santo. El día anterior, hacia las cinco de la tarde, se había puesto a rezar, postrado en la cama, con los brazos abiertos en forma de cruz. Así participaba en el solemne Triduo pascual, en la muerte y en la resurrección del Señor.
La lectura de sus escritos es de una gran riqueza teológica y espiritual. Os recomiendo su lectura. Texto: Hna. María Nuria Gaza.