Adviento...
Levantemos la cabeza
Estamos impidiendo que la vida, el mundo, la Iglesia evolucione
Construir, sea como sea que utilicemos esta palabra, no es fácil.
Cualquier construcción requiere tiempo, paciencia, supone asumir una serie de riesgos, aciertos y desaciertos antes de alcanzar la meta propuesta. Los ejemplos del esfuerzo que significa cualquier construcción los podemos hallar en muchos ámbitos y comprenderlos de modos diversos, pero en todos ellos se sobrentiende el esfuerzo físico, mental o espiritual que comporta una construcción.
Destruir o arruinar, en cambio, es más fácil, porque sólo requiere la existencia, un trabajo, un esfuerzo previo. Y por este motivo siempre son más numerosas las críticas a lo ya realizado, que las aportaciones clarificadoras y enriquecedoras ante una construcción, analizando los puntos positivos o negativos que se van a presentar en el camino.
Es verdad también que en ocasiones la destrucción es necesaria, sólo derribando lo existente se podrá construir de nuevo algo mejor, más adecuado al hoy, mejor portador de vida nueva, pero siempre se debe analizar cómo utilizar lo ya existente y sin copiarlo, saber extraer la vida, lo positivo, que encierra.
Por esto, son verdaderos constructores aquellos que saben utilizar en las obras nuevas, algunos elementos antiguos para darles nuevo esplendor, adecuando al hoy lo que se construyó ayer y aún puede servir.
Pero cuando nos aferramos a todo aquello que ayer sirvió y nos ayudó, y queremos mantenerlo en pie sin mejor argumento que creer que si fue válido ayer lo será hoy y mañana, estamos impidiendo que la vida, el mundo, la Iglesia evolucione buscando cual ha de ser su modo de actuar en cada circunstancia y poder afirmar que ha colaborado en la construcción de un mundo, una sociedad más estable, más rica en todos los aspectos, donde la paz, la comprensión, la hermandad es posible y nos acerca así a todos hacia Dios que nos ama.
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