Pentecostés... Danos Señor tu Espíritu

Danos Señor tu Espíritu
Danos Señor tu Espíritu

Jesús “exhala su aliento” sobre nosotros, nos da su paz, la alegría verdadera con la que el cristiano puede ser “algo de sal de la tierra y luz del mundo”. Es hora de abrir el corazón al amor de Dios y dejarse conducir por el Espíritu Santo que habita en nosotros.

El tiempo pasa y a veces parece que pase volando. Hace nada celebrábamos la Pascua de Resurrección y por delante litúrgicamente teníamos cincuenta días hasta Pentecostés y llegó ya el día de celebrar la Venida del Espíritu Santo. “…Entra hasta el fondo del alma, divina luz y enriquécenos…”

“…entró Jesús, se puso en medio y les dijo: “Paz a vosotros”. Y, diciendo esto, les enseño las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: “Paz a vosotros”. Como el Padre me ha enviado, así también os envió yo. Y, dicho esto, exhalo su aliento sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos”. (Jn 20, 19-23).

Jesús “exhala su aliento” sobre nosotros, nos da su paz, la alegría verdadera con la que el cristiano puede ser “algo de sal de la tierra y luz del mundo”. Es hora de abrir el corazón al amor de Dios y dejarse conducir por el Espíritu Santo que habita en nosotros.

La secuencia de Pentecostés, es una profunda oración que nos puede acompañar y guiar en la vida de cada día, fortalecernos en la fe. Abramos el corazón al amor de Dios ¡Danos Señor tu Espíritu que renueve nuestro corazón! ¡Feliz Pentecostés cada día!

Ven, Espíritu Divino manda tu luz desde el cielo.  Padre amoroso del pobre; don, en tus dones espléndido; luz que penetra las almas; fuente del mayor consuelo.

Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma, divina luz y enriquécenos.

Mira el vacío del hombre, si tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento.

Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo, doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero.

Reparte tus siete dones, según la fe de tus siervos; por tu bondad y tu gracia, dale al esfuerzo su mérito; salva al que busca salvarse  y danos tu gozo eterno. Amén.

Etiquetas

Volver arriba