No podemos comprometernos a algo, si no pensamos cumplirlo… Decir sí, sin límites

Decir sí, sin límites
Decir sí, sin límites

Decir sí a todo ello, al trabajo, a las personas con las que convivo, al propio compromiso de vida con la gente y con Dios… no es únicamente un trámite, sino que es algo con mucho más valor de lo que a veces parece cuando vemos vivir a determinadas personas.

En nuestra vida hemos tenido que decir sí en muchos momentos. Desde que tenemos uso de conciencia hemos ido caminando por todos los rincones haciendo opciones, y cada una de estas opciones han estado marcadas por ese sí inicial. ¿Qué he de hacer ahora? ¿por qué estudios me decantaré? ¿Cómo afrontar esa situación concreta? ¿Qué hago con mi vida?... son muchas de las cosas que se nos presentan y hacemos frente.

Decir sí a todo ello, al trabajo, a las personas con las que convivo, al propio compromiso de vida con la gente y con Dios… no es únicamente un trámite, sino que es algo con mucho más valor de lo que a veces parece cuando vemos vivir a determinadas personas.

No podemos comprometernos a algo, si no pensamos cumplirlo… y no puedo decir sí a Dios, si después sólo me dedico a mi espacio, a mis propias necesidades o como mucho, a aquellas necesidades que me comprometen muy poquito. Decir sí, es comprometerse cien por cien, no a medias. A veces me superan actitudes de no dar todo lo que se podría hacer, por miedo, por falta de ganas o porque seguir diciendo sí me puede quitar mi comodidad.

Dios toca los corazones y si lo hizo una vez no creo que lo tengamos tan distanciado o congelado, quizás no se ha sabido ver o no se ha enfocado bien, quizás sí sea la parálisis por el miedo a no saber hacer, pero para ello tenemos una gran herramienta, que es la oración. Ponernos delante de Dios para orar, para discernir qué quiere Dios de nosotros… y a lo mejor, no seremos nosotros los que seamos capaces de hacer muchas cosas, pero sí deberíamos de ser aquellos que faciliten el camino para que, quien se vea con la capacidad pueda realizarlo.

No cerremos senderos a aquellos que sienten la llamada de Dios a “dar la vida” por el que sufre. Abramos la vida y el corazón para ser instrumentos de Dios a través de quien sea. Digamos sí a Dios con nuestra vida y no hagamos grandes cátedras de justificaciones, porque eso no sana, no ayuda al que tiene necesidad. Démonos a todos y con todas las fuerzas sin pensar en límites, y no escondamos la cabeza cuando la cosa se ponga difícil. Dios está presente y en la oscuridad de la noche no deja, siempre existe un motivo o una pequeña llama que pueda mostrar algo de luz.

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