Hacer memoria

El pueblo de Israel es un pueblo que hace memoria, aunque en muchas ocasiones su memoria es corta y no recuerda los beneficios que el Señor les ha hecho. Para refrescar su memoria Dios tiene un palo que sin hacer ruido castiga, otras veces les muestra su amor salvándolos de sus perseguidores.

Un buen ejemplo de esta continúa historia de memoria y olvido lo tenemos en el salmo 105 que se inicia con estas palabras: “Dad gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterna su misericordia” (v 1). A partir de esta exclamación de acción de gracias, narra el gran amor de Yahvé por su pueblo: “Hemos pecado como nuestros padres, hemos cometido maldades e iniquidades. Nuestros padres en Egipto no comprendieron tus maravillas; no se acordaron de tu abundante misericordia, se revelaron contra el Altísimo en el Mar Rojo. Pero Dios los salvó por amor de su nombre, para manifestar su poder. Increpó al Mar Rojo, y se secó, los condujo por el abismo como por tierra firme; los salvó de la mano del adversario, los rescató del puño del enemigo; las aguas cubrieron a los atacantes y ni uno solo se salvó. Entonces creyeron en sus palabras, cantaron sus alabanzas” (v 6-12).

Pero bien pronto este pueblo se olvidó de los favores del Señor, continua el salmo, no se fiaron de sus planes y volvieron a las andadas murmurando de la comida diaria tan aburrida, adoraron un ídolo de fundición, se quejaron de sed hasta el punto de sacar de quicio a Moisés que tuvo que sufrir por su culpa. Otras veces fue gracias a la intervención de Moisés que El Señor no los aniquiló. Así fue al largo de toda la historia del pueblo elegido por Dios.

En realidad en la historia de este pueblo, vemos reflejada nuestra propia historia. Nos caemos, nos levantamos, prometemos seguir de pie y de nuevo a tropezar. Y es que caminar por el camino de la perfección al cual nos llama el Señor andar, no es un camino de rosas, nos olvidamos de nuestros buenos propósitos y de nuevo a las andadas.

Dios que es paciente y misericordioso y un magnífico pedagogo en ocasiones nos da a saborear la amargura de nuestras erradas andanzas para que volvamos a Él. No debemos desalentarnos por tropezar en la misma piedra, por olvidar mil veces nuestros buenos propósitos porque él conoce de que barro estamos hechos (cf salmo 103). Texto: Hna. María Nuria Gaza.
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