El Mesías, rey y sacerdote

Pantocrator
El salmo 109 es de difícil aplicación y los exegetas han discutido y discuten mucho sobre a quien se atribuye. ¿A David?, no fue nunca sacerdote. Es un rey misterioso, quizás es una alegoría a un rey ideal que el pueblo de Israel cantaba en la entronización de un nuevo rey o al celebrar el aniversario de la misma.

Oráculo, palabra dicha por el Señor a mi Señor. Fijémonos que es un señor que se dirige a otro señor del mismo rango. Tiene la misma categoría. Ahí hay algo que no cuadra. Tenemos, ciertamente un salmo mesiánico. Es el ideal que los judíos esperaban de su rey, pero el rey es un ser humano con sus fallos y debilidades, no es un superman.

Entonces será que este salmo lo escribió el salmista inspirado por Dios, para designar otro tipo de señor. En este salmo la Iglesia ha visto desde siempre a Jesús y una llave para abrir el enigma es el versículo que dice: “El Señor a tu derecha, el día de su ira, quebrantará a los reyes” (v 5). Jesús con su resurrección ha sido exaltado a la gloria, sólo él ha vencido al peor enemigo: la muerte con su propia muerte, por ello el Padre lo ha sentado a su derecha, lugar de honor: “El Señor Jesús fue elevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios”. (Mc 16,19).

La lectura de la Carta a los hebreos nos ayudará a entender con más profundidad este salmo de tan rico contenido a pesar de las dificultades que presenta. Nosotros tenemos que leerlo, rezarlo y meditarlo desde la perspectiva cristiana.

“Eres príncipe desde tu nacimiento, entre esplendores sagrados” (v 3). Jesús nace como príncipe de la paz y los pastores contemplan a los ángeles cantando gloria a Dios en el cielo y paz a los hombres que ama el Señor.

“El Señor a tu derecha el día de su ira, quebrantará a los reyes” (v 5). No tenemos que tomar estas frases en sentido literal pues tendríamos un Salvador vengativo y ya no sería el Príncipe de la paz. Estos reyes no son más que los poderes del Mal, enemigo de Dios y de los hombres a los cuales quiere arrastrar hacia su reino. En la vida y muerte de Jesús hubo una lucha encarnizada entre el poder del mal y él que quería la liberación de la humanidad caída. Jesús vence a un gran precio: Tiene que beber el cáliz de la amargura, de la humillación, del dolor y de la muerte pero triunfa. Levanta la cabeza como un guerrero que lucha encarnizadamente contra el enemigo y sale al fin victorioso. Sus esfuerzos son premiados porque detrás de él se lleva a un número ingente de salvados.

“En su camino beberá del torrente, por eso levantará la cabeza” (v 7). Y esto es lo que se realiza al tercer día: Jesús resucita de entre los muertos, la muerte ya no tiene la última palabra. Nuestro dolor, nuestros sufrimientos y todo cuanto en este mundo haya de negativo quedará iluminado un día por la luz de la resurrección. Demos gracias a Dios por el don de su Hijo Jesús. Texto: Hna. María Nuria Gaza.
Volver arriba