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El ser humano pasa por diferentes etapas en su vida, de eso tenemos experiencia todos porque lo hemos vivido y lo vivimos en cada momento de nuestra vida. La alegría es una marca que no podemos ocultar, irradiamos felicidad y la expresamos a través de nuestra manera de hacer, de comunicarnos… por nuestra cara y nuestros ojos. Pero no es lo único que comunicamos a través de estos gestos, porque la tristeza también hace suyos los mismos caminos…; dicen que el rostro es el espejo del alma, y algo de razón tendrán. Pero quisiera concretar un poco más en la mirada de la persona, su mirada, esa mirada que no puede ocultar en qué momento de su vida se encuentra.
De lo que hemos de estar seguros es de que la persona es un pozo infinito de misterio, de incertidumbre, de posibilidades, de energía… y no podemos desaprovechar tanta fuerza poseída. Por eso, cuando sólo nos fijamos en lo negativo y en lo difícil que es la vida, lo complicado que se hace el camino, estamos dejando de lado lo que también tenemos entre nuestras manos, que es la vida, lo bueno, lo que somos capaces de realizar, los caminos que podemos recorrer y los descubrimientos que podemos llegar a realizar.
Nuestra vida ha de estar marcada por lo positivo, a pesar de muchas de las cosas que nos pueden venir a la mente, pero si no somos capaces de tener una mirada alegre, de comprensión, de aceptación… no seremos capaces de afrontar la mayor parte de las situaciones que se ponen delante de nosotros. La mirada ayuda a vivir de manera distinta las situaciones y las relaciones humanas. Nuestra mirada tendría que ser de cariño, de acogida, de ayuda, de naturalidad, de fuerza… de perdón y de amor. Si el camino que marcamos, que recorremos está impregnado de estas características, no cabe la menos duda que estaremos sembrando felicidad en nuestra vida y en la vida de los demás.
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