Rabí

Rabí
Maestro es aquél que saca del interior de sus alumnos lo mejor que hay en ellos.

En el inicio de curso no está mal recordar el título que los contemporáneos daban a Jesús: Rabí, maestro. El pueblo reconocía en Jesús alguien que enseñaba con autoridad. No como los maestros de la ley que les gustaba ocupar los puestos de honor en las sinagogas y los mejores puestos en los banquetes. Jesús decía a los que le seguían: “Los maestros de la ley y los fariseos son los encargados de interpretar la ley de Moisés. Por lo tanto obedecedlos y haced lo que os digan pero no sigáis su ejemplo, porque dicen una cosa y hacen otra” (Ma 23,3).

Jesús por el contrario predicaba con el ejemplo, el más significativo de ellos es el que nos narra Juan en su evangelio cuando lava los pies de sus discípulos la noche en que iba a ser entregado: “Después de lavarles los pies, Jesús volvió a ponerse la ropa exterior, se sentó de nuevo en la mesa y les dijo: ¿Entendéis lo que he hecho? Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y tenéis razón porque lo soy. Pues si yo el Maestro y Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros” (13, 13-15). Lavar los pies era la función de los siervos o de los esclavos. Jesús se hace pequeño, humilde y llevará el gesto de humillación hasta la muerte de cruz.

El buen maestro no se presentará ante sus alumnos con arrogancia sino con sencillez, como el que desea que los alumnos estén atentos a sus enseñanzas, y él está atento a sus alumnos. Es lo que decía Marie Poussepin, nuestra fundadora, a las hermanas que estaban destinadas a las escuelas: “Sed dulces sin debilidad, graves sin altivez, corregid sin cólera”. Texto: Hna. María Nuria Gaza.
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