El perfume del incienso
Tradicionalmente el salmo 140 es el salmo por antonomasia de la oración vespertina de vísperas a causa de la expresión “suba mi oración en tu presencia, el alzar de mis manos como ofrenda de la tarde” (v 2). Este salmo es la lamentación de alguien que se encuentra en peligro, abatido y como comenta Hilari Raguer, si no hay fuego el incienso no quema; por consiguiente este salmo es la oración de un creyente que con ardor pide al Señor no lo deje en los peligros que sus enemigos le tienden.
“Señor, mis ojos están vueltos a ti, en ti me refugio, no me dejes indefenso; guárdame del lazo que me han tendido” (v 8-9). Este salmista prefiere ser golpeado por los buenos antes que el odio del enemigo penetre en su interior. “Que el justo me golpee, que el bueno me reprenda, pero que el ungüento del impío no perfume mi cabeza” (v 5). Esta es también la petición que hacemos en la oración del Padre nuestro: No nos dejes caer en la tentación. Que la vergüenza de la idolatría no penetre en su interior, que nunca su fidelidad al Señor se vea empañada por la idolatría.
Pienso en los cristianos que acosados por el fanatismo del EI se sienten instigados a renunciar a su fe para salvar su vida. Tengámoslos presentes en nuestra oración. Texto: María Nuria Gaza.