Milagro... ¡Que vea!

¡Que vea!
¡Que vea!

Y así sucede, ¡Vete, tu fe te ha salvado! El milagro sucede, pasa de la oscuridad a la luz tocado por la gracia de Dios pero no se queda solo en la alegría de un deseo, una necesidad cumplida, si no que es capaz de seguirle por el camino.

El texto evangélico de Mc 10, 46-52 nos habla del encuentro del ciego Bartimeo con Jesús de Nazaret. En primer lugar, Bartimeo se encuentra “sentado junto al camino” y entre la muchedumbre, fácilmente hubiera pasado desapercibido, pero sucede que es capaz de percibir en su interior que está pasando Jesús y grita, lo llama con fuerza, se da el deseo del encuentro. Se levanta y va hacia donde estaba. Jesús se dirige a él diciéndole: ¿Qué quieres que te haga? Y la respuesta después de llamarlo “Rabbuni” (Maestro), de afirmar quien es para él, es claramente la de ¡que vea! Y así sucede, ¡Vete, tu fe te ha salvado! El milagro sucede, pasa de la oscuridad a la luz tocado por la gracia de Dios pero no se queda solo en la alegría de un deseo, una necesidad cumplida, si no que es capaz de seguirle por el camino.

Dicho texto, me lleva a querer vivir el encuentro con Jesús, primero desde la disponibilidad, que me ayude como a Bartimeo a percibirlo en mi vida, a saber que ahí está, pasando por todo lo que vivo.

Si ahora me preguntas: ¿Qué quieres que haga por ti? Veo que tendría para hablar un buen rato, porque el corazón palpita, porque hay rostros que necesitan de tu luz, fortaleza. Porque es ahora que te necesito mi Señor, ayúdame a nombrar las cegueras y en ellas dame tu gracia para ponerlas bajo tu mirada.

Un pasaje bíblico corto que ahora me habla, lleva a adentrarme en mí, a buscarte sinceramente. Hoy tengo tiempo, el de la agenda del alma que tiene sed de Dios, que busca apaciguar el alma. En el silencio que me habita te busco, te necesito Señor. Hay ganas de seguir caminando contigo, incluso si tardo en recobrar la vista, pero sé quien late en mí, quien sigue empujando en las dificultades, en el desierto, en la sequedad, también estás.

Cierro los ojos y me veo en Jericó, desde la gracia de saber que mis pies pisaron esa Tierra Santa un día y sigue incrustada a fuego en el alma. ¡Gracias Jesús de Nazaret por seguir estando en mi vida! Tu cercanía fortalece la vida y tu voz alienta ¡Ánimo, levántate!

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