Ataque contra la libertad de prensa Lilia Solano, viceministra colombiana para el Diálogo Social, expulsó del Ministerio del Interior al corresponsal de Religión Digital

Lilia Solano, viceministra colombiana para el Diálogo Social, expulsó del Ministerio del Interior al corresponsal de Religión Digital
Lilia Solano, viceministra colombiana para el Diálogo Social, expulsó del Ministerio del Interior al corresponsal de Religión Digital MinInterior

Los hechos narrados en esta crónica periodística ocurrieron el martes 6 de febrero de 2024. 

"La gente que eligió a Petro y siente que también gobierna está dispuesta a todo para que no sea cambiado su proyecto", manifestó Solano, antes de interrumpir la entrevista. 

“Acompaña al señor hasta la salida”, le dijo Lilia Clemencia Solano Ramírez, la viceministra para el Diálogo Social de Petro, al realizador audiovisual Mauricio Casilimas el martes 6 de febrero de 2024 a la 1 p. m.

Media hora antes, mientras esperaba «gestionar el contrato para entrar a laborar con la vice» en el área de comunicaciones, Casilimas había aceptado hacerme un favor. Yo acababa de llegar a la casona que aloja la sede del Ministerio del Interior en el centro de Bogotá, y me propuse pedirle al community manager de turno que tomara un par de fotos y grabara la entrevista que yo tenía con Solano. Mi idea era que el material sirviera de respaldo, en caso de cualquier contratiempo.

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Casilimas, que no me conocía, no tenía por qué saber que yo llegaba prevenido. No sabía que para conseguir la entrevista yo había tenido que soportar casi un mes de desplantes. Uno de los principales colaboradores de Solano me había dejado en visto el 13 de enero cuando le pedí que hiciera de puente. Dos días después, a lo largo de toda la mañana del 15 de enero, nadie contestó mis llamadas en el despacho. El 5 de febrero la viceministra me hizo perder el tiempo, al no llegar a la cita que habíamos pactado para ese día. Y el 6 de febrero, a pesar de que la entrevista había sido reprogramada para la 1 p.m., de un momento a otro, cuando yo ya iba en camino hacia su oficina, me había exigido presentarme media hora antes, como si su intención fuera que yo desistiera de la reunión.

Yo quería entrevistar a Solano porque su trayectoria de vida sirve para entender algunos aspectos de la relación entre los movimientos sociales y las oenegés, así como de la relación entre las oenegés y la administración Petro. También quería hablar con ella para comprender las puertas giratorias entre los movimientos sociales y un gobierno que, aunque dice ser del cambio, ha dado muestras de reproducir prácticas clientelistas al mejor estilo de los partidos tradicionales. Me parecía muy sospechoso que algunas de mis fuentes dentro de organizaciones sociales habían dejado de contestar mis llamadas una vez entraron a trabajar en el Gobierno.

Además, como investigador de las relaciones Iglesia-Estado, encontraba muy interesante la novedad de un asunto de memoria histórica. El presidente se dice admirador del cura guerrillero Camilo Torres Restrepo y ha incorporado a su equipo de trabajo a personas, entre ellas Solano, que llevan años sirviéndose del mito de Camilo para posicionarse en el campo político y religioso. Algunas no necesariamente son idóneas para la totalidad de las tareas que exigen sus funciones públicas.

Solano es caleña y proviene de un sector revolucionario dentro del cristianismo evangélico. En su juventud se destacó por ser una defensora de derechos humanos combativa. Llegado el momento, ese rasgo de su personalidad, sumado a sus contactos en el exterior, la acercaron a líderes de la izquierda colombiana como Piedad Córdoba y Gustavo Petro, al punto de convertirse en una ficha necesaria para sus juegos de poder.

Durante el gobierno de Álvaro Uribe dirigió una oenegé llamada Proyecto Justicia y Vida. Sus críticos la tildan de radical y sostienen que catapultó su carrera política con dineros de la cooperación internacional. Los que la defienden le rinden honores. Hay fotos de algunos de esos homenajes que han quedado en el ciberespacio como testimonios de la red de afectos e intereses tejida en torno a Solano.

En público ella dice que lo suyo es la espiritualidad y no la religión, y toma distancia del ámbito religioso del que ha dependido su ascenso. Pero es más que evidente su relación con sectores religiosos con acceso a fuentes de financiación, de los cuales provienen algunas personas que se han visto favorecidas durante el actual gobierno. Por ejemplo, Chris Ferguson, pastor de la Iglesia Unida de Canadá, quien se ha desempeñado como secretario general de la Comunión de Iglesias Reformadas, una de las articulaciones más importantes del campo cristiano protestante a nivel mundial. Mientras el religioso, que se declara amigo de la viceministra, niega haber canalizado recursos de cooperación al servicio de ella décadas atrás, esta ha evitado pronunciarse sobre el tema.

Como militante del Polo Democrático Alternativo, Solano fue directora de Derechos Humanos y Apoyo a la Justicia de la Secretaría de Gobierno de Bogotá, cuando Clara López quedó encargada de la alcaldía, tras el escándalo de corrupción que sacó del cargo a Samuel Moreno. Cuando López pasó a convertirse en ministra del Trabajo, durante la presidencia de Juan Manuel Santos, Solano la asesoró en materia de equidad de género.

En la sede del Ministerio del Interior, le pregunté a Casilimas por un viejo conocido que ahora asesora a la viceministra. El realizador audiovisual me dijo que el fulano no estaba en el despacho. A eso de las 12:30 p.m., Casilimas intentaba establecer si me conocía de alguna parte, cuando la secretaria de Solano, Wendy Sarmiento, nos pidió que entraramos a la oficina de la viceministra, ubicada en el segundo piso de La Giralda, como se conoce el edificio.

Detrás del umbral, una máscara de león parecía vigilar cada movimiento en ese rincón de la mansión bogotana.

Le di la mano a la viceministra antes de que nos sentáramos en el extremo de una mesa de madera larga, junto a un ventanal con vista a un paisaje de techos coloniales y palmeras. No pude evitar asociar el brillo de su melena roja, iluminada por el sol de la tarde, con la máscara de carnaval en la entrada de su despacho. Sería una conversación difícil, pero yo tenía de mi parte mi propia máscara ritual: la de un torpe domador al que le gusta colgarle cascabeles a los leones.

La entrevista comenzó con referencias a viejos conocidos de Solano vinculados, como ella, al mundo religioso: Franz Hinkelammert, economista y teólogo alemán; François Houtart, cura belga antiglobalización; Gustavo Pérez Ramírez, sociólogo. Después pasamos a hablar de Camilo Torres, a cuya memoria Solano dedicó, alguna vez, una «cátedra sobre pensamiento de liberación en América Latina».

Me llamó la atención que ella fuera incapaz de precisar qué ideas de sus mentores, Hinkelammert y Houtart, orientaban su actividad como viceministra para el diálogo social. Interpreté como un eufemismo que dijera que el segundo de ellos fue “un hombre diferente”, comparado con el primero, evitando referirse al hecho de que Houtart murió en la impunidad, a pesar de haber confesado que en su juventud abusó sexualmente de un niño.

Definió a Pérez como un “viejito” al que le rindió un homenaje en el Congreso de la República. El sociólogo fue mucho más que eso. A él se deben algunos avances del cine en Colombia y no puede entenderse la historia del cristianismo rebelde en América Latina pasando por alto su liderazgo como director del Instituto Colombiano para el Desarrollo Social (Icodes).

Lilia evitó referirse a Camilo Torres como guerrillero, pero sí dijo que “una vez enraizado Camilo en los pueblos, ya no es el de ese momento, sino que vuelve y renace en esta coyuntura, que es diferente a la que vivió, y cómo nos sirven su vida, su testimonio y sus apuestas”.

¿Nos sirven para qué y a quiénes?, todavía me pregunto.

A la viceministra se le escapó un dato sobre contratación, cuando entramos en materia y ella trataba de evadir mi primera pregunta sobre los religiosos que hacen parte del personal del Ministerio del Interior. Sus reiterativos intentos para negarme la información solicitada serían la nota dominante durante nuestra reunión.

—¿Qué hace la dirección de asuntos religiosos para garantizar la participación de representantes eclesiales territoriales en la agenda de la paz total? —le había preguntado yo.

—En este momento acaba de multiplicarse el equipo de asuntos religiosos, que tenía ocho personas. Estamos en la contratación este año, pero va a llegar a tener treinta y tres personas. Los nombres de todas estas personas no los conozco. La directora de asuntos religiosos se llama Amelia Cotes y, en efecto, viene de un sector de la religiosidad. Pero nuestro diálogo siempre es por una apuesta ecuménica, si bien hay tareas que tienen las direcciones que son más de registro y otras cosas.

Entre Solano y Cotes existen notorias diferencias a nivel político y teológico. Mientras la primera exalta la «espiritualidad» e históricamente ha estado vinculada al Polo Democrático Alternativo, la segunda proviene de un sector cristiano mucho más conservador, cercana a Alfredo Saade, el pastor camaleónico que, después de transitar por años entre los partidos políticos Centro Democrático, Cambio Radical y Liberal, hoy se declara petrista. Otro de los muchos favorecidos por la contratación a dedo de la actual administración.

—¿Qué papel tiene Chris Ferguson en el trabajo que usted lleva a cabo?

—Chris es canadiense y ha venido en diferentes momentos de la historia a Colombia —contestó la viceministra—. Yo hice, por un breve espacio, unos estudios en Toronto, sobre todo el idioma; y vi que había gente que entendía América Latina como nosotros queremos que se entienda. No de una forma paternalista, sino como «bueno, estos son nuestros compañeros». Entonces lo invité a hacer parte de una estrategia que se llama Grupo de Referencia Internacional, es decir, algunas personas de otros países que tienen formación en temas de diálogo y paz, para que participen en algunas de las ochenta mesas de diálogo y seguimiento.

A la derecha, Chris Ferguson, pastor de la Iglesia Unida de Canadá
A la derecha, Chris Ferguson, pastor de la Iglesia Unida de Canadá MinInterior

—¿Quiénes de sus principales colaboradores provienen del campo camilista y liberacionista? —pregunté, refiriéndome al campo político-religioso del que hace parte ella, el de la teología de la liberación, un movimiento social que reúne a cristianos interesados en el cambio social. 

—Bueno, yo creo que… Ah, ¿dice «sus colaboradores» aquí? —trastabilló la viceministra, antes de irse por las ramas—. Bueno, acá tenemos que estar profundamente convencidos de esa triada que tiene el diálogo que practicamos: escucha activa, diálogo genuino y concertación. Eso requiere, no solamente, tener un título, sino una formación; no solo ser profesional, sino tener una formación que permita, más que el título de camilista, la práctica holística de vivir integrando los principios de Camilo; un estilo de vida, no como «el santo patrón».

—¿Y quiénes son sus principales colaboradores de ese campo? —volví a preguntar, negándome a soltar la pregunta cual perro que muerde un hueso. Mi interés estaba puesto en establecer si quienes la rodean son o no personas idóneas para las funciones públicas que les han sido confiadas.

—¿Acá? Eh… Tenemos un equipo… Como hay cinco direcciones… ¿Ya te dije eso? —preguntó Solano, evasiva, mostrándose nerviosa—. Dirección de Asuntos Afro, Dirección de Asuntos Indígenas, Dirección de Derechos Humanos, Consulta previa y Asuntos Religiosos… Y… Creo que ya dije Dirección de Derechos Humanos. Entonces, lo que tenemos es dirección. Aquí hay equipo de diálogo, que me acompaña al seguimiento a mesas, pero en cada dirección hay equipos de trabajo que tienen, lógicamente, un director y gente, la mayoría, que, en las tareas de diálogo, son preparados y son cercanos y son buenos.

—En el equipo de diálogo, entre los «preparados, cercanos y buenos», ¿quiénes provienen de un sector vinculado a la teología de la liberación? —reiteré.

—Abilio Peña, ¿no? —dijo la viceministra, refiriéndose a un activista del Servicio Internacional Cristiano de Solidaridad con los Pueblos de América Latina (Sicsal), una organización presidida por el dominico mexicano Raúl Vera e inspirada en la figura de Óscar Arnulfo Romero, arzobispo mártir de San Salvador, reconocido como santo por el papa Francisco—. Tenemos también a Sandra Liliana Caicedo, que viene de las Casitas Bíblicas, un trabajo popular que se hacía a través de Dimensión Educativa —agregó Lilia Solano, refiriéndose a una organización fundada, entre otros, por el salesiano Mario Peresson, autor de Sólo los cristianos militantes pueden ser teólogos de la liberación y promotor de la pedagogía del brasilero Paulo Freire.

Con sombrero, Abilio Peña, de Sicsal
Con sombrero, Abilio Peña, de Sicsal MinInterior

A diferencia de Peña, quien le debe el puesto a la viceministra y llegó al Ministerio del Interior sin experiencia como servidor público bajo la modalidad de contratación directa, Caicedo se ganó un concurso y es funcionaria hace más de diez años. Además, es socióloga con dos especializaciones y una maestría.

Solano también se refirió a Luis Carlos Osorio, entre «otros compañeros que, aunque no vienen de procesos religiosos, vienen de procesos sociales». Y estaba explicando que, entre quienes conforman su equipo de trabajo, bautizó como «postes de diálogo» a seis personas particularmente comprometidas «con el trabajo y con las causas», cuando se detuvo con aparente amabilidad para añadir:

—El lío de publicar así es que, si pones nombres, después dicen: «Ah, es que ella prefiere a estos y no a estos». Entonces, te pediría que omitas nombres, porque si no…

—No, yo no omito —la interrumpí.

—Ah, bueno... Entonces tengo que tener es más cuidado —aseveró, como pensando en voz alta.

—Última pregunta antes de pasar al cierre…

—Si no omites… Yo cometí un error, porque la gente va a decir: «usted prefiere a estos y no a otros» —dijo la viceministra sin aclarar a qué gente se refería—. Acá esto es el ministerio de la política…

—Aclare de una vez y ahí queda en la entrevista. No se preocupe.

—Entonces dejemos hasta aquí —sentenció Solano.

—Usted verá si quiere responder la siguiente pregunta —añadí, sorprendido: la viceministra  parecía ignorar que todo hacía parte de la entrevista y que cada una de sus palabras, cada uno de sus gestos, quedarían registrados como un testimonio del tipo de relación que el Gobierno se ha propuesto establecer con la prensa.

—No, porque yo te estoy diciendo… 

—Perfecto —la interrumpí.

—No hicimos unas reglas de juego, al inicio.

—Ya existen unas reglas en el periodismo.

—Sí, pero nosotros tenemos que —dijo la viceministra antes de detenerse—… Aquí en el ministerio de diálogo —agregó y se detuvo de nuevo…

—Excelente diálogo el suyo —dije señalando la ironía de una viceministra para el diálogo que intentaba acabar una entrevista incómoda antes de tiempo. 

—No, pero cualquier cosa es un motivo para…

—Yo soy periodista. Usted es funcionaria y me está cortando el diálogo.

—No, pero nadie viene —dijo Solano antes de detenerse, para escoger sus palabras con cuidado—… Yo hablo con todo el mundo, pero si alguien me viene a pedir nombres…

—Es que eso se puede, también, a través de un derecho de petición, viceministra. ¿Qué hacemos? —le pregunté.

—Es que mi punto no es así…

—¿Cuál es su punto?

—Que nada que yo haga genere enseguida que otro diga: «ah, es que usted prefiere a estos, prefiere a estos»… Te lo dije así, en la forma más natural —añadió sin aclarar a cuál otro se refería—.

—Pero sabe que esto es una entrevista, ¿verdad?

—Sí, pero no pensé qué —dijo la viceministra antes de detenerse, midiendo sus palabras y tentada por la resignación—… Bueno.

—¿Pensó que yo era qué? Yo soy periodista.

—Te digo que, en las entrevistas, si nos ponemos a decir nombres, después otros van a decir: «ah, es que… estos son los predilectos» —dijo Solano sin aclarar a cuáles otros se refería—… Y más, a la tarea que…

—¿Podemos seguir?

—Espérate explico —añadió la viceministra con mayor nerviosismo. 

—Este no es el punto más importante de la entrevista.

—Entonces, yo te hago una pregunta…

—¿Cuál?

—¿Dónde vas a publicar esta entrevista? —preguntó con preocupación. 

Yo no me sentí obligado a contestarle. Tranquilo, en mi condición de escritor freelancer, preferí avanzar en mi cuestionario ecléctico.

—¿Qué resultados hay en los diálogos entre comunidades negras y pueblos indígenas en el Cauca en materia de resolución de conflictos de tierras? Eso es más importante que lo que estamos debatiendo —añadí.

—¡Pero no me pidas nombres de nada! —dijo Solano con tono severo.

—Le estoy diciendo: ¿qué resultados hay en los diálogos entre comunidades negras y pueblos indígenas en el Cauca en materia de resolución de conflictos por tierras?

A pesar de haber querido terminar la entrevista antes de tiempo con su altivo “dejemos hasta aquí”, Solano continuó hablando. Pero fue incapaz de enumerar resultados concretos frente a la situación del Cauca. Como había hecho ya durante otros momentos de la entrevista, prefirió irse por las ramas, esta vez explicando que la mesa de diálogo del norte del Cauca, una de las ochenta mesas a nivel nacional, estaba presidida por la vicepresidenta Francia Márquez.

Yo cambié de tema abruptamente. No quería irme sin preguntarle a la discípula de François Houtart qué pensaba del caso que el periodista Juan Pablo Barrientos y yo llevamos ante la Corte Constitucional, para que la Iglesia católica colombiana sea obligada a liberar sus archivos secretos sobre pederastia clerical. Mientras yo formulaba la pregunta, la viceministra hacía sonar la mesa con una de sus manos; suavemente, pero con impaciencia.

—Todo lo que corresponda al ámbito de la justicia, cuando se cometen delitos, debe ser objeto de investigaciones, de sanciones; más un tema tan vulnerado —contestó la viceministra, después de guardar silencio, al menos, por tres segundos y aventurando una respuesta ya con voz cansada—. Todos esos casos deben ser investigados y sancionados.

—¿Usted cree que van a tumbar al presidente? —pregunté, en atención a la publicación en X del 2 de febrero, con la que Gustavo Petro denunció una supuesta «ruptura institucional» en contra de su gobierno y convocó «la máxima movilización popular por la decencia».

—No —contestó, tajante, Lilia Solano.

—¿Por qué no? —le pregunté a la funcionaria encargada de diálogo con los movimientos sociales.

—Por la base social que lo acompaña —agregó la viceministra antes de una breve aclaración—... Y lo digo yo, que recorro todo el país, no de turista, sino acompañando respuestas a las conflictividades: la base social que apoya al presidente, las reformas que él está proponiendo y este cambio. Él dice: «mi proyecto es que haya un cambio por la vida». Eso tiene más respaldo de lo que sale en Caracol, RCN y La W. La gente que lo eligió y siente que también gobierna, porque cree que sin esas reformas este país no va a cambiar, está dispuesta a hacer todo para que no sea cambiado su proyecto.

En ese momento, pensé en Camilo Torres Restrepo, «religioso, profesor, líder político»... pero, también, guerrillero dispuesto a dar y quitar la vida por Cristo. Y no pude evitar asociar el radicalismo de quienes se creen ungidos por Dios para liberar al pueblo con el fanatismo de quienes están dispuestos a sacrificarse por un político.

—¿Qué tanto está hablando usted con sectores sociales no afines al presidente?

—Con todos —dijo, tajante, Lilia Solano.

—Pero ¿qué tanto? —reiteré— ¿Esta semana con quién habló de la oposición?

—Bueno, te voy a explicar… ¡No! —en ese momento, la viceministra se detuvo, calculando de nuevo sus palabras, con un tono de voz ya muy distinto al de la aparente amabilidad de un inicio—. No me gusta que me lleves así. Yo doy mi opinión, porque es esta: cuando hay un conflicto, mesas, paros, bloqueos, no preguntamos usted de qué partido es ni de qué fuerza política es, sino si es indígena, campesino, afro, ambientalista, mujer; y nos vamos de una vez con las entidades articuladas a responder. En todos los casos, lo último que sale es si hay o no respaldo al presidente.

—Pero ¿usted cree que Caracol, RCN y La W están en guerra contra el presidente? —pregunté, refiriéndome a los medios de comunicación que ella había mencionado segundos atrás.

—Lo que yo quise decir es que ellos ambientan críticas permanentemente…

—¿Y eso no es bueno? Usted viene de un sector del pensamiento crítico…

—¡Por eso!

—¿La crítica le molesta al Gobierno?

—Yo tengo derecho a decir que hay crítica, pero también que, en muchas ocasiones, hay crítica que no es cierta, entonces…

—Un ejemplo…

—Una cosa es el pensamiento crítico y otra cosa muy diferente es la producción de fake news o noticias falsas.

—¿Usted le atribuye a Caracol, RCN y La W estar produciendo noticias falsas sobre el presidente?

—Pues… algunas veces producen —matizó la viceministra, antes de asumir una postura arrogante—… ¿Qué quieres que yo diga: que sí o que no? Tú dijiste: la última pregunta y luego…

—Es que mi cita era ayer. Qué pena, sumercé —expliqué, recordándole a la viceministra que me había dejado plantado en la víspera, para luego reagendar la entrevista varias veces—. Yo hoy tenía cita a la una y me hicieron llegar más de media hora antes. Tengo tiempo, me vine juiciosito, pero ahora usted me dice que no le puedo preguntar lo que quiera.

—No, porque ni siquiera pregunté dónde vas a publicar esta entrevista, que es lo primero que debí haber hecho —añadió Solano, como quien confiesa un error con frustración. Me llamó la atención que la viceministra, quien supuestamente no le exige a la gente avisarle de qué partido o fuerza política es, parecía muy preocupada en torno a dónde podría ser publicada la información que arrojara nuestra conversación.

—¿Y por qué le preocupa eso? —le pregunté sin saber, yo mismo, si había noticia o no; o si la entrevista valdría la pena para ver la luz, a pesar de casi un mes de preparación. Siempre he creído que en el periodismo hay cosas que valen la pena más que otras. Depende dónde ponga uno el foco.

—No me preocupa, es una cosa obvia que uno pregunta —añadió afanada.

—Si sale en Caracol, RCN o La W, ¿le molestaría? —le pregunté, convencido ya de que el Gobierno le tiene más miedo a la prensa que a la oposición.

—No, ¡mejor! Me encantaría, porque quiere decir que quieren oír otra voz. Y debo corregir, porque La W sí me ha entrevistado y me ha dado la oportunidad; no como quisiera: participar más, pero sí de explicar algunas cosas, cuando me ha entrevistado. Entonces, si sale ahí, felicitaciones.

—Bueno, usted me ha dado la oportunidad de hablar. Espero que en el futuro me siga dando la oportunidad de seguir hablando con usted.

—Sí, pero, si usas «dígame tal nombre, dígame tal nombre», eso después me va a costar que haya gente enojada porque simplemente vamos todo el tiempo a conflictividades. Tampoco puedo exponer a la gente. «Dígame tal nombre, dígame qué opina de tal cosa, dígame qué opina de Ferguson»… Ahora pensé: ¿por qué se puso a preguntarme eso?

—Es que yo estoy interesado en los funcionarios —contesté con mayor curiosidad hacia la  relación de la viceministra con el religioso canadiense. Sintiendo que había gato encerrado, me prometí seguir investigando el asunto.

—Ah…

—Y tanto así que…

—Entonces, por qué no buscas… —se detuvo, nuevamente, como midiendo sus palabras—. Yo no puedo ponerme a decirte, para después…

—¿Dónde busco?

—¡No! Es que tú no quieres poner un tono de diálogo —me recriminó—, sino que vienes a la defensiva… ¡Yo no tengo la culpa!

—Es que…

Al momento de ser interrumpido, intentaba recordarle a la viceministra que acceder a veinte minutos de entrevista había implicado casi un mes de desplantes.

—Ayer estaba en Cancillería porque me llamaron y fui a una cosa urgente. ¡Eso era todo! —dijo, sin el menor asomo de vergüenza, omitiendo explicar la razón del cambio de última hora de una cita prevista, inicialmente, para la 1 p. m. de ese día.

—¿Y es que, acaso, es pecado estar a la defensiva con una viceministra? —le pregunté echando mano de un concepto teológico.

—Pero, por qué no… —trastabilló, de nuevo, Lilia Solano, antes de recobrar su talante aleccionador—. No había necesidad de entrevistar a alguien cuando vienes de una vez…

—¿Cómo se debe entrevistar a una viceministra?

—¡Tú eres el periodista! —contestó con impaciencia la encargada de Petro para el diálogo social, golpeando la mesa—. Yo pensé que era un diálogo y no: “Deme los nombres, deme los nombres”.

—Es una entrevista, no un simple diálogo —añadí en voz baja.

—¡No! Usted… Usted quiere… —volvió a trastabillar, cada vez más impaciente y agitada, abandonando por un momento la confianza del tuteo—. Yo no sé para qué usted quiere, por ejemplo, sacar estos nombres. ¿Para qué? —preguntó casi con desesperación, golpeando la mesa, más fuertemente que la vez anterior.

—Porque yo estoy investigando.

—¡Por eso! ¿Qué investiga? —preguntó, casi agotado el espacio que la alejaba de su umbral de tolerancia.

—¿Le preocupa?

—No, no me preocupa… ¡Pero usted conteste! —ordenó subiendo la voz. Su melena, roja como la de «la reina de las tablas», Fanny Mikey, parecía despeinarse con cada palabra que decía.

—Es que usted no es la que me entrevista a mí —dije, de nuevo, en voz baja.

—Ahh… —dijo Lilia Solano con resignación, mezclando la expresión con un suspiro; de nuevo, con la mente puesta en su error—. Comenzamos un diálogo sin ni siquiera yo haberte preguntado dónde vas a publicar esto.

—Pregúntele al señor que está detrás de la puerta quién soy yo —le pedí a la viceministra, refiriéndome a mi viejo amigo, quien, escasos minutos antes había asomado su cabeza y me había visto con su jefa, pero, en lugar de saludarme, había decidido, de una manera muy torpe, volverse a esconder detrás del umbral que conecta la oficina de la viceministra con un salón de reuniones rodeado de vitrales.

—¡Ábreme la puerta, a ver quién está ahí! —le ordenó la viceministra a Mauricio Casilimas, quien veinte minutos antes me había asegurado que el fulano no estaba en La Giralda—. Yo estoy ocupadísima —añadió con desesperación—. Le doy entrevistas a todo el que me las pide. ¡A todo el mundo! Pero no incurro en esto de: deme el nombre, diga qué opina de personas… ¿Ah? —miró al realizador audiovisual, antes de una nueva orden, ya fuera de sus casillas—. ¡Deja abierto, porque él cree que hay alguien oyendo ahí! El único que está conmigo es él —dijo Lilia Solano, dando un nuevo golpe sobre la mesa, uno más fuerte que los demás, refiriéndose al muchacho de mirada pícara que ese día, al llegar a La Giralda, esperaba «gestionar el contrato para entrar a laborar con la vice», recibiendo y ejecutando órdenes como si ya lo hubiera firmado.

—Perdón —le dijo Mauricio Casilimas a Solano, asustado, sugiriendo que la viceministra tenía otra cosa que hacer, a pesar de que ese rato en la agenda había sido reservado desde el día anterior para la entrevista—. Cuatro minutos para…

—Vamos, vamos… —dijo con afán, Solano, dirigiéndose al realizador audiovisual que ese día grabó el audio de todo lo sucedido… Como respaldo. Luego, dirigiéndose a mí— Que esté muy bien.

La frase, a modo de despedida, no fue acompañada con apretón de manos ni sonrisa; agotada, la viceministra fue a tumbarse sobre la silla de su escritorio de servidora pública. Como haciéndome inteligencia, Mauricio Casilimas me preguntó si yo era de la Universidad Nacional de Colombia.

—¿Por qué me pregunta? —le contesté, mirándolo detenidamente a los ojos, intentando que no se me notara la cara de sorpresa ante la situación tan absurda y ridícula de la que estaba siendo testigo. En ese momento el realizador audiovisual estalló en un ataque de risa nerviosa.

—Porque… No, no… —trastabilló el potencial contratista del Estado como lo había hecho la viceministra, una y otra vez, durante los veintipico minutos que duró la conversación—. Me pareció ver que usted era de la Nacho.

Ya era la 1 p. m., hora fijada desde el día anterior para la entrevista. Me acerqué al escritorio de Solano, a quien seguí importunando con mis preguntas, mientras ella, detrás de pilas de papeles y de libros, parecía cada vez más desesperada, a la manera de un león enjaulado. Para defenderse, la viceministra sugirió que yo nunca había estado en escenarios de guerra y que por eso no entendía la importancia de cuidar las comunicaciones. Fue la única vez en la que mi semblante pudo haberse alterado en medio del rifirrafe. Aquello me sonó a advertencia y, más que miedo, me produjo rabia. Pero no fue mi máscara, sino la de Solano, la que cayó al suelo cuando la encargada de Petro para el diálogo social, le ordenó a su subalterno:

—Mauricio, acompaña al señor hasta la salida.

Recurso de insistencia a modo de epílogo

Doctor Casilimas

Ministerio del Interior

Lo saludo de la manera más respetuosa posible.

Han pasado quince días hábiles, el tiempo que admite la ley como plazo para que usted me entregue copia de la información en su poder sobre lo sucedido el 6 de febrero dentro del despacho de la viceministra Lilia Solano.

A falta de ese material audiovisual, algunas personas dudan si lo que narro en esta crónica es verdad o no.

¿Usted todavía se pregunta si nos conocíamos de algún lugar?

Tenga la bondad de atender mi derecho de petición.

Le quedaré inmensamente agradecido.

Atentamente, su colega,

Miguel Estupiñán

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