sale en La Vanguardia de hoy ¿Dios?

la experiencia del silencio lleno

el servicio y la entrega a los sufrientes de la tierra

Por esos caminos el ser humano, lo sepa o no, acabará relacionándose con el Misterio Infinito del que el Nuevo Testamento dice que “es Amor”

Aunque no lo parezca, creyente e increyente pueden coincidir en la afirmación de que Dios no existe. Me refiero a un Ente Supremo al que llamamos así, pieza cumbre de este mundo y del que creemos conocer su esencia y cómo debe actuar, olvidando la frase de Agustín: “si lo entiendes, ya no es Dios”. De ese Ente, los cristianos son ateos.

Pero eso no impide que pueda existir un Misterio Infinito, Indecible, Sobrecogedor y Acogedor, Fuente del ser y la vida, del espacio y del tiempo, de la masa y la energía… E incluso que ese Misterio Infinito se haya revelado como Amor gratuito y desinteresado.

Buscar ese Misterio por la vía de la ciencia (como abogan algunos) es algo tan desenfocado como querer llegar al corazón de alguien por una carretera. Alguien tan anticristiano como Voltaire creía que la existencia de Dios era “evidente”. Pero al decir eso hablaba del dios de nuestro primer párrafo; no del Misterio del segundo.

¿Hay algún acceso a la comunicación de eso Otro misterioso? Para nosotros tan pequeños no lo hay. Pero sí existen dos caminos por donde suele salirnos al encuentro.

a.- El primero es la experiencia del silencio lleno. No ese silencio vacío y aburrido donde acabas adormilándote o marchándote; y que casi es el único que conocemos. Hay otro silencio, similar al de los pulmones repletos pero donde no necesitas expeler el aire. Ni necesitas muchas palabras, como avisaba Jesús: “cuando oréis no hace falta que habléis: vuestro Padre ya sabe qué vais a decir”. Las palabras pueden servir, a lo más, para que las meditemos nosotros, no para comunicarnos con Dios. El silencio lleno es como una sensación de plenitud y de asombro que te deja mudo y que puede llevarte a caer de rodillas.

Es curioso cómo dos de las grandes testigos de Dios en nuestro pasado siglo coinciden, sin conocerse, en ese lenguaje de las rodillas. Etty Hillesum se define como “la muchacha que aprendió a arrodillarse”. Y Simone Weil, contando su experiencia en Asís, escribe que “algo más fuerte que yo me obligó a caer de rodillas” por primera vez en su vida.

¿Por qué esa coincidencia inesperada? Quizá porque “estar de rodillas” es una manera gráfica de expresar que no quieres andar por la vida de pie (= dando órdenes por encima de los demás), ni solo sentado (= compartiendo en igualdad), sino también sirviendo o en actitud de abajamiento ante los demás. Así vemos que ese gesto corporal solo vale como expresión de un corazón que se arrodilla.

b.- Otro camino es el servicio y la entrega a los sufrientes de la tierra. Sobre todo a los sufrientes injustos: a las víctimas de nuestra injusticia y de nuestros sistemas inicuos. Que (como escribía S. Weil) entre “en mi carne y en mi alma” el dolor de esos que a duras penas “sobre-viven” porque hay otros que “viven-sobre” ellos y, además, lo niegan o prefieren no saberlo.

Por esos caminos el ser humano, lo sepa o no, acabará relacionándose con el Misterio Infinito del que el Nuevo Testamento dice que “es Amor” (1 Jn, 4,20). Lo sabrá o no lo sabrá; será consciente de ello o no.  Eso depende de otros factores de cada historia personal. Pero, sea como sea, seguirá valiendo para todos estos casos la increíble palabra de Jesús: “a Mí me lo hicisteis”.

Esa es la fecundidad trascendente del amor: la mentalidad occidental, deformada por la ciencia, tiende a convertir el misterio en problema. El problema tiene solución si te metes en él. El misterio es más misterio cuando más te adentras en él. No lo resuelves, sino que te envuelve.

Desde aquí cabe recuperar transformado algo de lo dicho en el primer párrafo y de los pálidos nombres dados a ese Misterio, entrevisto quizá pero deformado: Dios parece venir del sánscrito Deva que significa invocar. El God sajón, de otra raíz que significa sacrificar. El El judaico de una raíz semita que significa poder. Y la traducción más probable del Yahvé bíblico es la de “seré el que seré”. Tampoco Jesús habla del ser y la esencia de Dios sino de su actitud amorosa y liberadora.

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