"No lo piden por el bien de Ratzinger ni por el bien de la Iglesia sino en defensa de sus propios intereses" José I. González Faus: "¿Doctor de la Iglesia súbito? ¡No, por favor!"

El Papa y el féretro de Benedicto
El Papa y el féretro de Benedicto

"Podrían ser algunos de esos cardenales enemigos de Francisco. Pero si además me dijeran que entre los que reclaman eso hay gente de Vox, de la extrema derecha estadounidense, o el señor Orban, no me extrañaría"

"Ese modo de proceder de las fuerzas más reaccionarias y más carentes de argumentos, ha sido frecuente en la historia de la Iglesia"

"Hay otros nombres como Congar, Rahner, Gustavo Gutiérrez o Schillebeeckx, que merecerían ese título tanto o más que Ratzinger"

"No resulta muy interpelador el proceder de quien (en el caso Maciel) prefirió poner el buen nombre de la Iglesia por delante de la verdad y del dolor de las víctimas"

Los mismos que, a la muerte de Juan Pablo II, comenzaron a gritar “santo súbito” y consiguieron una canonización irregular[1], gritan ahora a propósito de Benedicto XVI: “doctor de la Iglesia súbito”. ¿Quiénes son y por qué?

Podrían ser algunos de esos cardenales enemigos de Francisco. Pero si además me dijeran que entre los que reclaman eso hay gente de Vox, de la extrema derecha estadounidense, o el señor Orban, no me extrañaría. Lo que me temo mucho es que eso no lo piden por el bien de Ratzinger ni por el bien de la Iglesia sino en defensa de sus propios intereses. Pues ese modo de proceder de las fuerzas más reaccionarias y más carentes de argumentos, ha sido frecuente en la historia de la Iglesia. Déjeseme poner un par de ejemplos de ello.

Benedicto

1.- San Cirilo de Alejandría, que anduvo rozando la herejía monofisita, obsesionado además porque Alejandría conservase el título de “segunda Roma” (frente a la naciente Constantinopla) y maltratando a quienes no pensaban como él, figura hoy en el santoral donde no aparece el paciente y dialogante Juan de Antioquía que logró el acuerdo en él. Muchos siglos después un historiador de la Iglesia tuvo que escribir: “Cirilo es santo, pero no todas sus obras fueron santas”[2]. Y quienes tan alegremente lo elevaban a los altares no podían ni sospechar que, ya en nuestro siglo, un tal Amenábar filmaría una película (Ágora) donde la filósofa pagana Hipatia es maltratada y asesinada por culpa de san Cirilo. Con claras exageraciones también, pero con una base real. Decididamente, la historia es del color del interés con que se la mira.

Lo de la canonización “súbita” de Juan Pablo II tenía, en sí mismo, poca importancia: pues la teología dogmática de la BAC que me tocó estudiar, aclaraba (para tranquilidad de nuestro profesor) que cuando la Iglesia canoniza a alguien, solo se compromete en garantizar que “está en el cielo”. No dudo de que allí está aquel buen K. Wojtila que tuvo un final tan duro y que suplicaba que le dejasen “irse a la casa del Padre”.

Santo subito

Pero, para nosotros, el problema surge porque los fieles buscamos en los santos algo más que intercesores: necesitamos conductas que nos interpelen. Y no resulta muy interpelador el proceder de quien (en el caso Maciel) prefirió poner el buen nombre de la Iglesia por delante de la verdad y del dolor de las víctimas[3]. Como tampoco es ejemplar la conducta de quienes consiguieron eludir las normas canónicas para canonizar a Wojtila antes de tiempo. Y otra vez: no por amor a Juan Pablo II o a la Iglesia, sino creyendo que así protegían sus propios intereses menos confesables. Y, por supuesto, sin haber leído la Laborem exercens ni la Sollicitudo rei socialis que, de conocerlas, no les harían demasiada gracia; pero ellos sabían bien que la historia no se construye desde el conocimiento profundo y matizado de las cosas, sino desde imágenes mediáticas globales y simplistas.

2.- Un proceder semejante al de los monofisitas con san Cirilo fue el de los jansenistas: por ellos hablaba san Agustín, y quienes los contradecían solo eran herejes pelagianos. Ignoraban que si Agustín es genial cuando habla de la Gracia, roza a veces la herejía cuando habla del pecado, sobre todo en sus últimas obras de anciano, pesimista y desilusionado ante los tiempos que le tocó vivir. Pero ellos pretendían que esas obras finales no expresaban la decepción, sino la madurez de Agustín[4].

Estos dos ejemplos confirman algo de lo que más me ha impresionado a lo largo de mi ya larga vida: la absoluta falta de la más elemental caridad en gentes que dicen defender al cristianismo (y de los que cabe suponer que, como cristianos, habrán leído y meditado la primera carta de Juan). Esos ejemplos solo pretenden que no nos extrañemos ante estas otras prisas por convertir a Ratzinger en “doctor prematuro de la Iglesia”.

San Agustín

            *        *        *

Si pasamos ahora a ese “doctorado eclesial” reclamado con tanta prisa, quien esté un poco metido en la historia de la teología reciente, sabrá que hay otros nombres como Congar, Rahner, Gustavo Gutiérrez o Schillebeeckx, que merecerían ese título tanto o más que Ratzinger. Su obra sobre Jesús de Nazaret es un buen texto (con algunas deficiencias por miedo a la crítica histórica), pero que no pasa de ser uno más entre la increíble cantidad de textos jesuánicos de autores como Duquoc, Moingt, Sobrino, J. L. Segundo, L. Boff, Theissen y otros mil más, que resultan además mucho más interpeladores…

Ratzinger combatió con plena razón el relativismo que nos envuelve y que nos está llevando a una sociedad de falsos absolutos: a la sociedad sin matices, donde todo matiz es ya una gran traición. Pero lo combatió ya anciano, azotándolo desde fuera en vez de superarlo desde dentro. Eso otro hubiera sido un modo de proceder, mucho más cristiano, pero mucho más difícil y más propio de un gran doctor.

Si ahora salimos un momento de la teología y miramos la política, podremos comprobar que este modo interesado de proceder en provecho propio, no es un comportamiento exclusivamente eclesiástico sino, con palabras de Nietzsche: “humano, demasiado humano”. En poco tiempo hemos visto al señor Macron que pasaba de llamar “dictador” a Nicolás Maduro, a llamarle “presidente” (en la COP27). Y uno pensaba: ¡qué bien! ¿Eso significa que Maduro ha cambiado? Pero resulta que no: sólo significaba que Venezuela tiene petróleo y Francia se enfrenta a problemas energéticos por culpa de la guerra de Ucrania… Entenderemos así que todos los conservadores, que con tanta prisa reclaman ese título de doctor de la Iglesia para Ratzinger, lo hacen también porque carecen de “petróleo teológico”.

Juan Pablo II y Ratzinger

Por favor pues, hermanos: todo eso de Dios es algo demasiado serio como para que lo convirtamos en un arma en favor de los intereses propios. A semejante modo de proceder, los evangelios lo califican de fariseísmo. El título de doctor de la Iglesia debe alcanzarse cuando, pasado un tiempo, se comprueba el bien que siguen haciendo sus obras. Ahí está Teresa de Ávila tantas veces denunciada a la Inquisición. Ahí está, como propuesta hecha precisamente por Ratzinger (y sin las prisas de quienes ahora le manipulan), esa figura impresionante de J. H. Newman, tildado de traidor y de hereje durante casi toda su vida (como Jesús fue tildado de “comedor y bebedor, amigo de putas y publicanos”).

Dicho con palabras del mismo Ratzinger: “El signo característico del gran doctor de la Iglesia es, en mi opinión, que él no enseña solo con su pensamiento y sus discursos sino también con su vida ya que, en él, pensamiento y vida se complementan y se determinan recíprocamente. Si esto es cierto, entonces Newman pertenece a los grandes doctores de la iglesia porque, al mismo tiempo, él toca nuestro corazón e ilumina nuestro pensamiento” [5].

Por favor, pues, otra vez: no banalicemos algo tan tremendamente serio como es la fe cristiana.

[1] Las normas canónicas para la canonización prescriben que no se inicie ningún proceso hasta pasados cinco años de la muerte; antes eran 50, como medida sensata para evitar fanatismos; pero se rebajó ese límite para que no desaparecieran pruebas. Wojtila murió el 2005 y en el 2009 ya había sido declarado “venerable”.

[2] Frase de Tillemont citada por P. Camelot, Ephèse et Calcédoine (Paris 1962), p. 35.

[3] Remito al libro La voluntad de no saber, de Alberto Athié, José Barba y Fernando González (alguno de ellos exlegionario y víctima de Maciel), editado en México en 2012. Allí se lee (p. 199) que, cuando después de muchos esfuerzos, se le hizo llegar al cardenal Ratzinger un dossier lo más completo posible, la respuesta de éste fue: “lo lamento mucho pero el caso del p. Maciel no se puede abrir porque es una persona muy querida del santo padre y ha hecho mucho bien a la Iglesia. Lo lamento monseñor”. El balance de hoy sería más bien que pocas personas han hecho más daño a la Iglesia que M. Maciel…

[4] Para la historia y significado del jansenismo (que me parece fundamental en todo el conservadurismo eclesiástico actual) me permito remitir a Plenitud humana. Reflexiones sobre la verdad, Santander 2022, pp. 299-332.

[5] Palabras pronunciadas por el entonces cardenal Ratzinger en 1990, centenario de la muerte de J.H. Newman. Ojalá estas palabras toquen el corazón de quienes ahora dan la sensación de estar manipulándolo en beneficio de sus intereses conservadores.

Ratzinger
Ratzinger

Esta Navidad, Religión Digital
Volver arriba