el drama de los suicidios algo significa Sin Norte

El suicidio se está convirtiendo en una de las principales causas de muerte

en el fondo, porque no se le ve ningún sentido a la vida y ningún horizonte al futuro

¿No está dando nuestro Occidente la sensación de una brújula sin norte?

¿qué hemos hecho mal?

Hace dos días, una amiga cristiana, profesora en un colegio religioso cercano a Barcelona (pongan ustedes Sabadell o Rubí o algo así) me comentó impresionada que, en los pocos días que llevan desde que comenzó el curso, ya habían tenido dos intentos de suicidio, de alumnos en torno a los 15 años.

No son solo ellos. El suicidio se está convirtiendo en una de las principales causas de muerte. Los Medios procuran hablar poco de él para que las noticias no se conviertan en ejemplos e invitaciones; lo cual es sensato pero tiene el peligro de que nos creamos que no existe el problema: pues en esta cultura nuestra solo tiene existencia lo que “sale en los papeles”.

Y no se trata de suicidios por un sufrimiento insoportable sino, en el fondo, porque no se le ve ningún sentido a la vida y ningún horizonte al futuro. En el fondo, los votos últimos a partidos de extrema derecha son como otra forma de suicidio más suave, no individual sino social o democrático.

Y esto es lo que nuestra sociedad occidental debería preguntarse: de dónde viene esa sensación de sinsentido: qué hemos hecho mal. Porque, en el caso de los jóvenes, ya es sabido que la juventud suele tener intuiciones certeras, aunque luego sea incapaz de matizarlas. Y se respira como una sensación de fracaso de todas las promesas pasadas, tanto las políticas (caso de Podemos) como las más individuales: como muestra toda esa literatura sobre felicidad y autoestima que ella misma ya es un síntoma (y que da muchos más beneficios a los autores que a los lectores).

¿A qué se debe eso? Recordemos que los efectos desastrosos de malas conductas no suelen aparecer inmediatamente sino a largo plazo. Los efectos desastrosos de no haber suprimido a su tiempo las armas nucleares los estamos viendo ahora con la imposibilidad de frenar a Putin si se decide a usarlas (cosa que parece cada vez más probable). “Podemos desviar un asteroide” clamamos orgullosos. Pero no podemos desviar a Putin porque lo hemos alimentado nosotros mismos con la carrera armamentista (¡tan rentable!) y con la falta de honestidad de la OTAN.

Un primer criterio de respuesta es que vivimos en una época en que las ideas convencen y arrastran mucho menos que las personas: un mundo con tanta variedad de cosmovisiones que conviven juntas hace que solo en los guetos puedan conservar su fuerza las ideas, por válidas que sean. Pero si de las ideas pasamos a los modos de proceder…, déjenme poner solo un par de ejemplos.

1.- ¡Los jueces! El estamento más obligado a la ejemplaridad. Y ni siquiera con la amenaza de dimisión del sr. Lesmes ha sido posible resolver el problema. Parece que unos esperan que los otros acaben cediendo para no escandalizar al pueblo, y así quedarse ellos con todo lo suyo. Uno que ya es viejo y desengañado se pregunta: pero ¿cómo es posible que actúen así? Y encima un PSOE que apela tanto a la rectitud y la solidaridad, negándose por ahora a que los partidos políticos intervengan en el nombramiento de los cargos judiciales, como proponía el PP (y, al menos por esta vez, creo que con razón). Aun en el caso de que se arregle ahora, llegará tarde: el mal ejemplo ya está dado.

Eso, y la tranquilidad con que hablamos de jueces conservadores y progresistas, indica que los jueces no son imparciales. Y si te mezclas un poco con la gente y les oyes hablar de política, verás que uno de los comentarios que más se repiten es este: “todos son iguales”.

Los partidos políticos pueden ser necesarios pero son peligrosos: su gran tentación está en actuar para tener ellos el poder: para el propio bien y no para el bien del país. El que actúe para el bien del pueblo se expone a ser minoritario (aunque desde esa minoría siempre podrá hacer algo por la gente: ahí está, para mí, el caso de Más País).

2.- Para que no parezca que solo los españoles somos malos, déjenme evocar un artículo del diario alemán Süddeutsche Zeitung el pasado 7 de octubre, a propósito de todas las alarmas sobre la falta de energía ante el invierno que se acerca. Resulta que el 10% de la población más rica de Alemania consume el 40% de la energía total. Ese 10% podría ahorrar hasta el 26% del consumo alemán de energía, con solo suprimir el hábito de un fin de semana en Mallorca, otro fin de semana en Sicilia, otro fin de semana en Venecia…, a veces incluso con avioneta propia. O con tener un coche más sencillo, o con no calentar todas las dependencias de las enormes mansiones en que habitan… Los autores, no sé si para curarse en salud, concluyen diciendo que, fuera de Alemania, esas cifras aún son más escandalosas. Pero se puede añadir que esos son los mismos que recomendaban salir de la crisis económica con austeridad para los que menos tienen.

3.- Y el escándalo mayor lo constituye para mí la prostitución de los sagrados derechos humanos, convertidos en canonización de deseos o caprichos propios en lugar de normas de respeto a los demás. Evoquemos otra vez a Simone Weil proclamando que una declaración de derechos humanos que no vaya acompañada de otra declaración de los deberes humanos, sería papel mojado. Y así está siendo.

Ahí tenemos a tantos norteamericanos proclamando su derecho inviolable a tener armas: un derecho inviolable que rima en consonante con las frecuentes matanzas masivas (tantas veces de niños) en colegios y otros centros. Ahí tenemos el derecho al Brexit de Gran Bretaña, fundado en una masturbación nacionalista de esas que dan tanto gusto, y que ha sumido al país en una de las mayores crisis de su historia. Y ahora veremos si Gran Bretaña reconoce ese supuesto derecho a Escocia (y lo de menos aquí es si Escocia reclama la independencia por el deseo de seguir perteneciendo a Europa, o por el afán de disponer ella sola de todo el petróleo del norte. Que de todo hay en la viña del Señor). Ahí tenemos a Israel considerando que tiene derecho a eliminar poco a poco a los palestinos, con una política de avance lento y sistemático, similar a la que usó Hitler con los judíos. Ahí tenemos a Putin considerando que la fractura del puente de Crimea es “un acto terrorista” mientras que sus matanzas de civiles en Ucrania no lo son.

En fin: todo era para volver a los suicidios. ¿No está dando nuestro Occidente la sensación de una brújula sin norte? ¿De un mundo que ha puesto el criterio de la civilización en el progreso técnico y no en el progreso en humanidad? ¿Cómo decir a la gente (sobre todo a los jóvenes) que, a pesar de todo, vale la pena seguir viviendo y seguir luchando?

Aquí es donde me voy a permitir pronunciar la palabra Dios. A lo largo de mis muchos años me ha sucedido varias veces escuchar a personas cercanas que abandonaban la fe, y me decían: “pero todo sigue igual; todos mis valores quedan intactos”. Y así parecía al principio, pero al cabo de unos años me decían: “y yo ¿por qué he de amar y preocuparme de los demás, si nadie se preocupa de mí?” O: “en este mundo o pisas o te pisan”. O: “no le veo fundamento absoluto a mis grandes valores de antes”…Y argumentos similares que justificaban un cambio progresivo de conductas.

Estas experiencias, que otros han tenido también, parecen confirmar la afirmación de que la existencia del Dios de Jesús (o al menos de su posibilidad frente a tanto ateísmo dogmático) es una buena noticia. Es buena noticia porque da un Norte a la brújula de la vida. Y puedo afirmar esto añadiendo que la perversión de lo que llamamos religioso es la peor de todas las perversiones (como decía el refrán latino: “lo peor es la corrupción de lo mejor”) y que, por eso, los creyentes somos más responsables. Nuestra sociedad laica (y en España tantas veces laicista) creía tener un norte y ahora no lo tiene. No es raro entonces que muchos perciban eso y sientan la tentación del suicidio.

Y añado: no pretendo con esto hacer un proselitismo barato. Comprendo las dificultades de unos y la tranquilidad de otros, que no viven el problema aquí descrito. Hubo una gran figura en nuestra historia que, sin el recurso a Dios, percibió todo lo aquí descrito y encontró otro camino. Por eso, el nombre que le ha quedado no alude a revelación sino a iluminación (Buda). El Gautama percibió que cuando no hay norte, el propio ego se convierte en Norte (con mayúsculas además). Y que, por eso, la muerte de nuestro ego y de nuestra infinita capacidad de desear, constituye la verdadera libertad humana. Lo que pasa es que todos percibimos muy bien el ego ajeno pero somos ciegos para el propio.

Buda también reconocía que eso es extremadamente difícil; pero argüía que sin eso, las conductas humanas son como beber agua salada cuando se tiene sed. He dicho otra vez de Buda lo que Jesús dijo del Bautista: “el mayor de entre los nacidos de mujer”. Me permito añadir (porque Jesús también le añadía un matiz a esa frase) que, desde Jesús, no se trata de matar el deseo o la pasión sino de transformarlos: que traten de acercarse un poco a como desea el Dios que se define como Amor (cf. 1 Jn 4,20). O a lo que el mismo Buda acabó intuyendo al final, aunque quizá se quedara corto: la compasión (y no el triunfo) como horizonte vital.

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