Del Pilar a Israel Tolerancia siempre, aprobación del mal nunca, destrucción del otro menos aún

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"La tolerancia se refiere siempre a las personas, no a las conductas...Tolerancia para con el pecador (o para con “el de enfrente”) no significa aprobar su conducta sino renunciar a maltratarlo, a hacerle pagar sus culpas y a acabar con él"

"No hay nada tan falso que no contenga algo de verdad, ni tan malo que no pueda contener algo bueno; y que no hay nada tan verdadero que no contenga cierta falsedad ni tan bueno que no contenga algo de maldad

"Y estos principios aplicados al problema Israel-Palestina"

El Dios cristiano es un Dios "delincuente" (Simone Weil)

“La Virgen del Pilar dice

                                                  Que no quiere ser humana

                                                  Ni quiere se capitana

                                                 De esta humanidad tan vana”

Sin duda es falsa esa letrilla; es una gran mentira. Pero, al menos, es menos falsa que la letra habitual (“que no quiere ser francesa”…). Y me temo que una de las razones de esa gran mentira es el famoso eslogan (“tolerancia cero”), que exhibimos cuando queremos mostrarnos honestos o evitar complicidades con situaciones y conductas escandalosas. Creo que es preciso acabar con ese eslogan e intentaré explicar por qué.

La tolerancia se refiere siempre a las personas, no a las conductas: para estas el lenguaje habla más bien de aprobación o desaprobación; y podemos hablar nosotros de ninguna aprobación (o “aprobación cero”). Pero pasar de los comportamientos a las personas, por pecadoras que sean, es más propio de inquisidores o de cobardes, que de auténticos demócratas. Porque tolerancia para con el pecador (o para con “el de enfrente”) no significa aprobar su conducta sino renunciar a maltratarlo, a hacerle pagar sus culpas y a acabar con él. Aquí el grito debe ser “tolerancia siempre”.

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Pero esta actitud, ya difícil a niveles individuales, se dificulta aún más porque, necesariamente, los seres humanos hemos de agruparnos y construir comunidades, pueblos y sistemas, que son limitados y a veces contrapuestos. Y eso nos va volviendo incapaces de aceptar que no hay nada tan falso que no contenga algo de verdad, ni tan malo que no pueda contener algo bueno; y que no hay nada tan verdadero que no contenga cierta falsedad ni tan bueno que no contenga algo de maldad. No aceptar eso es uno de nuestros errores más grades y más frecuentes: porque nuestra dimensión absoluta y nuestra necesidad de seguridad nos llevan a absolutizar tanto la bondad de lo propio como la maldad de lo ajeno.

Y aquí es donde brota esa “tolerancia cero” que es una actitud más de defensa propia que de ética auténtica. Esa intolerancia olvida el aviso de Francisco: que cuando haya “inequidad dentro de una sociedad y ente los distintos pueblos, será imposible erradicar la violencia. Se acusa de la violencia a los pobres y a los pueblos pobres pero, sin igualdad de oportunidades, las diversas formas de agresión..., encontrarán un caldo de cultivo que, tarde o temprano provocará su explosión” (EG, 59 y 60). Eso no significa que el papa apruebe moralmente esa reacción violenta; lo que dice (y nosotros no queremos oír) es que esa violencia mala resulta inevitable.

“Comer con los pecadores”, como Jesús, reconocer que son los enfermos y no los supuestamente sanos quienes necesitan médico, aceptar que “los publicanos y las prostitutas” (digamos hoy provocativamente: los terroristas y los pederastas) pueden adelantársenos en lo que Jesús llamaba “el reino de los cielos” constituye, tanto hoy como en tiempos de Jesús, un escándalo intolerable que requiere una condena ejemplar. Los cristianos nunca deberíamos olvidar aquella constatación tan simple de Simone Weil (en El conocimiento sobrenatural): que Jesús de Nazaret revela a “un Dios delincuente”.

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Sustituir ese grito tan nuestro y tan espontáneo: “me las pagarás” (o “que las pague”), por esta otra vivencia interior: “esta persona necesita ayuda” (o médico), es algo que queda muy lejos de nuestros ideales éticos o que incluso parece contradecirlos. Y es que la norma evangélica de odiar al pecado y amar al pecador nos es muy difícil de cumplir en un mundo tan radicalmente dividido: preferimos odiar al pecador; y el pecado… pues ya se verá.

Y para concretar todas las reflexiones anteriores: así es como se llega a tomas de posición tan infames como las de Biden en el drama actual de Oriente Medio: Israel solo tiene derechos y ninguna obligación. Palestina solo tiene obligaciones y ningún derecho. Solo una “recomendación” a Israel de que no mate a civiles; cuando todo el mundo sabe que en las guerras actuales, con el armamento moderno suele haber tantos o más muertos civiles que militares.

El señor Netanyahu, por muy judío que sea, no debe haber leído la Biblia: pues de haberla leído sabría que en Israel ya hubo un rey infame llamado Ajab (o Acab) al que él se parece mucho, y del que habla el primer libro de los Reyes (16, 29ss). Y que, por contar eso, no es la Biblia “antisemita”: porque judío era también el profeta Elías que se enfrentó con Acab. Y judíos son también todos esos que se juegan hoy el tipo y el futuro por disentir de las atrocidades de su gobierno: como la periodista Amira Hass, hija de dos supervivientes del holocausto.

O como el grupo de los servicios de inteligencia que publicó un documento conjunto calificando de “terrorismo nacionalista” los ataques de los colonos contra palestinos; o los que se manifestaron en la calle Kaplan de Tel Aviv llevando una bandera palestina… (datos de Le Monde Diplomatique castellano de este octubre, p. 7). O como el gran Isaac Rabin que (un poco como Jesús) pagó con su vida el aprendizaje y el esfuerzo por la tolerancia y dejó este problema irresuelto para siempre.

Biden y Netanyahu
Biden y Netanyahu

En Europa, el temor a la acusación de “antisemita” y la lógica sensación de culpa tras la barbarie del holocausto, han provocado otra reacción de “tolerancia cero” contra los palestinos e impiden a Europa reaccionar éticamente ante el pequeño holocausto que están viviendo los palestinos desde hace casi medio siglo. Si Europa hubiese sido más equilibrada, quizá Hamas habría sido menos criminal: pero nos pesaba a todos el arrepentimiento por la Shoa y por el pasado antisemitismo de muchos eclesiásticos…

Por el día (12 de octubre) en que redacto estas líneas, se me ha ocurrido comenzar evocando aquello de que “la Virgen del Pilar dice que no quiere ser francesa”. Pero quiere ser humana. Y esa Virgen que es profundamente judía, lo que está cantando hoy es que quiere ser palestina. La misericordia infinita de Dios, que es el verdadero “pilar” que la sustenta la lleva a cantar eso.

En resumen: tolerancia siempre; aprobación del mal nunca, destrucción del otro menos aún. Y no disfrazar como santa “hambre de justicia” lo que no es más que una criminal “sed de venganza”. Por ahí creo que deberíamos intentar caminar.

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