¿Vamos de mal en peor?

Necesidad de una España budista ante el tipo de malas noticias que van apareciendo, fruto de un estado de ánimo hecho de desengaño, sinsentido y rabia.

Dejamos el cielo para bajarlo a la tierra y nos hemos quedado sin cielo y sin tierra.

Dos grupos nuevos de noticias dominan estos días los informativos: el triunfo de las extremas derechas y las violaciones de menores por grupos de jóvenes, las cuales no paran de crecer junto con la atroz violencia machista. Parecen dos noticias que no tienen nada que ver una con otra. Mi impresión es que están muy relacionadas: ambas son síntomas de un estado de ánimo general hecho de desengaño, sinsentido y rabia. De ahí brotan diversas reacciones según edad y otros factores[1]. Y no sabemos las que pueden brotar aún.

Si me preguntan cómo se ha producido ese estado de ánimo general, evocaré dos frases que últimamente he citado varias veces: “querer hacer de la tierra un cielo, es convertirla en un infierno”. Y la otra similar (que, ya dije, creo es del amigo Ramoneda): “dejamos el cielo para bajarlo a la tierra y nos hemos quedado sin cielo y sin tierra”. Sobre ambas quisiera reflexionar ahora un momento.

La tierra no será nunca un cielo como han pretendido tantos progresismos. Lo cual no significa que haya que renunciar a mejorar la tierra, como pretenden tantos conservadurismos. La tierra debe ser solo un camino hacia el cielo, en el que se darán pasos adelante, pero nunca se llegará a esa meta porque es trascendente. La Trascendencia marca y envuelve a esta tierra pero no se identifica con ella. En negar esa marca o en afirmar esa identificación total, están las dos amenazas que nos envuelven y generan las dos posturas que nos dividen.

Cristológicamente podría mostrarse eso desde un estudio de la expresión “Reino de Dios” que resume la predicación y el programa de Jesús. En definitiva llegaremos a esa frase tan vieja de la teología: “ya si pero todavía no”. Esa dialéctica en la que es bien difícil mantenerse.

Pero ahora prefiero evocar la otra frase de Jesús cuando llora sobre Jerusalén porque “no has conocido el camino de tu felicidad”. E imaginar que hoy llora Dios sobre esta tierra porque tampoco ha conocido el camino de su felicidad. Y al hablar ahí de felicidad se habla solo del camino hacia ella; no de la meta, como si la plena felicidad (que solemos llamar cielo) fuera una posibilidad de esta tierra, tal como pregonan hoy tantas voces de nuestra cultura actual que, además, hacen de eso su negocio. Ya dije otra vez que toda la felicidad que cabe en esta tierra y a la que sí tenemos derecho es esa doble experiencia de sentido, y de paz interior. Las cuales son compatibles con el dolor y hasta con mucho dolor; pero capacitan para afrontarlo.

Desde aquí, suelo decir también que la primera buena noticia que necesita hoy este mundo no es todavía la de Jesús, sino simplemente la de Buda, al que me gusta llamar “Precursor (o Juan Bautista) universal”, y que no apela a ningún Dios trascendente sino que mira honestamente nuestra inmanencia: el descubrimiento de ese ego oculto que nos esclaviza y nos destroza a todos. (Me gusta decir que la primera semana de los Ejercicios de san Ignacio viene a ser como un budismo, pero un budismo “relacional” que, además del ego, permite hablar de ofensa y perdón, abriendo un campo enorme al problema de nuestro ego; pero dejemos esto de momento).

Entre las figuras más públicas que suelen ser nuestros políticos, percibimos constantemente esos egos inconscientes (y deberíamos percibir eso no para criticar a los políticos sino para descubrirlo también en nosotros). Si se me permite, lo ejemplificaré en una anécdota reciente, ocurrida cuando la constitución del último gobierno: mis queridas Irene Montero y Ione Belarra: un nombramiento de ministros no es como un reparto de premios que os obligue a vindicar que lo habéis hecho bien y que os han castigado injustamente. Por verlo así ¡cuánto daño os hicisteis sin querer aquel día! Un ministerio no es más que un servicio que se te ofrece por si quieres aceptarlo (recordemos que ministerio viene del latín ministrare que significa servir). Y cabe pensar que ante la muy difícil legislatura que comienza, el presidente haya creído que necesita un equipo bien compacto y sin fisuras que no le cree más problemas por otro lado. No lo sé (porque nunca sabemos bien lo que siente el otro); pero es una posibilidad no excluible.

En fin ojalá nos diéramos en la España y en el Occidente de hoy un buen baño de budismo. Pero no de ese budismo de consumo que hemos desfigurado los occidentales, sino del auténtico budismo de iluminación. Como dice Javier Melloni: cuando “atravesamos las zonas oscuras de nosotros mismos” es cuando podemos liberar “nuestro fondo cautivo”. Y eso acaba llevando a la compasión: esa compasión tan budista, tan cristiana y tan ausente en este mundo de hoy, donde ya solo te dan una bienvenida cuando abres el ordenador (una bienvenida falsa y mecánica) o cuando quieren venderte algo… Porque parece que las izquierdas son tan inmaduras que aún no han descubierto esa “zona oscura” de todos nosotros o creen que solo está en los de enfrente y no en ellas. Y las derechas son tan injustas que, reconociendo esa zona oscura la usan como excusa para no cambiar un sistema criminal que les enriquece a ellas.

Ahí es donde vendría muy bien esa España budista.

P.D. Para cristianos explícitos que buscan ayuda en su fe, se me ocurre reenviar a un texto que acabo de leer hoy: el cuaderno 101 de EIDES, sobre la espiritualidad ignaciana hoy, obra de Mariola López y de Javier Melloni. Aunque recomendaría leerlo en orden inverso (comenzando por el segundo). Y sugiero que las lecturas se hagan siempre desde estas claves unificadoras: para el texto de Melloni: “el ya sí de la mística que ve a Dios en todas las cosas y todas las cosas en Dios, y el todavía no de la profecía que sabe identificar el dolor y la denuncia de las injusticias” (p. 20). Y para el de Mariola simplemente la palabra “ayudar” que atraviesa toda su reflexión. O como he escrito otras veces: esos ratos de un silencio lleno, no vacío, en el que te sientes inmerso y envuelto en una atmósfera que es como un océano de Comunión Infinita y absoluta, que persiste hasta en los momentos en que la realidad inmediata más parece ayudar a olvidarlo, y que te crea una actitud desde la que afrontar cualquier realidad. Ojalá algo de eso ayude.

[1] Me parece importante notar que las atrocidades de Ucrania-Rusia e Israel-Palestina no son causas de ese estado de ánimo sino efectos de él. Acabo de sacar en la Revista latinoamericana de teología, un artículo (“El fracaso del siglo XX”), escrito hace ya más de dos años. No quiero insertarlo aquí porque es muy largo; pero puedo enviarlo por internet si alguien me lo pide.

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