Carta al presidente de los Estados Unidos Una autoridad mundial legítima

Joe Biden, presidente de los EE.UU.
Joe Biden, presidente de los EE.UU.

No tiene usted ningún derecho a excluir de la cumbre de las Américas a países como Venezuela, Cuba o Nicaragua. Y eso aunque creo compartir su juicio negativo sobre ellos.

nuestro mundo (más o menos bien globalizado) necesita urgentemente una autoridad mundial, imparcial y legítima. Una autoridad mundial que controle todo lo relativo al armamento

me dirá usted que está eliminando la amenaza de la futura tiranía china. Pero el problema no es (¡ni puede ser!) qué país manda en el mundo, sino al revés: que en el mundo no mande ningún país sino una autoridad mundial reconocida por todos.

Ese es nuestro dilema futuro: acabar con los muy ricos y con las armas, o acabar con nosotros mismos.

Respetado señor Presidente:

No le escribo a usted como Joe Biden, a quien tengo por una persona honesta y de buena voluntad, sino como a presidente de los Estados Unidos. Al cargo, más que a la persona, va dirigida la crítica que sigue. Pero ambos somos católicos y quisiera hablarle desde esa fe que nos une.

1.- Una situación preocupante e injusta.- Como a presidente, y como hermano en la fe, debo decirle que no tiene usted ningún derecho a excluir de la cumbre de las Américas a países como Venezuela, Cuba o Nicaragua. Y eso aunque creo compartir su juicio negativo sobre ellos.

 De hecho, he hablado en otros momentos contra la inmadurez de Maduro (que ha dilapidado casi toda la labor de Chávez). He reconocido con dolor el fracaso de la revolución cubana (porque así como he dicho mil veces que el amor a la Iglesia no debe ser un fundamentalismo acrítico, también creo que amar la revolución que nuestro mundo necesita, no implica dejar de reconocer los fracasos de una revolución, precisamente para lograr algún día otra revolución más auténtica. Y podemos prescindir ahora de las causas de esos fracasos). Y me duele más que a usted el desastre de esa querida Nicaragua, (en manos de un Judas que no solamente traicionó la causa del Maestro sino que se hizo con el poder y lo entregó a la muerte)…

Nicaragua
Nicaragua

 No hablamos pues ahora de esos países sino de su reacción ante ellos. Y desde ahí me atrevo a repetir que no es usted nadie ni tiene poder para tomar la decisión de excluirlos de esa Conferencia Cumbre. Por esta vez, aplaudo sinceramente la actitud del presidente de México, negándose también a asistir a ese encuentro, arbitrariamente unilateral. Uno se pregunta además por qué ese poder que usted se atribuye no lo utiliza también para excluir de esa Cumbre al Brasil de Bolsonaro: ¿es porque allí las amenazas a la democracia no vienen de las izquierdas sino de la derecha? ¡Pues vaya ejemplo de equidad!

Puestos a dejar correr la imaginación uno piensa qué pasaría si fueran los países del continente americano los que deciden excluir a Estados Unidos de la cumbre de las Américas, hasta que su país sea capaz de evitar que cada tres o cuatro días haya una matanza pública de ciudadanos inocentes (niños muchas veces), propiciada por esa dictadura de la Asociación Nacional del rifle y la apelación al falso derecho de poseer armas, que impide a su país ser una verdadera democracia. Por supuesto, si eso no ocurre es, de hecho, porque ningún país del Continente tiene el poder militar y económico que tiene EEUU. Pero estará usted de acuerdo conmigo en que esos poderes no confieren ninguna legitimidad política.

Le comento todo esto para llegar a otra conclusión que estos días ha puesto de relieve la criminal guerra de Ucrania: nuestro mundo (más o menos bien globalizado) necesita urgentemente una autoridad mundial, imparcial y legítima. Una autoridad mundial que controle todo lo relativo al armamento. La ONU estaría llamada a esa misión, pero los poderosos de este mundo ya se han encargado de impedírselo, convirtiendo (con un mal juego de palabras) a la ONU en una mera ONG, útil sin duda para otras causas menos serias, pero totalmente incapaz para esta otra gran causa, quizá la más importante hoy: que el planeta tierra no sea una especie de selva humana, condenada a la guerra de todos contra todos.

Joe Biden y Vladimir Putin
Joe Biden y Vladimir Putin

Me asusto a veces cuando pienso que hizo falta todo el dolor y la barbarie de la segunda guerra mundial para que, al final, se construyeran algunas asociaciones mundiales que, en un principio, facilitaron unos años de relativo progreso y bienestar (la llamada “Golden age” del capitalismo), pero que hoy son absolutamente insuficientes y contraproducentes. Me asusto porque temo que no hayamos aprendido aquella lección, y que será necesaria otra hecatombe mucho peor que aquella guerra mundial, para ver si nos decidimos a crear instituciones mundiales de convivencia.

2.- Un posible ejemplo ilustrador.- Como ambos somos católicos quiero ponerle un ejemplo de nuestra historia pasada. En los albores de la Modernidad, hace ahora unos cinco siglos, hubo un momento en que también la historia dejaba sentir la necesidad de esa autoridad mundial (si cabe llamar mundo a la Europa de entonces). Y fueron los papas quienes, indebidamente, se arrogaron esa misión, aprovechando el poderío espiritual y unificador que entonces aún tenía el papado y el poder temporal que entonces tenían los papas. Desde esta pseudosíntesis entre lo temporal y lo espiritual se arrogaron los papas una potestad indebida para dictar algunas normas supranacionales.

Algunas veces eso acarreó beneficios. Por ejemplo: evitó guerras entre España y Portugal, asignando límites a las pretensiones conquistadoras de cada cual; y también suavizó en favor de los indios muchas pretensiones inhumanas de los conquistadores: ahí está Paulo III condenando la esclavitud de los indios y amenazando incluso con excomunión a los conquistadores que tuvieran indios esclavos. Cosa que no ocurrió en el Norte, como usted sabrá.  

Se podrá discutir si entonces no había otra solución, si quizás fue un mal menor pero, a pesar de todo, un mal: pues ese poder era ilegítimo. San Roberto Belarmino, teólogo más bien conservador pero dialogante, escribió que “el papa no es soberano del mundo en lo temporal”. Y Sixto V puso su obra en el Índice de libros prohibidos.

Además de ilegítimo, ese poder papal era arbitrario: supeditado a las cualidades personales de distintos papas, como bien mostró Paulo IV dedicándose a quemar libros como quien quema hojarasca, para limpiar el bosque de la cultura... Hoy hemos aprendido ya hasta qué punto el ser humano suele apelar a Dios para todo lo que le conviene: un poco como, en esta sociedad laica, apelamos muchas veces a la democracia para justificar lo que nos conviene.

Armas en EEUU
Armas en EEUU

Y sobre todo, esa autoridad papal autoasignada, además de injusta y arbitraria, fue factor decisivo en la aparición de la Reforma protestante y de la fractura de la Iglesia. Hoy creo que todos los historiadores coinciden en esta apreciación

3.- Una tarea decisiva.- Historiadores más apologetas podrán decir que así se evitó antaño “la amenaza del turco”, como diría San Pío V (el de Lepanto), y como me dirá usted que está eliminando la amenaza de la futura tiranía china. Pero el problema no es (¡ni puede ser!) qué país manda en el mundo, sino al revés: que en el mundo no mande ningún país sino una autoridad mundial reconocida por todos.

En este contexto hubiera sido mucho mejor una reunión de todos los países americanos, para llegar a un acuerdo sobre cómo constituir una autoridad americana reconocida por todos, que no dependa del poder militar y económico y que quizá pueda ir mutando con el tiempo. En Europa estamos buscando algo parecido y tampoco sé si lo conseguiremos porque es una tarea difícil y la pecadora pasta humana tiende a aprovecharse de estas grandes misiones en beneficio propio.

 Si todo esto sucediera, habríamos dado un buen paso hacia una mundialización justa, que todavía quedaría lejos de la meta y necesitará de mucho diálogo y paciencia. Pero al menos podríamos pensar que, aunque el camino sea duro, vamos en la buena dirección. Si no, prefiero no pensar en el mundo que dejamos a nuestros hijos o a nuestros nietos y que algunos de nuestros jóvenes ya parecen intuir.

Ignacio Ellacuría habló de una civilización de la sobriedad compartida como única salida para nuestro mundo. Creo que hay que añadir a eso una organización mundial con una autoridad universal a la que corresponda sobre todo el control del armamento: que los cascos azules sean del color que quieran, pero que sean los únicos cascos.

Ese es nuestro dilema futuro: acabar con los muy ricos y con las armas, o acabar con nosotros.

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