en La Vanguardia, 04,06,23 Lo genial de la Trinidad

La Trinidad es una aclaración de la frase del Nuevo Testamento: Dios es Amor. Quiere decir que el Fundamento y Razón Última de todo no es una especie de Soledad Absoluta sino un misterio de Comunicación infinita y Amor infinito.

ser persona humana no es ser mero individuo sino ser individuo comunitario,La Trinidad es así lo más opuesto a la cosmovisión capitalista: la libertad capitalista es la negación del amor

Con permiso del señor Kant, que lo consideraba una irracionalidad, sostengo que, aunque no fuera verdad lo de la Trinidad, la intuición de una unidad ternaria como clave última del ser, es de lo más genial que ha aparecido en la historia humana. Veamos.

La Trinidad es una aclaración de la frase del Nuevo Testamento: Dios es Amor. Quiere decir que el Fundamento y Razón Última de todo no es una especie de Soledad Absoluta sino un misterio de Comunicación infinita y Amor infinito.

Ricardo de san Víctor explica que si Dios es Amor, el amor necesita alguien igual a Él que sea digno de ese amor y por quien pueda ser amado de manera digna de Él (amor no es lo mismo que misericordia: esta nace de él, pero se dirige a alguien inferior e indigno de ese amor). Además: cuando dos iguales se aman, reclaman algo exterior a ellos y común a ambos que los une de manera todavía más intensa (en la experiencia humana, el hijo puede ser atisbo de eso; como también aquella definición de que el amor no consiste en estar mirándose uno al otro, sino en mirar ambos juntos hacia una meta exterior)

He ahí lo que en nuestro pobre lenguaje llamamos “Palabra” de Dios y “Espíritu” de Dios. De ahí puede brotar otra analogía no comunitaria sino individual; y nos muestra que la mayor unidad es la que encierra algo de pluralidad: vida y amor son las dimensiones últimas de nuestro ser. Pero una vida en plenitud implica la conciencia de que se vive y la alegría derivada de ese vivir. También el amor pleno supone la conciencia de que se ama y el gozo de esa conciencia del amor. Ese gozo une inseparablemente nuestro amor y nuestra conciencia de amar.

Esa experiencia humana es tan cierta que ha podido surgir fuera del cristianismo. El hinduismo (que algunos califican como la religión más monista) acuñó la expresión “Sat-Cit-Ananda” (ser, conciencia de ser y alegría de ser). Otra vez el atisbo de que la mayor unidad no es una especie de identidad vacía, sino que incluye algo de pluralidad.

Así se comprende que los grandes místicos cristianos hayan sido siempre profundamente trinitarios incluso en épocas en que la teología había reducido el misterio de la Trinidad a una especie matemáticas irracionales. Además, eso nos obliga a rehacer la visión del ser humano de nuestra modernidad, que incurrió en el error de un individualismo craso y deforme: ser persona humana no es ser mero individuo sino ser individuo comunitario. La Trinidad es así lo más opuesto a la cosmovisión capitalista: la libertad capitalista es la negación del amor. Marx intuyó algo de eso cuando (¡antes de meterse en economía!) definió al hombre como “ser genérico”, pero no supo integrar al individuo en ese ser genérico. Y lo comunitario se convirtió para Marx en una libertad solo nominal.

Si las cosas son así, el anuncio de la Trinidad es una excelente noticia para nosotros: el Fundamento y Razón última de todo es un Amor infinito que nos sitúa en un marco de esperanza y de optimismo, más radical que todas las experiencia negativas de nuestras vidas, hijas de nuestra limitación y de que, como decía Jesús, el camino que conduce hasta allí es “senda estrecha” y no autopista cómoda.

Todo eso supera nuestra razón. Pero con cierta ironía, quisiera decir que la misMa razón nos muestra su propia superación, precisamente en el campo que parecería el más racional: las matemáticas. Buscad la raíz cuadrada de dos: es un número inexistente, irracional. El mayor acceso a él se obtiene dividiendo la hipotenusa de un triángulo por uno de los catetos pero, aun así, si elevas al cuadrado el resultado de esa división, tampoco dará exactamente dos. No obstante, ese número inexistente funciona en cálculos prácticos y permite resolver algunos problemas técnicos: como si la razón nos dijera que hay algo que se escapa a ella pero no es necesariamente falso porque puede funcionar bien (como ya intuyera el matemático Pascal).

Lo que sí puede brotar de ahí es el aviso y comprensión de hasta qué punto nosotros podemos falsificar a Dios. Lo veremos otro domingo.

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