A los muertos del 1-O

Hay profecías que se hacen para que no se cumplan y con el deseo expreso de que no se cumplan. Una de ellas es la que intitula estas líneas: el próximo 1 de octubre habrá muertos. Y además, para mayor dolor, muertos que no servirán para nada.

El grado de ceguera y de obstinación al que han llegado las dos partes hace temer eso. No sólo parecemos ir hacia un choque de trenes, como ya se ha dicho, sino que vamos hacia él a velocidades de 200 kms. por hora. Y, peor aún que a un choque de trenes, a lo que vamos es a un encontronazo de talibanes: los de la policía patriótica por un lado y los de la destitución de quienes dudan por el otro. En esos contextos en los que ya nada importa sino salirme con la mía, los muertos vienen muy bien: tener un mártir siempre sirve para canonizar la propia causa. Y como esto vale para los dos bandos, lo probable es que los haya en ambas trincheras, quizá sin saber ni cómo ni por quién. A propósito del luctuoso aniversario de Miguel Ángel Blanco ya pudimos comprobar entristecidos cómo las víctimas sólo interesan a los políticos en cuanto son fuente de votos. Nada más.

Y lo más irracional es que ambos caminan hacia ese trompazo en situación bien difícil y complicada. El pobre Puigdemont, casi a punto de ser devorado por ERC, que se ha ido revelando en los últimos años como una auténtica mantis religiosa: el insecto que devora a todos los machos con los que se aparea. Así hizo con el PSC y con Iniciativa en el pasado. Así está haciendo ahora con lo que queda de Convergència que, de haber elecciones, se desintegraría un poco más, para engordar a Esquerra que, además guarda la baza del chantaje por la corrupción y los tres por cientos cada vez ya más innegables… (Oh Pasqual Maragall de ayer: ¡qué lástima tu Alzheimer de hoy!).

En ese contexto Puigdemont, más que salvar a Catalunya está intentando salvar a su partido y trata de ganarse, para ello, un papel y una aureola de héroe de la independencia. Como si fuera un nuevo Álvarez de Castro o un nuevo Palleter de un nuevo 2 de mayo. Pero su drama es que sólo puede hacer eso en una relación sadomasoquista con ERC, vigilada además, desde cerca, por la domina CUP.

Por el otro lado Rajoy, dicho sea con lenguaje evangélico, tiene gran capacidad para ver la paja en el ojo ajeno, pero es absolutamente ciego para ver, no ya la viga sino, el tapón que lleva en sus propios ojos. Con sus evidencias mal aplicadas, cuando le dicen que tiene un tumor en Cataluña, se limita responder que los tumores son contrarios a la salud y que él no quiere saber nada de cosas contrarias a la salud. Mientras tanto, el tumor crece, sospechan muchos que puede haber degenerado ya en tumor maligno, y él sigue impertérrito arguyendo que ir a médicos sería dar importancia a algo contrario a la salud y que él no puede hacer eso. No sé yo qué pasará el 1 de octubre. Pero lo que todo el mundo sabe menos don Mariano, es que después del 1 de octubre seguirá habiendo en Cataluña bastantes mentalidades heridas, obstinadamente ciegas y totalmente decididas a seguir adelante a costa de todo lo que sea y sin escrúpulos de ninguna clase. Y esas mentalidades no van a desaparecer por arte de birlibirloque.

Antaño era tópico, hablando de Catalunya, evocar el seny y la rauxa: el sentido común y la rabia. La mejor definición de la hora presente es que van a chocar dos rabias muy enrabiadas, y, además, disfrazadas las dos de sentido común. En una situación así será muy difícil que no acabe habiendo muertos. Quisiera, desde aquí, enviarles mi deseo de equivocarme y, si no, mi condolencia impotente.
Volver arriba