Los pederastas y los corruptos se os adelantarán en el Reino de los Cielos

Comprendo bien el escándalo y la indignación que puede suscitar ese título. Según y cómo, yo soy el primer indignado.

Pero ese escándalo puede ayudarnos a comprender el impacto de la misma frase cuando Jesús la dijo referida a “publicanos y prostitutas”. La terminología de Jesús ya no nos escandaliza: hoy no hay publicanos (al menos con ese nombre), y las prostitutas son hoy, en un 90 %, víctimas de la trata de blancas, cosa que no ocurría entonces: mientras que la meretriz de Lucas 7, parece ser una prostituta de aquellas “de alto standing”. (Prescindiendo ahora de si se identifica o no con “la Magdalena” del capítulo siguiente, pregunta que en mi opinión no tiene respuestas científicas sino sólo sentimentales)

Por ambas razones, los términos de la denuncia de Jesús ya no hieren nuestros oídos. Pero si situamos esa terminología de Jesús en su época, resultan ser dos de los calificativos moralmente más escandalosos. Se comprende así la reacción de “ganas de acabar con él”, que provocaba Jesús en los doctores y cumplidores. Y la que nos puede provocar a nosotros hoy, su parodia en mi título.

Porque, por otro lado, las víctimas son para Dios más sagradas y más dignas de cuidado de lo que puedan serlo para el mejor de nosotros. Y los pederastas y los corruptos le provocan a Dios más dolor y más indignación de la que pueden provocar a cualquiera de nosotros y a todos los bien-pensantes de nuestros días. Aquí aparece lo que el japonés Kazoh Kitamori califica como el dolor de Dios y que define así: “el amor de Dios triunfando sobre su ira”.

En nosotros, tan incapaces de amar, es casi imposible que nuestro amor triunfe sobre nuestra ira. Tenemos tanta capacidad para condenar como incapacidad para compadecer al que condenamos. Aquello de “odiar al pecado y amar al pecador” nos lo aplicamos a nosotros y a nuestras pequeñas (o grandes) infidelidades. Pero si intentáramos llevarlo a la práctica, tendríamos que añadir a todo cuanto estamos condenando (¡y con plena razón!), otra palabra dirigida a esos ejemplos de bajeza moral: pederastas y corruptos. Una palabra más o menos como ésta:

Condenamos vuestros actos pero no queremos condenar a vuestras personas. No sabemos cuántas veces se cumple aquello de que el verdugo de hoy fue una víctima ayer. No podemos ser jueces de nadie porque eso sería erigirnos en dioses. También para pederastas y corruptos sigue habiendo hoy una posibilidad y una oferta de rehabilitación y de perdón. También para vosotros sigue vigente la palabra bíblica: “aunque vuestros pecados sean rojos como la grana (y lo son) pueden volverse blancos como la nieve”.

En los mundos de ETA y de las FARC colombianas se han dado historias estremecedoras de reconciliación y de abrazo entre víctimas y verdugos. Que no han tenido publicidad: porque el bien no hace ruido y la publicidad del mal genera muchos más ingresos. Pero que devuelven al género humano una calidad humana y una posibilidad de admiración, mayores que todo el desprecio que merecemos con tanta frecuencia. Y si somos cristianos, sabemos que por un pederasta o un Bárcenas arrepentido habrá en el cielo más alegría que por todos nosotros.

Tomar en serio las palabras de Jesús no significaba, por tanto, cohonestar a los publicanos y las prostitutas. Pero sí que es una llamada a no sentirnos superiores a ellos. Cuentan que el gran Francisco de Asís, ante cualquier crimen o atrocidad moral de que tenía noticia solía exclamar: “yo en su lugar quizás habría hecho lo mismo”. Era una manera de no sentirse mejor sino, simplemente, privilegiado, más afortunado y, precisamente por eso, más responsable. Y solo si intentamos acercarnos a esa manera de sentir, evitaremos ponernos por encima de ellos.

Algo de eso lo intuía el genio de Nietzsche en su denuncia de la moral como hipocresía. Pero esas palabras del loco de Basilea nosotros las aplicamos solo cuando los otros nos hablan de moral. No cuando moralizamos nosotros. Con lo que acabamos dándole la razón sin querer.

Y dejando a Nietzsche, eso mismo es lo que quiere decir Pablo de Tarso en los capítulos 9-11 de su carta a los romanos, hablando de la relación entre judíos y paganos. No niega nada de la bondad y de cierta superioridad de aquellos (“de ellos son las promesas etc.”). Pero al aplicarse esa superioridad a sí mismos y no a la elección de Dios, se han quedado por detrás de los paganos, y Dios se ha valido de ese pecado suyo para abrir las puertas a los de fuera: se creyeron hijos de Jacob y han acabado siendo hijos de Esaú, dice Pablo aludiendo a esos dos hermanos bíblicos. Para añadir en seguida que si ahora los paganos se sienten superiores a los judíos, dejarán de ser la iglesia de Jacob para pasar a ser la iglesia de Esaú. Y Dios se vuelve entonces a los judíos. Y así se vale Dios del pecado de todos, para salvarlos a todos.

Pablo no tenía el don de la expresión clara: era demasiado impetuoso para ser diáfano. Por eso se enreda algo en sus explicaciones y prefiere terminar con mil exclamaciones de asombro sobre los designios y la sabiduría de Dios, las cuales le permiten callar. Pero creo que al menos podemos intuir por dónde va. Y me permito añadir, por si a alguien le es útil, que el comentario a esos capítulos 9-11, en el libro de Xavier Alegre sobre la carta a los romanos, me parece de lo mejor, no solo de ese libro de Alegre sino de cuanto se ha escrito sobre esos capítulos.

En cualquier caso, no debemos sentirnos mejores sino solo más agradecidos y más responsables. Y ¿no parece que, si intentáramos sentir algo de eso, será mucho más fácil la convivencia humana que hoy se está degradando a niveles alarmantes?
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