El patriarca de Jerusalén celebra el Domingo de Ramos en una martirizada Tierra Santa Pizzaballa: "Jesús entra en Jerusalén, sin retroceder, eligiendo la paz"

Misa de Ramos en Jerusalén
Misa de Ramos en Jerusalén Custodia de Tierra Santa

"Jesús se prepara para su muerte y ordena los hechos de tal manera que quede claro el significado que debe tener esta muerte"

"Jesús entra en Jerusalén, sin retroceder, pidiéndonos sólo que levantemos los ojos para ver hasta dónde llega el amor del Rey que eligió la paz"

Con el Domingo de Ramos entramos en la Semana Santa, la celebración de la hora en que Jesús revela definitivamente el misterio del amor del Padre por la humanidad.

Llegamos a este umbral después de haber recorrido las diferentes etapas de la Cuaresma.

Y lo hicimos con esta mirada, la de quien se deja sorprender por la manifestación de un Dios "al revés", un Dios diferente y alejado de cualquier forma posible de poder, de fuerza, de grandeza.

El Evangelio de hoy (Mc 11,1-10) nos lleva en esta misma dirección.

La peculiaridad de este pasaje es que, si por un lado relata la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, por otro se detiene durante mucho tiempo en detalles aparentemente secundarios.

Siete de cada diez versículos (Mc 11,1-7) están ocupados por la descripción de los preparativos para la entrada.

Hasta que llegó la hora, nadie había podido imponer las manos sobre Jesús (Jn 7,30). Pero en el momento en que llega esta hora, ya nada puede detenerlo, y él mismo se disponer a preparar el acontecimiento: envía a dos discípulos a un pueblo a buscar un pollino, prevé que alguien se opondrá, sugiere las palabras que decir ... En definitiva, una preparación hecha con mucho mimo, sin dejar nada al azar.

Jesús hará lo mismo más tarde (Mc 14,12-16), en la Última Cena que quiere vivir con sus discípulos: enviará a dos discípulos a la ciudad, donde encontrarán a un hombre con un cántaro, les pedirá que lo sigan, les confiará las palabras que deben decir...

Jesús prepara su muerte y no la prepara solo, como tampoco vivió su vida solo: sus discípulos participarán en esta preparación.

Pero, ¿por qué tanta atención a los preparativos?

Jesús se prepara para su muerte y ordena los hechos de tal manera que quede claro el significado que debe tener esta muerte.

En la Última Cena tratará de decir a sus discípulos que su muerte no será un fracaso, ni el fin de todo, sino la culminación de una vida entregada por amor. Y que este don sea como un pan partido, sea el alimento y la fuerza para su nuevo camino, para su comunión fraterna.

La entrada en Jerusalén está cuidadosamente preparada por Jesús para que quede claro el estilo mesiánico que Jesús ha elegido y al que permanece fiel hasta el final.

Como Jesús es rey, puede entrar en Jerusalén a caballo y no a pie, como estaba previsto.

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Como es rey, puede quitarle la montura a uno de sus súbditos.

Pero como es un rey manso, su montura será la de los siervos, y no la de los poderosos.

Y como es un rey que viene a dar, y no a usurpar, pide prestado un caballo, pero se cuida de decir que lo devolverá inmediatamente (Mc 11,3).

Además, para los habitantes de Jerusalén y para los peregrinos que han subido a la fiesta, será evidente la referencia de los gestos de Jesús a la profecía de Zacarías (Zac 9,9-10), que anuncia la llegada de un rey pacífico y manso, un rey que entra en la ciudad montado en un pollino para anunciar la paz no sólo a Jerusalén, sino a todas las naciones.

Por eso, se puede desatar el pollino en el que montará Jesús: la Palabra vuelve 5 veces en pocos versículos (Mc 11,2.4.5), para decir que la profecía se ha desatado, se ha cumplido, y por fin ha llegado un rey capaz de traer la paz.

Marcos especifica que nadie había montado aún en este pollino (Mc 11,2): hasta ahora, en efecto, ningún rey había sido un rey de paz.

Hemos visto que el pollino, desatado y usado por Jesús, será devuelto inmediatamente. Inmediatamente es un adverbio que el evangelista Marcos usó muchas veces en su Evangelio.

Puesto que el tiempo se ha cumplido (Mc 1,15), la salvación está aquí, está presente. Por eso, cuando Jesús se encuentra con alguien, inmediatamente sucede algo: inmediatamente desaparece la lepra (Mc 1,42), inmediatamente se levanta el paralítico (Mc 2,12), inmediatamente la lengua se suelta (Mc 7,35). Todo en Marcos es apresurado, está presente, excepto una cosa, que es el reconocimiento de Jesús como el Mesías: cuando las personas curadas, o los demonios, quieren proclamar que Jesús es el Hijo de Dios, Jesús retrasa este momento, lo pospone, para que no se le dé un sentido distinto al que Él quiere darle.

Ahora estamos al final del Evangelio, y es hora de revelar el sentido propio de su vida.

Y lo que se pospuso, es decir, la revelación plena del Mesías como siervo sufriente, es ahora un hecho presente, de modo que el pollino puede ser devuelto inmediatamente a su legítimo dueño: la revelación se ha cumplido.

Marcos usará este adverbio sólo dos veces más: en la traición de Judas (Mc 14,45) y en la negación de Pedro (Mc 14,75): ante el escándalo de esta revelación, se produce la reacción del hombre, que se cierra inmediatamente a la idea de un Dios derrotado y sufriente.

Lo mismo sucederá con la multitud en Jerusalén: acogerá inmediatamente con alegría la entrada de Jesús, pero inmediatamente después esta misma multitud clamará para matarlo (Mc 15,11-14), como los que se asemejan al pedregal de la parábola, que cuando escuchan la Palabra la acogen inmediatamente (Mc 4,16), pero en la dificultad se desvanecen inmediatamente (Mc 4,17).

En su hora, Jesús se revela como un Mesías que se debilita por amor.

No elimina la fragilidad y la debilidad, sino que las convierte en el lugar de la mayor revelación de su amor.

Para todos nosotros, inconstantes e incapaces de dejarnos amar de esta manera, Jesús entra en Jerusalén, sin retroceder, pidiéndonos sólo que levantemos los ojos para ver hasta dónde llega el amor del Rey que eligió la paz.

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