"Como si se estuviese jugando un drama de estructura horizontal y vertical" Mandianes: "Todos los carnavales son el mismo carnaval, una celebración funeraria"

Carnaval. Galicia
Carnaval. Galicia Miguel Villar

"El carnaval es tan viejo como el tiempo y tan nuevo como los deseos y las pasiones. es lo eternamente nuevo…un caos organizado, un mundo más allá de toda esperanza o desesperanza, pone ritmo al desorden caótico de la multitud"

"Pero el carnaval, en cada aldea, en cada ciudad, en cada lugar, se celebra a su manera y en el mismo lugar, puede, y así suele ocurrir, cambia cada año, al menos en algunos detalles"

"Como si se estuviese jugando un drama de estructura horizontal y vertical de grandeza aplastante, de medidas excesivas"

"Cada cara concentraba el universo y el universo se reflejaba en cada cara. Todos eran uno y cada uno era el único extraño a si mismo"

Todos los carnavales son el mismo carnaval, una celebración funeraria. Por definición. Todo enmascarado es un ser que viene del otro mundo. El carnaval es tan viejo como el tiempo y tan nuevo como los deseos y las pasiones. es lo eternamente nuevo. El carnaval puede fatigar, pero no cansa porque es soñar y nadie se cansa de soñar porque soñar es olvidar. El carnaval, un caos organizado, un mundo más allá de toda esperanza o desesperanza, pone ritmo al desorden caótico de la multitud.

A partir del momento en que se está en carnaval, muchos circunspectos ciudadanos que durante el año no se permiten nada, abandonan súbitamente toda seriedad. Cada yo es un saco de deseos inconfesables, intrascendentes, violadores, y, vestido con vestidos fantásticos hechos de harapos, se sentía el centro del universo. Uno de los atractivos del carnaval es que rompe la monotonía de la continuidad y nos permite ser lo que quisiéramos ser y olvidar lo que en realidad somos. “Solo disfrazado es cuando soy yo” (Pessoa, Libro del Desasosiego)

Carnaval

Pero el carnaval, en cada aldea, en cada ciudad, en cada lugar, se celebra a su manera y en el mismo lugar, puede, y así suele ocurrir, cambia cada año, al menos en algunos detalles. La multitud iba creciendo, las gentes se frotaban unas contra las otras y, con el aliento mutuamente que sale de sus bocas como de una bodega de aguardiente, se calentaban mutuamente. Reían como locos, los unos se enzarzaban en los abrigos y bufandas de los otros y cada vez se apretaban más y nadie podía avanzar un paso ni tampoco retroceder. Se arrojaban puñados de confeti y de harina. En las encrucijadas se hacían remolinos y nadie sabía ni podía coger en ninguna dirección. Al levantar la cabeza se veían siempre las mismas casas, las mismas máscaras. Como si se estuviese jugando un drama de estructura horizontal y vertical de grandeza aplastante, de medidas excesivas. Imposible imaginar todo lo que allí iba, había, se veía, se sentía. Cada cara concentraba el universo y el universo se reflejaba en cada cara. Todos eran uno y cada uno era el único extraño a si mismo.

Manuel Mandianes, antropólogo del CSIC y escritor. Su último libro, 'En blanco', novela

Primero, Religión Digital
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