"Los catecismos nos lo han suspendido 'a divinis'" Dios no es Dios

Antonio Aradillas
Antonio Aradillas

Como si su oficio-ministerio no fuera otro que el de estar sempiternamente al acecho de “travesuras morales”

Un Dios “interpretado” en exclusiva, autorizada e “infaliblemente”, por célibes –curas, Papas, obispos…- , difícilmente se acercará a la verdadera realidad de la vida y de las relaciones humanas, forjada  de besos, caricias, abrazos, ternura, disculpas, respeto, comprensión...

Empeñados todavía en educar nuestra fe, solo o fundamentalmente con sangre, cruces, martirio y muchos ángeles malos

Entre unas cosas y otras, con sentimientos y, en ocasiones, con resentimientos, dolor y congoja, los cristianos rondamos con demasiada frecuencia las lindes de la desesperación, al ofrecérsenos ”religiosamente” una imagen de Dios que nada tiene que ver con el Dios del evangelio, que trinitariamente en Cristo Jesús es y ejerce de Padre y nos salva, con la inspiración, fuerza y ayuda del Espíritu Santo.

El Dios que se nos predica en los catecismos, homilías, sermones, Código de Derecho Canónico, cartas pastorales, Tribunales Eclesiásticos… y en tantos otros medios de comunicación, y de los otros, tiene poco de Dios, y menos de cristiano. De evangelio, casi nada de nada. Para unos y para otros, es un Dios  “ateo”.

Las connotaciones que se nos destacan de Dios son las coincidentes como todo- poderoso,  creador, sabedor de todos los secretos, intimidades e intenciones,  castigador de vivos y muertos, y como si su oficio-ministerio no fuera otro que el de estar sempiternamente al acecho de “travesuras morales”  y pecados, que hombres, mujeres y aún niños tuvieran que confesar, con el decidido  propósito de enmienda y dolor de corazón.

Aún en las mismas confesiones, si estas se atuvieran a lo legislado, y a las interpretaciones de teólogos y de moralistas estrictos, el número de los que salvan su fe, y pudieran salvarse en el “Más Allá”, sería muy escaso, sin apenas tener en cuenta el misterio de la redención encarnado en Cristo Jesús, en la Virgen y en los santos.

Un Dios reduplicativamente inmisericorde, justiciero, inhumano y cruel, rígido e inexorable, jamás será un Dios teológico, cuya imagen hayan podido diseñar desde los estudios, la gracia de Dios, la lógica, el sentido común y el conocimiento natural de los seres humanos, con sacrosanta mención para padres, madres, hermanos y amigos. Un Dios “interpretado” en exclusiva, autorizada e “infaliblemente”, por célibes –curas, Papas, obispos…- , difícilmente se acercará a la verdadera realidad de la vida y de las relaciones humanas, forjada  de besos, caricias, abrazos, ternura, disculpas, respeto, comprensión, intuición, talento y apretones cariñosos que se cultivan en todas las familias, y amigos “bien avenidos”.

Un Dios reduplicativamente inmisericorde, justiciero, inhumano y cruel, rígido e inexorable, jamás será un Dios teológico


El Dios –padre y madre-  apenas si tiene cabida en los manuales de teología y, por supuesto, en la predicación popular, y en la catequesis familiar y parroquial desde  los primeros años de vida. Tampoco tiene acomodo fiable, tangible y educador en la mayoría de las procesiones que se organizan “por esos mundos de Dios” de la religiosidad popular, empeñada todavía en educar nuestra fe, solo o fundamentalmente con sangre, cruces, martirio, caídas, muchos ángeles malos, y muy pocos buenos, repudiando la hermosa posibilidad de proporcionarle a la comunidad cristiana parte de la alegría de la que  tan necesitada se encuentra, a la vez que ejemplos  para ser imitados y vividos en la caridad y en la común-unión, que es esencia y fundamento de la religión cristiana.

Dios –Jesucristo actúa y actuará permanentemente como maestro, hermano mayor, Hijo del Hombre, es decir, “uno cualquiera”,  redentor, compañero, compasivo, misericordioso, intercesor, mediador, hijo de María, encariñado con otra María -la de Magdala-, huésped de la casa de Lázaro, Marta y María, confidente de la Samaritana,  amigo de sus amigos, leal, incondicional y dispuesto siempre a partir el pan, la paz y el milagro.

Dios es Dios y ya está. Es de lamentar que sin piedad, sin teología, y sin sentido común, se intente hacer creer a propios y a extraños que Dios es malo, ruin, e injusto, reprobador y sancionador de los malos, con inclusión en este destino y tarea, de niños y niñas, solo con que unos y otras ya estén a punto de ser declarados por la sociedad, o la familia, como “poseedores del uso de razón”.

Redimir el sacrosanto nombre de Dios de espantosos sermones y aterradores escarmientos y castigos, con  “eternización” de las penas del infierno, a cualquiera le tendrá que parecer una barbaridad, un desvarío y un disparate. Jamás lo consentiría la Virgen María.

Lamentablemente, entre unos y otros, es decir, entre todos, a Dios, también al cristiano, nos lo han “suspendido “a divinis”, que es una de las fórmulas canónicas administrada por las curias eclesiásticas, sin conmiseración, y conminatoriamente, aunque el papa Francisco se empeñe en la tarea de conferirle generoso curso legal sobre todo al respeto, a la piedad, y a la misericordia, tanto dentro como fuera de la Iglesia.

Juan Bautista y Jesús, en el Jordán
Juan Bautista y Jesús, en el Jordán

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