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"Su cuerpo menudo albergaba la revolución teológica más importante del siglo XX"
Nos ha dejado como si no hubiese una línea divisoria entre la vida y la muerte, entre el aquí y el allá, entre el barro y el cielo, entre lo eterno y lo efímero. Efectivamente, y a la edad de 96 años, el apóstol de los pobres, el padre, o uno de ellos, de la Teología de la Liberación, el peruano a quien ningún poder terrenal -incluido el eclesiástico- logró derribar, nos ha dicho “hasta pronto”.
En ese cuerpo menudo, como el del mismo Juan de la Cruz, de quien escribió con una lucidez como pocos lo han hecho, se encerraba y se transparentaba, al mismo tiempo, la revolución teológica más importante del siglo XX. Una revolución que no trajo consigo, si nos paramos a pensar sólo un poco, nada nuevo sino una anámnesis de lo que ocurrió hace ya más de dos mil años y que casi se nos ha olvidado por completo: que Jesús de Nazaret no apareció en la historia para aquellos soberbios, prepotentes, tiranos y dictadores -incluso los de carácter suavón, que los hay “a patadas” en nuestra vida cotidiana- que se creen en posesión de la verdad, que se atreven a hablar de Dios, que se atreven a pronunciar su nombre desde sus púlpitos dorados; que Jesús de Nazaret no vino para esa raza de víboras, sino que vino a este espacio y tiempo para ser-con-los-pobres, para vivir junto a ellos, para sentir compasión, para acariciarlos y curarlos, para mirarlos y sanarlos, para hablarles y salvarlos.
Eso fue precisamente a lo que se dedicó este dominico tardío (ingresó en la Orden de Predicadores con casi 70 años) desde las aulas y desde el fango: que la Resurrección de Jesús, que profesamos los cristianos, ha ocurrido desde el principio de los tiempos y que, por tanto, la liberación, la esperanza, la compasión, el amor, la igual, la fraternidad y la sororidad no forman parte de un montón de papeles o de expedientes humanos que aguardan en un despacho a ser atendidos, sino que forman parte de una radical urgencia universal que no conoce la expresión “vuelva usted mañana”.
Les animo desde aquí a que lean algo del inmenso legado que nos ha dejado Gustavo Gutiérrez o a que escuchen por Internet algunas de sus conferencias. No les dejará, estoy seguro, indiferentes. Justo ahora cuando ha fallecido me encuentro leyendo La densidad del presente, obra publicada por ediciones Sígueme en 2003. Y, por favor, no dejen de creer que la comunidad que inauguró Jesús de Nazaret sigue siendo posible aunque hayan pasado dos milenios.
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