"En los últimos siglos la Iglesia no ha rechazado de un modo consecuente el orden capitalista" Indignados de evangelio y hacia una primavera de la Iglesia: El 15M de Francisco

Papa de la primavera
Papa de la primavera

"La tarea esencial de la Iglesia no consiste sólo en ofrecer una pequeña ayuda de consuelo a sus fieles, sino en defender y promover la vida humana, que es la creación que Dios ha puesto en manos de los hombres"

"Ésta es la primera tarea de la Iglesia: Salir de sí, para que los hombres descubran a Dios como Padre generoso que engendra vida y la mantiene porque quiere, es decir, porque nos quiere"

"La iglesia no existe simplemente para decir la verdad (como si fuera algo externo a ella), sino para 'ser' verdad, como el mismo Jesús"

"Jesús nos sigue llamando a la gran 'indignación' activa, al servició de la creación de Dios, es decir, de la resurrección"

Digo 15M en referencia a los “indignados” que hace diez años (15.5.2011) quisieron iniciar en Madrid un movimiento de transformación, que en parte ha sido asumido por el conjunto de la sociedad, en parte se ha vuelto un “partido” que genera interrogantes en el conjunto de la población, y en parte parece estar siendo rechazado por una política de seguridad económico/nacional triunfante.

Tomo como referencia (parábola de fondo) el 15M de Madrid, pero me ocupo más bien de un 15M de fondo de la Iglesia católica, partiendo del programa de Iglesia propuesto por Francisco en su exhortación Evangelii Gaudium (24N 2013), leída a la luz del Concilio Vaticano II, y en especial de una encíclica de Pablo VI (Ecclesiam Suam).

La encíclica de Pablo VI Ecclesiam Suam (1964) constituye el mejor resumen a interpretación del Vaticano II. Aquel papa pedía a los cristianos que pasaran del paradigma de la verdad sabida, que se impone a la fuerza, al paradigma del diálogo humilde y fecundo con la cultura y vida de la humanidad. Como se sabe, aquel “programa” dejó pronto de aplicarse, en una iglesia que tuvo miedo del diálogo y quiso imponerse de nuevo como autoridad sagrada.

Papa anticapitalista

Francisco empezó su andadura eclesial con Evangelii Gaudium, 2013), pidiendo a la Iglesia no sólo que dialogue con los de fuera y los de dentro de sí misma, sino que salga de su estructura de seguridad sacral y social, volviendo con los “indignados” de Cristo en la Plaza de los descartados y excluidos, pobres, enfermos y oprimidos, para caminos de humanidad. Francisco pedía a los cristianos que primereen con Jesús, que abandonen su lugar asegurado y se involucren en la marcha de los rechazados y borrados de la vida. Este fue y sigue siendo su mensaje, reformulado de un modo “universal” en Laudato si (2015), una encíclica “indignada”, en contra de los “señores” del poder y el capital, que, por su egoísmo, están poniendo en riesgo la vida de todos, mientras ellos (los privilegiados) gozan por unos años, mientras provocan el “diluvio”.

Indignación ante un mundo en riesgo de muerte

La tarea esencial de la Iglesia no consiste sólo en ofrecer una pequeña ayuda de consuelo a sus fieles, sino en defender y promover la vida humana, que es la creación que Dios ha puesto en manos de los hombres. Éste es el principio de la indignación cristiana, que se muestra en el Éxodo como “ira creadora”, llamado a Moisés para que liberes a los hebreos de Egipto. Es la indignación de Jesús, formulada de manera fuerte por el evangelio de Marcos, cuando dice que él vino a llamar y liberar a las “ovejas” aplastadas, derribadas por el suelo, a merced de los prepotentes. Esta es la “ira” de Dios que San Pablo ha formulado de manera escalofriante en la carta a los Romanos (¡precisamente a los romanos).

Tanto Pablo VI como Francisco supieron que no podemos retroceder a unos planteamientos anteriores al Vaticano II. Han cambiado los tiempos, y debe cambiar la Iglesia, desde la raíz del Evangelio. En este momento (15M 2021), sólo podemos realizar nuestra “misión” y ser testigos de Jesús si nos arriesgamos a salir por fin de la fortaleza sitiada de una Iglesia que se había mantenido a la defensiva, como entidad social y espiritual. Se trata de salir con Jesús, para dialogar y aprender (Pablo VI), para ofrecer una experiencia y tesoro de vida en medio de un entorno amenazante, peligroso (Francisco).

Pablo, en el areópago

Como salió Jesús, como hizo Pablo

 Jesús abandonó los caminos asegurados de una buena Ley que santificaba un tipo de vida fijada en sí misma, para situarse “fuera”, en los lugares donde padecían cojos-mancos-ciegos, expulsados e impuros, para iniciar con ellos un camino de evangelio. Como salió Jesús, así debemos hacerlo nosotros, portadores de su mensaje, no para crear una Iglesia cerrada otra vez, sino para promover un movimiento de comunión (Pablo VI) y transformación desde evangelio (Francisco).

‒ Retomamos de esa forma la misión de Pablo, que descubrió sorprendido, emocionado, la nueva y más honda “estrategia” creadora de Dios, que no se revela a través de un Hijo de David triunfante, según la carne, sino por medio del Señor Crucificado (Rom 1, 2-3). Por eso, salió de la Iglesia-Sinagoga de un tipo de judeo-cristianismo, para plantar su “tienda” en el espacio público de la cultura helenista, en los suburbios y villas miseria del imperio romano, dialogando con un mundo que otros juzgaban condenado de antemano. Este Pablo pide a los cristianos que abandonen un tipo de “ley” inmutable, para ponerse al servicio de la revelación del Dios que ama a los gentiles, expulsados, condenados, para ser así de todos.

De esta “salida” de Pablo, que anuncia y promueve el mensaje del Cristo Crucificado en un mundo radicalmente distinto, sigue viviendo la Iglesia. Ciertamente, Pablo no fue el único misionero cristiano; estaban antes que él y con él las mujeres de la pascua, con Pedro y Santiago, con los zebedeos etc., pero su “salida” fue la más significativa, y a ella tenemos que volver, para recrear el evangelio, pues solamente aquello que cambia permanece.

Ésta es la primera tarea de la Iglesia: Salir de sí, para que los hombres descubran a Dios como Padre generoso que engendra vida y la mantiene porque quiere, es decir, porque nos quiere, empezando por los pobres, enfermos y excluidos, los antiguos y nuevos paganos (en sentido popular de la palabra: los que “pagan” por las culpas de los otros). Éste es el punto de partida de la experiencia radical de Pablo, que la nueva indignación de muchos en la “plaza” del sol de la vida nos ayuda a comprender.

Iglesia samaritana

Ante los indignados de Francisco. Una iglesia de humanidad

Ésta a su juicio la tarea de la Iglesia: Poner su tienda caminante (como hizo Jesús, cf. Jn 1, 14-15) entre y con los hombres y mujeres de las plazas del mundo. Ésta es la tarea del “humanismo de Dios”, que ha salido de sí, que se ha encarnado, para que la vida de los hombres sea su Reino, es decir, el lugar de su presencia.

En este momento (15M 2021) debemos asumir y promover los valores de la creación, al servicio de la madurez de unos hombres y mujeres que quieren producir para gozar, pero, sobre todo, para desarrollarse y vivir como personas, como quiso Pablo VI (Populorum Progressio (1967), a fin de que ese progreso esté al servicio de todos, y en especial de los más pobres como ha puesto de relieve el Papa Francisco (Evangelii Gaudium y Laudato si).

Ésta es la tarea, el primer servicio de la Iglesia: Salir de sí, buscando el bien de los seres humanos, empezando por los menos valorados, promoviendo un progreso de humanidad. Entendida así, la Iglesia es una comunidad excéntrica: Tiene su centro fuera de sí misma. Sólo en la medida en que sale y busca el bien del ser humano es portadora de la salvación de Dios.

Ciertamente, la Iglesia ha realizado grandes obras; ella ha sido promotora de una globalización positiva de la humanidad, de una comunicación abierta a todos los hombres y los pueblos de la tierra, en forma de terapia personal y social:

Iglesia

Iglesia, una terapia personal. El evangelio presenta a Jesús como sanador, un hombre al lado de los hombres y mujeres más enfermos, aquellos que han caído en manos de una “cadena destructora” que podemos llamar “diabólica”, para curarles como personas, al servicio de la “mística de la vida”, de la madurez de conciencia, de la paz interna y externa.

Iglesia, una terapia social. La Iglesia debe ofrecer signos de presencia de Dios (=de humanidad) que se concretizan en la experiencia social de sus miembros, llamados a compartir la fe, para convivir en amor abierto a todos. Ella ha de aparecer así como “ciudad elevada”, pero no en sí misma, sino en la montaña del mundo, no para sí misma, sino para que todos puedan venir, ofrecer y compartir vida, en clave libertad para el amor (cf. Mt 5, 14; Ap 21-22).

 Una iglesia que se convierte

No tiene que empezar pidiendo a los otros que lo hagan, sino convertirse ella misma, “a capite et in membris”, como se decía en otro tiempo, empezando por la cabeza, y siguiendo por los miembros:

Parte de la Iglesia no ha superado un orden social clasista. Ciertamente, ella ha proclamado la comunión de todos los hombres (Gal 3, 28), pero de hecho ha terminado aceptando un tipo de estructura dominante, estableciéndose un modelo jerárquico de vida, que no responde al ideal de fraternidad universal del evangelio (cf. Mt 23, 8-12). De esa forma, ella ha dejado de apoyarse en el Jesús que muere al servicio del Reino, y, en contra de eso, ha querido fundarse en un Señor pascual de poder, no de comunión de vida.

Iglesia libre

‒ Ella ha pactado con frecuencia con poderes de “seguridad” nacional y estatal. Ella comenzó a vivir fuera del orden del Estado, durante siglos (tiempo de las “catacumbas”), para ofrecer su testimonio de humanidad abierta a todos, pero luego pactó con el imperio romano y bizantino y, de un modo especial, con los nuevos reinos cristianos, identificándose con estados y naciones, a menudo enfrentadas entre sí, llegando a imponer su “poder” por medio de las armas.

‒ Finalmente, en los últimos siglos (decenios) la Iglesia no ha rechazado de un modo consecuente el orden capitalista, defensor en teoría de la libertad individual, pero creador de una estructura social injusta (satánica). Ella ha querido aparecer como promotora de un Reino de Dios, pero de hecho ha buscado su propio poder.

Éste es el contexto donde la Iglesia debe cambiar más hondamente, volviendo a salir fuera de sí misma, para poner su palabra (su enseñanza) y testimonio al servicio del Reino de Dios. La iglesia no existe simplemente para decir la verdad (como si fuera algo externo a ella), sino para “ser” verdad, como el mismo Jesús (Jn 14, 6). Sólo así, saliendo fuera de sus muros de poder sagrado, abandonando su alianza con los poderes establecidos y con una economía al servicio de sí mismo (del capital), ella puede ser signo y presencia del Reino de Dios (de Dios hecho Reino de los hombres).

 Una iglesia en contra del desencanto

Los deseos de cambio de los últimos decenios (especialmente de la década de los sesenta a los ochenta del siglo XX), que tanto prometían, en línea de progreso y liberación social, no lograron cumplirse, y parecen habernos dejado tan mal o peor de lo que estábamos. Las utopías ligadas en parte al marxismo han perdido su capacidad de convocatoria, por su propia violencia, sus errores y fracasos económicos, y también por la mayor capacidad de penetración del neo-capitalismo, con la adoración del Becerro de Oro. En esta situación nos cuesta creer en la política en la que, por otra parte, en contra de lo que sucedía en otro tiempo, parecen comprometerse y triunfar sólo los más aprovechados, al servicio del Capital, convertido de hecho en único poder dominante.

Iglesia

En esa línea, parece que la sociedad se está estabilizando, encerrada en la “caja de hierro” del Sistema, bajo el dominio de los poderes fácticos (dinero, ansia de poder, grupos partidistas) sin que exista un deseo eficaz de transformación social en profundidad, al servicio de los hombres y los pueblos.

En esta situación resulta esencial que la Iglesia plante su tienda en la nueva ciudad del mundo, en la calle, en los barrios, no para tomar el poder (o actuar como aliada y justificadora de un nuevo Imperio), sino para devolver a las personas la confianza en sus posibilidades personales y sociales, de apertura a la Vida y de vinculación mutua. No se trata de inventar algo que no existiera, sino de que la iglesia sea sacramento del pan compartido, es decir, de la comunión social concreta, entre gentes que dialogan (Pablo VI) y se ofrecen mutuamente “vida”.

Frente al fracaso y desencanto de un tipo de política, la Iglesia ha de elevar más alta fe en la comunión interhumana. No se trata de crear un partido más (de ser partido), ni de bendecir naciones y estados, en sentido político, sino de animar la vida social, en todos los planos, sin tomar el poder de un modo directo, pero potenciando el surgimiento de una conciencia más honda de humanidad correlacionado en servicio mutuo, en forma social.

No se trata de crear simplemente una comunión de meros “indignados” que protestan en contra de las condiciones sociales de injusticia que han surgido, pero es evidente que la unión de los cristianos en forma de Iglesia tiene un elemento fuerte de “protesta”, es decir, de indignación en contra del poder social injusto que domina en gran parte del mundo. Sin esta fuerte “reserva profética” al servicio de la justicia y de la solidaridad carece de sentido la iglesia.

Iglesia-sueño

No basta más dinero, y más libertad para el mero dinero

Parecía que la nueva economía capitalista podría resolver nuestros problemas, trayendo sobre el mundo la riqueza y reconciliación final, vinculando a todos los hombres en tono a un Capital y Mercado entendidos como espacio de comunicación universal. Pero, de hecho, esa economía se ha vuelto idolátrica, principio de opresión, pues ella pide cada día el sacrificio de más personas. Una pretendida “libertad económica”, en manos de algunos “sabios” que dirigen de un modo aparentemente científico, pero en realidad ilusorio, el mercado del capital ha desencadenado grandes crisis que están poniendo en riesgo el futuro de la humanidad. Pues bien, en esa situación, la iglesia está llamada a mantenerse en actitud de esperanza activa, de paciencia creadora, denunciando el tipo de “dinero actual” (simplemente “más dinero del sistema” como idolatría.

Un tipo de dinero que buscamos (por el que votamos) es un bien (mejor dicho, un mal) ilusorio, de carácter básicamente financiero, que se separa a los hombres de los “bienes reales” (tierra, comida, objetos de consumo) y especialmente del trabajo, para convertirse en un Mammón antidivino y antihumano, como dice Jesús en Mt 6, 24.

En esa línea, hombres y mujeres (incluso a veces el mismo Vaticano) han tenido que vender el alma (es decir, su libertad) poniéndola en manos del dinero. Eso no implica simplemente más “paro” (gente sin posibilidades trabajo), y más injusticia social (mayorías marginadas y hambrientas, sin medios de producción ni de consumo), sino un rechazo de los grandes valores religiosos y racionales (éticos) que habían dirigido por siglos la vida de los pueblos. Muchos hombres y mujeres (grandes masas, naciones enteras) se encuentran al borde del abismo, ante una nueva esclavitud, tan perversa o peor que las anteriores, descrita por la Biblia Biblia, desde Dan 2 y 7 hasta Ap 12-18.

Iglesia sueño

De la paciencia resignado a la indignación activa

En esa situación, la paciencia debe hacerse indignación, protesta en contra de la opresión del dinero/capital. Lógicamente, muchos siguen sintiéndose indignados, y otros quizá más numerosos simplemente derrotados. Ha nacido el desencanto, crece la indignación, y en un momento dado pueden surgir grandes protestas, con riesgo de violencia externa, aunque los medios técnicos y militares de los dueños del capital hacen difícil que las protestas puedan cristalizar en forma de auténticas revoluciones. En ese contexto ha de situarse la respuesta de la Iglesia, una actitud que está en el fondo del mensaje de Francisco:

Fe comprometida contra el desencanto de fondo. La iglesia tiene que mostrar con su vida que nuestra situación no es “irremediable”, como no lo era la del Imperio Romano en tiempos del Apocalipsis, sino que deriva de una maldad “diabólica” creada por la misma historia humana, en contra de la voluntad de Dios. Lo peor del sistema financiero es que muchos sienten que resulta insuperable, que no tenemos más remedio que someternos y aceptarlo. Otros piensan que toda ideología engaña, que está hecha para enmascarar y pervertir, de tal forma que tras esta perversión actual vendrá otra, quizá mayor, de tal forma que no tenemos remedio.

Abriendo caminos de esperanza, en medio de estas condiciones adversas. Se trata de mostrar, de manera práctica, que el Capital Financiero es un ídolo sin vida en sí (en sí mismo no es nada) y que, sin embargo, chupa la vida de los hombres. Hay que mostrar su falsedad, como los profetas de Israel mostraron la falsedad de los ídolos entonces, mostrando el engaño y perversión de aquellos que consiguen pronto (sin escrúpulos) mucho dinero, utilizando métodos injustos.

Crear espacios reales de fraternidad, comunidades que resistan y vivan de un modo intenso y gozoso, compartiendo lo que son y lo que tienen, saliendo del sistema financiero que todo quiere controlarlo. En este contexto, la Iglesia tiene que ser ella un germen de fraternidad, saliendo de sí misma, situándose como protesta activa en medio de la plaza de este mundo, con un gesto que no es puramente testimonial, sino que va marcando caminos y signos de nueva humanidad.

En este contexto se sitúa la indignación profética de Jesús cuando eleva su voz y su gesto contra aquellos que oprimen a los pobres y manejan la ley a su servicio, manipulando la palabra de Dios. Cuando parece que no hay lugar para la protesta, que no tiene sentido enfrentarse con el mal, Jesús nos sigue llamando a la gran “indignación” activa, al servició de la creación de Dios, es decir, de la resurrección. En esa línea puede y debe reinterpretarse el mensaje de diálogo de Pablo VI (en contra de sus posibles contradicciones posteriores) y el programa de “salida evangélico-social” de Francisco (en contra de las posibles vacilaciones de su política eclesial).

Iglesia sueño

Por una Iglesia mejor informada

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