"El confinamiento nos encierra en un presente absoluto" Manuel Mandianes: "Lo que hace cada miembro de la comunidad repercute en todos"

Confinamiento solidario
Confinamiento solidario

"El hecho de vernos privados de las referencias de espacio y tiempo habituales: la calle, el bar, la oficina, la fábrica, el horario, nos obliga a inventar nuevas"

"Este enemigo, insolente como un niño, ha convertido las ventanas de la ciudad en copas de árboles"

"El virus nos está llevando al fondo de nosotros mismos"

El hecho de vernos privados de las referencias de espacio y tiempo habituales: la calle, el bar, la oficina, la fábrica, el horario, nos obliga a inventar nuevas referencias. Las ventanas, el ascensor y las escaleras, la calle y las plazas, el metro y el bus, se habrán convertido en lugares de encuentro. Todas las horas del día habrán ganado importancia, para leer, para dialogar, para escuchar música. Este enemigo, insolente como un niño, ha convertido las ventanas de la ciudad en copas de árboles que hacen de las calles bosques que braman con la música y en talleres de creatividad.

Estos días, aquí entre nosotros, muchos hombres y mujeres se hacen cargo del sufrimiento de los demás, transforman el egoísta en amor que origina en ellos la compasión y esta los lleva a luchar sin cuartel contra el dolor jugándose la vida a cada instante en la calle, en los hospitales, en la carretera, en los supermercados, en las granjas, en el campo. Los demás, en cumplimiento de las normas, no salimos de casa y con aplausos, con música, y los creyentes con oración y plegarias, ayudan a los que actúan. A esto le llamó Schopenhauer unión mística de la compasión, y los teólogos cristianos “Cuerpo místico” y “Comunión de los santos”. Lo que hace cada miembro de la comunidad repercute en todos y lo que hacen todos repercute en cada uno. La obligación del Gobierno es poner en manos de los que actúan los medios necesarios para su actuación eficaz y de atar en corto a los que, pensando en ellos solos, con actos de autoafirmación histérica se ponen el mundo por montera y ponen en peligro a todo el mundo.

"A esto le llamó Schopenhauer unión mística de la compasión, y los teólogos cristianos 'Cuerpo místico'"

Nuevos proyectos que hasta ahora no se instalaban por falta de espacio, se instalarán sin espacio físico porque el virus nos ha obligado a marchas forzadas a poner en práctica el teletrabajo que favorece la flexibilidad y la libertad de los trabajadores con ventajas para la empresa, la vida familiar y las relaciones sociales. Habremos aprendido a utilizar las pantallas para comunicarnos, para crear solidaridad y que el otro es un amigo necesario para poder seguir viviendo, y un enemigo potencial. 

El instinto primario, elemental, de mantenerse en la vida a todo precio consiste en la autoafirmación y salvar el propio yo en el tiempo y a través del tiempo por encima de todo. En una situación límite como la de confinamiento, exige saltarse las normas que la oprimen y, si es necesario, enfrentarse con las instituciones que no lo permiten porque el confinamiento nos encierra en un presente absoluto concediendo a los que nos lo imponen la gestión absoluta de nuestro futuro. El instinto salvaje, primario, pide saltarse las reglas porque, piensa: la vida, el mejor bien, se nos escapa entre los dedos mientras estamos aquí encerrados. Algunos, sin darse cuenta, lo que buscan es escapar de su corazón en tinieblas.

A pesar de ver todos los días actos de generosidad, bondad y solidaridad, llevadas al extremo, como lo hacen los que por los demás se están jugando la vida contra este enemigo, fuerte y veloz que nos doblega y nos iguala a todos, seguirán admirándonos, asombrándonos y estremeciéndonos.

Epidemia de coronavirus
Epidemia de coronavirus EFE EPA / RICCARDO ANTIMIANI

Este enemigo, genio prodigioso e inolvidable, atrevido e insolente como un niño, al que hemos ignorado por sencillo, ante el que nos hemos quedado mudos como tocados por un rayo, nos ha despertado del sueño de bienestar inviolable, ha convertido las ventanas de la ciudad en copas de árboles que hacen de las calles bosques que braman con la música y ha llenado el mundo de miradas bellísimas. También despiertan comportamientos, más de animal salvaje que de personas, debidos más a la ignorancia y a la angustia que a la valentía y mala voluntad. El virus nos está llevando, a nosotros viajeros de un camino incierto, al fondo de nosotros mismos y enseñado a mirarnos al espejo y soportar la servidumbre de estar con nosotros mismos, de bañarnos en nuestras propias ondas. A mucha gente le habrá servido para ver reforzada su fe y a otros para poner en duda su fe en la Providencia. A muchos agnósticos, puede haberles puesto en cuestión su fe en la capacidad absoluta de la inteligencia y la ciencia para explicar, prevenir y resolver las catástrofes.

Sabremos apreciar la serena y beneficiosa rutina porque habremos sabido lo que supone de desgaste y preocupa lo de inventarlo todo sobre la marcha. Nos habrá enseñado que sin fútbol también se vive pero no sin agricultores, ni sin transportistas, ni sin sanitarios ni sin vendedores; a distinguir entre el grano y la paja. La salvación está en “convertir la autoafirmación en una instancia colectiva” y prescindir de las diferencias que, en muchos casos, son profundamente satisfactorias. Cuando cada uno pretende salvarse por su cuenta se llega al estado de barbarie. El conocimiento de la otra mejora el conocimiento de mí mismo.

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