"Y ser claro en el ser, decir y hacer. Al menos lo más posible. Porque no se trata de ser exitoso sino de dar frutos" Papa Francisco: Palabra rezada

"Francisco siendo Bergoglio ya había decidido ocupar una de las habitaciones del Hogar Sacerdotal porteño de la calle Condarco, no sólo como muestra de que no tenía nada propio sino como un ejemplo más de cuánto confiaba en la Providencia"
"Se trata de un halo de solidez, fruto de la determinación y la claridad en su ser, decir y actuar"
"Ese hacer, decir y ser de Francisco no por irrespetar a quienes piensan distinto, sino para que la Iglesia sea lo que debe"
"Ese hacer, decir y ser de Francisco no por irrespetar a quienes piensan distinto, sino para que la Iglesia sea lo que debe"
| Alberto Roselli, diácono y periodista
Pensando mansamente en aquellas cosas que marcaron el pontificado del Papa Francisco, se van apareciendo como características que, a mi criterio, le han dado color propio a su magisterio y su paso por la historia.
En la columna anterior resaltábamos aquello de renunciarse al “todo yo”, a la propia fama, a las reservas que se justifican como “necesarias” para garantizarse la propia vida, el propio sustento, el “qué voy a hacer cuando deje la parroquia o la diócesis” (Papa Francisco: costo político).
De hecho Francisco siendo Bergoglio ya había decidido ocupar una de las habitaciones del Hogar Sacerdotal porteño de la calle Condarco, no sólo como muestra de que no tenía nada propio sino como un ejemplo más de cuánto confiaba en la Providencia.

En este caso quisiera compartir otro aspecto que, me parece, ha sido propio, específico del pontificado de Francisco: una especie de solidez difícil de explicar, una manera tan sencilla como compacta de actuar y de ser.
Sí, mientras más lo pienso encuentro estas palabras: diría que se trata de un halo de solidez, fruto de la determinación y la claridad en su ser, decir y actuar.
Hace unos días conversando con un querido cura que desarrolla su ministerio en pleno monte con gente más bien de personalidad y estilo particulares, me decía esto: “Francisco estaba todo el día ante en Señor, y lo que discernía ante Él, sin temor sino con responsabilidad plena, y sin dudar, lo decía, lo hacía y lo era”.
Me pareció hermosa esa expresión y que deja claro lo que habitaba el corazón del Papa argentino.
Por un lado, confianza plena en que si no fuera por el Señor, es imposible la tarea ministerial sea cual sea.
Por otro, sólo ante Él se encuentra a diario el modo de abandonarse de tal modo que salva de caer en la tentación del poder supuestamente otorgado por Dios y obrar en su Nombre, aunque sea eso un justificativo detrás del que se esconden los propios criterios personales.
Y en tercer lugar, el mantener clarísimo el objetivo: actuar donde a uno le toque, amando plenamente a la Iglesia concreta, con realidades y nombres propios, sólo (y nada menos) porque así lo quiere el Señor, evitando caer en la trampa de lo meramente institucional.

Y parece aquí necesario aclarar lo obvio: Ese hacer, decir y ser de Francisco no por irrespetar a quienes piensan distinto, sino para que la Iglesia sea lo que debe: anunciadora de Jesús resucitado a todos, en todos lados, más con obras que con palabras, evitando que en nombre de la Iglesia y de sus tradiciones puras, se constituya en un coto de crianza de mostruitos más interesados en el poder ejercido usando la culpa con objetivos económicos que para lo que fue creada.
Esto, que todos sabemos, pocas veces podemos verlo expresamente para resaltarlo; y no porque no haya ministros así, que lo hay –gracias a Dios- y lo hacen en lo secreto, sino porque verlo en un Papa de manera tan clara no sólo alivia sino que a la par, provoca y anima.
La unidad entre oración y acción; palabra y contemplación; interioridad y misión es más difícil explicarla que vivirla. Y un ejemplo fue el Papa Francisco.
A los ordenados se nos da el ministerio de la Palabra, pero no para usarla en beneficio propio ni para que el ambón sea un lugar personal, sino para que esa palabra sea siempre PALABRA de Dios. Renunciarse significa también morderse los propios criterios para que decir lo que el Espíritu quiere decirle a nuestra gente.
Y solamente será Palabra no propia sino de Dios aunque tome forma y modo personal –porque el Señor respeta nuestra personalidad y circunstancias- si nuestra palabra es rezada.
Y no digo “fue rezada”.
Utilizo el tiempo presente porque esa es la característica que el Papa Francisco demostró que es posible.

Estar de manera permanente ante el Señor no es la hipocresía de andar alabando y usando palabras y expresiones espiritualistas todo el día. Es pedir la gracia de que sea Él quien ilumine mi día y ser, en lo posible, normal; haciéndose uno con el otro y ver allí la Mano del Señor.
Y ser claro en el ser, decir y hacer. Al menos lo más posible. Porque no se trata de ser exitoso sino de dar frutos; y quien hace crecer es el Señor. Apenas si a veces nos toca arrojar la semilla.
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