Antonio Aradillas ¡Pobre Iglesia rica!

Antonio Aradillas
Antonio Aradillas

"Riquezas e Iglesia establecieron –y siguen manteniendo “oficialmente”- relaciones de indisolubilidad incuestionable"

"¿Cómo y quién les explica fiablemente hoy a fieles e infieles la situación político- religiosa, única en el mundo civilizado o por civilizar, que rige y define a los Estados Pontificios y al ejercicio de la autoridad plasmado en sus cánones, Constitución y estatutos?"

Todavía, y en gran proporción, dramatismo y hasta aburrimiento, el papa que sigue siendo y actuando como tal en la Iglesia, no es Bergoglio, “venido de allende los mares”, conocido y reconocido mundialmente como el papa Francisco… El papa es la Curia Romana representada  por no pocos purpurados del Colegio Cardenalicio  que fueran elegidos por sus dos antecesores en la silla de san Pedro.

Felizmente la luz, el sentido de la Iglesia sinodal “en salida”, junto con la infalible sintonía y encarnación en las realidades del mundo de hoy, se abre camino y hace aletear bandadas de esperanzas primaverales para los próximos años. La Iglesia comienza ya a ser otra. Es decir, la que siempre debió ser y en parte fue, sobre todo en la legitimidad de los primeros tiempos evangélicos y en tantas otras situaciones y personas, testimonios de la fe verdadera, predicada y ejemplarizada por Jesús.

De entre tantas manifestaciones y vivencias de la Iglesia que llaman con perseverancia mayor la atención de propios y extraños en la actualidad, el relacionado con la pobreza es de ineludible importancia y significación.

Se predica y se dogmatiza que la Iglesia es– tiene que ser- pobre de verdad, aportándose argumentos orales y escritos estampados en encíclicas, declaraciones conciliares, Cartas Pastorales y homilías parroquiales, pero la impresión que dentro y fuera de la sagrada institución se percibe en la mayoría de su jerarquía resulta ser lo contrario. Y conste que no se trata de percepciones aviesas y anticlericales. La mayoría de ellas saltan a la vista, están documentadas y hasta de las mismas alardean sus jerifaltes, como otros tantos signos-sacramentos de adoración a Dios y del poder terrenal y espiritual, que como sus representantes les han sido, les son y les serán concedidos “por los siglos de los siglos”.

Solideo
Solideo

Riquezas e Iglesia establecieron – y siguen manteniendo “oficialmente”- relaciones de indisolubilidad incuestionable  y objeto de pecado  para quienes dentro y fuera de ella, la cuestionen, con la adjudicación canónica “ipso facto” de sus anatemas y descalificaciones como  herejes, o decididos aspirantes a serlo.

¿Quién o quiénes, aún santos canonizados, miembros activos de su jerarquía suprema, vivieron y dieron testimonio de pobreza evangélica, y no solo por el desprecio-menosprecio de símbolos externos todopoderosos, endiosados y endiosadores, sino por el poder ejercido hasta sus penúltimas consecuencias, que ni pudieron, ni pueden, equipararse con el de cualquier Jefe de Estado, sátrapa, candidato a ejerciente de la escala de dictadores y además, y por supuesto, “en el nombre de Dios”? ¿Cómo y quién les explica fiablemente hoy a fieles e infieles la situación político-religiosa, única en el mundo civilizado o por civilizar, que rige y define a los Estados Pontificios y al ejercicio de la autoridad plasmado en sus cánones, Constitución y estatutos?

Además de “Cáritas”, instituciones, cofradías, organismos, Órdenes y Congregaciones Religiosas y algún que otro “santo” con pocas o nulas aspiraciones  a superar los procesos de beatificaciones o canonizaciones –por lo caros que resultan-, la Iglesia precisa muchos más gestos de pobreza, hasta dejar inexcusablemente patente su esencial condición de pobre- pobre de verdad y no de mentirijillas, y de oratoria sagrada.

A no pocos han convencido gestos recientes como el de la Iglesia evangélica luterana, fletando por su cuenta y riesgo, un barco para rescatar migrantes en el Mediterráneo. También a muchos les ha satisfecho la decisión de un potentado gallego financiando en sus cuatro provincias otras tantas residencias para ancianos y personas inválidos…

La Iglesia ha hecho, y hace, ejercicios de caridad y beneficencia, dignos de imitación y reseña. Su constatación es incuestionable. Pero la Iglesia es Iglesia. Y sus administradores jerárquicos han de hacerlo, y lo hacen “en el nombre de Dios”. No obstante, el testimonio de pobreza de la Iglesia no aparece mínimamente claro. Con desdichada frecuencia, más que testimonio, es anti-testimonio.

Aseverar que los obispos españoles son pobres -con todas sus consecuencias y estilos, sobre todo, palaciegos, poder, liturgia, ornamentos sagrados y cánones- es un atrevimiento, una ofensa y un pecado, cuya reparación podrían paliar un puñado de obispos pobres, procedentes de los países hispanoamericanos, que pastorearan nuestras diócesis con criterios y comportamientos mucho más cristianos…

Parábola del Buen Samaritano
Parábola del Buen Samaritano

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