"Mi Cristo es más milagroso que el tuyo" Santos (con o sin milagro)

El Señor Cautivo de Ayabaca
El Señor Cautivo de Ayabaca

Muchas veces no se dice, pero se vive con fuerza: “Mi cristo o mi virgen es más milagroso/a que el/la tuyo/a”

Hay algo muy común que nos conviene dejar muy claro: los santos no lo son por la cantidad o el tipo de milagros que han hecho, lo son porque en su tiempo y en su realidad trataron de imitar a Jesús

Más en concreto -este debió ser siempre el criterio de la Iglesia al declararlos “santos”- trataron de vivir a tope lo central y esencial del mensaje evangélico: el amor a Dios expresado en el amor a los hermanos

Estoy en Arabaca (Piura), acaba de pasar octubre, el mes del Señor Cautivo y estamos ya en noviembre, el mes de los Santos. Si por algo se caracteriza nuestro Señor Cautivo es por ser “un Cristo muy milagroso”. Sabemos bien de las “peleas soterradas” que hay entre nuestros fieles cristianos por centrar su devoción en los cristos o las vírgenes más milagrosos. Muchas veces no se dice, pero se vive con fuerza: “Mi cristo o mi virgen es más milagroso/a que el/la tuyo/a”. Lo que implicaría que en el cielo -¡dónde y cómo será eso del cielo!- debe haber un grave problema porque todos los cristos son uno solo -el Hijo de Dios y hermano nuestro-  y todas las vírgenes  son una sola, la Virgen María -la madre de Jesús y nuestra madre-. He hecho la prueba en preguntar repetidamente: teóricamente todos tienen muy claro lo anterior, que hay un solo Cristo y una sola Virgen María, pero a la hora de la práctica, de la verdad vivida, “mi cristo o mi virgen son más milagrosos que los tuyos”. Si no, ¿por qué Ayabaca sube en el mes de octubre de 7.000 a 200.000 h o por qué van 2 millones de personas a la procesión del Señor de los Milagros? Lo digamos o no, lo pensemos o no, “mi cristo es más milagroso que el tuyo”.

Te regalamos ‘Informe RD – Claves del Sínodo de la Sinodalidad’

Bajemos un escalón y hablemos de los santos. Y, quizás en Perú (y en otros países de A.L.) se vive más porque socialmente tiene una gran importancia el tema de los “padrinos y los compadres”. Y no sólo los padrinos de los distintos sacramentos, aunque también. Es muy usual el no acudir directamente a pedir un favor a la persona importante, sino hacerlo a través de “un padrino o una madrina” que creemos tiene gran acceso a esa persona. Ya en Castilla se acuñó el dicho popular: “el que tiene padrino se bautiza y el que no, no”, para expresar esa realidad que en A.L. se hizo mucho más común y fuerte.

Y ello pasó, no cabe duda, a lo religioso, concretándose en santos que, en la creencia popular o en la vivencia religiosa particular, ejercen frecuentemente su oficio de padrinos. A veces, para facilitar las cosas, los santos como que se han especializado en ser padrinos para determinadas causas. Y así tenemos -pongo solo un par de ejemplos- “santos especializados en resolver los casos imposibles”, o “santos especializados en las cuestiones amorosas como encontrar novio/a”. ¡Y vete tu a convencer a alguien, que lo cree a pies juntillas, que eso no es así o que fue una casualidad! En Perú, donde se vive tan fuerte lo del “padrinazgo y compadrazgo”, me he encontrado el caso extremo de ver una cruz donde se había sustituido la cara de Cristo en el centro por la cara de S. Martín… (¡Cómo llegar a Dios a través de su Hijo Jesús siendo mucho más fácil y eficaz ir a través de nuestro “Morenito”!)

Dejemos -por ahora- los cristos y vírgenes y centremos nuestra reflexión en los santos. Dejemos también, para otro momento, el que “haya santos mas milagrosos que otros o incluso el que los hayamos especializado”. Hay algo muy común que nos conviene dejar muy claro: los santos no lo son por la cantidad o el tipo de milagros que han hecho, lo son porque en su tiempo y en su realidad trataron de imitar a Jesús. Más en concreto -este debió ser siempre el criterio de la Iglesia al declararlos “santos”- trataron de vivir a tope lo central y esencial del mensaje evangélico: el amor a Dios expresado en el amor a los hermanos. Pienso, y creo no equivocarme, que la verdadera devoción se mantiene en los distintos lugares y las distintas épocas para aquellos “santos más normales” que lograron vivir de esa manera.

En el fondo se trata de ser “discípulos misioneros” (en lenguaje de Aparecida): hacer ese encuentro real con Cristo de que nos hablaba Benedicto XVI, “volver a la fuente y recuperar la frescura original del evangelio” (Francisco en E.G. 11), es decir, imitar a Jesús, vivir como Él y concretar en nuestra vida sus mismas actitudes y convertirnos luego en misioneros, anunciadores de la Buena Nueva. Y si se trata de eso, de ser “imitadores del Maestro”, ¿acaso no es más fácil imitar a uno de los nuestros y más cercano a nosotros, como el Morenito Martin de Porres? No cabe duda que cobra acá toda su fuerza lo esencial de la santidad: no lo fueron por los milagros que hicieron sino porque vivieron al estilo de Jesús. Y, por supuesto, nosotros tenemos relativamente fácil ser también santos si imitamos a “esos santos normales”.

Lo contrario nos lleva a la pasividad y al conformismo. Ni podemos imitar a los cristos y vírgenes milagrosos ni siquiera a los santos que, en muchas “historias” de los mismos, se nos quieren presentar como milagreros (afortunadamente no contamos con el poder de hacer milagros). Pero sí podemos imitar a quienes, como el Morenito Martín, se nos presentan tan cercanos (¡se hizo santo barriendo, con su escoba!).

Volvemos atrás para decir que no todo es negativo ni mucho menos en la religiosidad popular y en la manera de expresar y vivir la fe. Si en la sociedad “funciona y es eficaz” el uso de padrinos y compadres, nada raro en que se crea que funciona también en lo religioso. Nuestra gente lo intenta y expresiones tan cariñosas como “mi Cautivito” nos muestran esa cercanía y esa posibilidad de que Él nos eche una manito, o las dos, para reorientar y vivir bien nuestra fe. Lo tenemos claro, estamos llamados a ser santos: “Sean perfectos como es perfecto su Padre Dios” (Mt 5,48) o “Sean Misericordiosos como lo es su Padre Dios” (Lc 6,36) que, probablemente, lo entendamos mejor y nos sea más fácil. Así -y solo así- seremos santos.

Volver arriba