"La voz profética de la denuncia que se hizo partidista, personalista e infalible" Veinte años sin Sin o el solsticio de la voz profética: La transición del establishment eclesial desde las trincheras

"En los años más oscuros de la Ley Marcial del primer Marcos (1972-1986), Sin sin duda era un faro, una voz profética caracterizada por la denuncia"
"El Cardenal Rosales siguió las directivas tanto de Juan Pablo II como de Benedicto XVI quienes no favorecían una eclesiología muy vinculada al partidismo político"
"Rosales, un gran caminante en todos los sentidos de la palabra, prefirió los puentes y rechazó las torres; optó por ponerse de lado de los más pequeños, de los más pobres, de los perseguidos en vez de enfrentarse con los poderosos"
"Rosales, un gran caminante en todos los sentidos de la palabra, prefirió los puentes y rechazó las torres; optó por ponerse de lado de los más pequeños, de los más pobres, de los perseguidos en vez de enfrentarse con los poderosos"
| Macario Ofilada Mina
El 21.06.2025, hace 20 años, fallecía el cardenal Jaime Sin, arzobispo emérito de Manila en San Juan, Filipinas. Coincidía su muerte con el solsticio de verano, lo cual es significativo pues representaba una transición estacional en lo que al estilo pastoral se refiere. Se celebró una misa aquel día, por la mañana, en la Catedral presidida por el actual arzobispo, el cardenal José F. Advíncula. La homilía estuvo a cargo de uno de los delfines entonces de Sin, el ahora obispo de Balanga, Mons. Rufino Sescón. El sucesor inmediato en Manila de Manila, el cardenal Gaudencio Rosales, epicentro tanto de lo civil como de lo religioso en Filipinas, tenía durante su mandato otro talante.
Lo mismo se puede afirmar de los dos otros cardenales que eventualmente han llegado a ocupar la cátedra manileña. En los años más oscuros de la Ley Marcial del primer Marcos (1972-1986), Sin sin duda era un faro, una voz profética caracterizada por la denuncia. En este sentido, Sin ha seguido la estela del primer obispo de Manila, Mons. Domingo de Salazar O.P., quien, tras la estela de Mons. Bartolomé de las Casas, O.P., por su ministerio en el siglo XVI estableció que el titular de este sede ha de ser un ‘problem solver’ para sus fieles cuando se enfrentó a los poderes reinante entonces.
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Sin: La voz profética de la denuncia que se hizo partidista, personalista e infalible
Desde el inicio de la colonización española de Filipinas en 1565, siempre ha habido un maridaje entre lo civil y lo religioso. La iglesia se estableció como el establishment en convivencia hasta el punto de connivencia. Cuando inició Sin su mandato como el primado ‘de facto’ de la iglesia filipina la iglesia ya convivía con el Estado pero desde la trinchera si bien esta siempre ha sido privilegiada. En 1986, una revolución expulsó la dictadura y se encumbró la iglesia católica con Sin a la cabeza, por ser su rostro y voz más visible y audible debido a su amor mediático, hasta el punto de que este era considerado el cabeza de la iglesia católica filipina.
Tras el triunfo de aquella revolución, el establishment eclesial salió de las trincheras para ser el otro palacio, frente al de Malacañang, la residencia oficial del presidente de Filipinas. Podía decirse que gracias a Sin la Villa San Miguel (la antigua residencia oficial del arzobispo de Manila) era el otro eje de poder en el país. Evolucionó la voz profética de Sin, encumbrada en una época reminiscente de la época constantiniana. Desde el principio era una denuncia profética de actos y personas mas tras la revolución que encumbró al cardenal se desarrolló desde un estado de comodidad, una perspectiva de acomodamiento encumbrado por lo que se hizo voz más potente, una postura más contundente a la que todo católico filipino tenía que adherirse.
Dicho en otros términos, evolucionó a un partidismo especial, en que, bajo la luz cada vez más imponente de la infalibilidad clerical (en este caso cardenalicia), se seleccionaban a los que eran dignos de ser apoyados por la iglesia junto con ciertas posturas acerca de temas que en realidad son abiertos (como la legalización del juego, la evaluación de ciertas obras de arte o del cinema, la extensión de los mandatos de los mandatorios políticos, etc.). Y este partidismo infalible, que convirtió a Sin en una torre intocable, creció como un personalismo en que la figura de Sin se colocó en el centro, con la Eucaristía (las misas multitudinarias que le encantaban) y otras actividades religiosas se convirtieron en meros escenarios o fondos para su actuación pública. Sin, que en los años de la Ley Marcial era un conversacionista famoso, se volvió en un dicharachero incapaz del diálogo y de aceptar la crítica.

Rosales: Desde la limpieza a un activismo social al lado de las víctimas
Pero por dentro, la iglesia de Sin sufría de corrupción lo cual hizo necesario el nombramiento a la sede manileña de Gaudencio Rosales quien más de una ocasión confesó que tuvo que hacer limpieza en Manila. Asimismo confesó este que al entonces nuncio (Antonio Franco) no le agradaba cómo su antecesor protegía a sus delfines que utilizaba la sotana como tapadera para sus actividades no del todo honradas. También la iglesia de Sin se identificó, como ya queda dicho, con regímenes oligárquicos muy devotos que no han podido llevar a cabo las necesarias reformas socioeconómicas.
De ahí en la segunda mitad de su mandato largo al frente de Manila (es decir, tras la revolución filipina de 1986 cuando Sin llegó a la cima de su influencia) la iglesia como establishment en connivencia y convivencia con el estado ya empezaba a perder credibilidad a los ojos de muchos, empezando con los más pequeños de la sociedad. Y esta segunda mitad coincidió con la última enfermedad de Sin que perduró y que era como una noche larga para Manila. La Santa Sede optó por no nombrar un administrador apostólico durante ese tiempo largo de espera en que los delfines gobernaban Manila conforme a sus ideas hasta el nombramiento providencial de Rosales, entonces arzobispo de Lipa en la provincia de Batangas.
El prelado batangueño, quien gobernó la archidiócesis manileña de 2003 a 2011, era muy conocido por su voz profética en el sur. En Manila, Rosales, conforme a su estilo más cercano que se predecesor a las masas (y también a los curas) que se caracterizaba por un talante dialogal y abierto a la crítica sin pretensiones a la infalibilidad cardenalicia, evitó cualquier forma de partidismo eclesial y cualquier personalismo demostrada por su antecesor quien organizaba celebraciones eucarísticas masivas y las usaba como arma con la finalidad de convocar a las masas devotas para que estas secundaran determinadas posturas políticas. En la iglesia manileña de Sin parecía a veces que había una falta de sacralidad con respecto a las celebraciones litúrgicas en las plazas y en las calles, pues las mismas en muchas ocasiones tenían sabor partidista como aquella que exigía la dimisión o la expulsión del presidente Joseph Estrada en 2001, cerca de las dependencias del Senado filipino.
Al parecer, el Cardenal Rosales siguió las directivas tanto de Juan Pablo II como de Benedicto XVI quienes no favorecían una eclesiología muy vinculada al partidismo político. Don Gaudencio es un pastor consciente de los cambios y de las estratificaciones por haber venido de una diócesis pobre del sur sacudida por las fuerzas marciales de la dictadura marcosiana. Es un hombre que huye de los espectáculos no como su antecesor inmediato pero dejó oír una voz profética formidable en la capital filipina por medio de un acto en lugar de homilías inflamantes.
Rosales, un gran caminante en todos los sentidos de la palabra, prefirió los puentes y rechazó las torres; optó por ponerse de lado de los más pequeños, de los más pobres, de los perseguidos en vez de enfrentarse con los poderosos. Don Gaudencio escrutaba el horizonte desde las trincheras, mas sin partidismos ni personalismos y sin salir del contexto del establishment y su acomodamiento. En otras palabras, ha preferido ir a las cuestiones sociopolíticas, cual un activista social desde la fe cristiana, y no a las personalidades ni los hechos producidos por estas mismas mediante la denuncia. Esto lo ha salvado, a mi modo de ver, de cualquier pretensión a la infalibilidad cardenalicia.

Cautela. Prudencia. Siguen los retos después de Rosales
Está claro que desde Rosales se ha cambiado el estilo profético del arzobispo de Manila, del primado ‘de facto’ de Filipinas. Muchos añoran el estilo agresivo de Sin. Pero sus excesos, es decir, amén de las aparentes indicaciones desde arriba (desde tiempos de Juan Pablo II a quien no le agradó la actuación de Sin y de los obispos filipinos en la revolución de 1986 por su partidismo patente), hizo que los sucesores de Sin tomara otra opción. Quizá no tan ‘socialista’ o ‘activista’, por así decirlo, como el estilo de Rosales quien prefirió ponerse al lado de los más pequeños con su Pondo ng Pinoy (Fondo de los filipinos) que con su ‘teología de las migajas’ aboga compartir incluso lo poco que tenga uno, pues esto es una migaja que cae de la mesa y que podría o debería compartirse (Mt 15, 26).
Se nota la cautela de los sucesores de Rosales. Por ejemplo, del más renombrado papábile en el cónclave de 2025, Cardenal Luis Antonio Tagle (quien gobernó Manila de 2011 a 2019), ahora pro-prefecto del Dicasterio de Evangelización, quien fue nombrado por el papa Francisco a la dirección de Caritas Internacional, cargo que duró hasta que el mismo papa Francisco lo destituyó en una reforma necesaria. Tagle sí escribió y publicó pastorales que se conocen o recuerdan por su lenguaje prudente. Pero al menos una vez (Domingo de Ramos, 2018), sin mencionar a Rodrigo Duterte (que fue presidente de 2016 a 2022), denunció a los que se creen reyes en la tierra, con su actuación violenta, contrastándolos con el Rey de Reyes que es Jesucristo.
Lo mismo puede afirmarse acerca del actual arzobispo de Manila, el ya mencionado Cardenal Advíncula (arzobispo desde 2021), que, por ejemplo el pasado 27 de noviembre, a la luz del comienzo de lo que promete ser la peor crisis política en la historia del país (un enfrentamiento entre los Marcos y los Duterte hasta la iniciación del proceso de destitución contra esta última y a la luz del encarcelamiento en La Haya del patriarca de este último clan), publicó una pastoral que era una llamada cuidadosamente redactada a la unidad y oración en medio de las calamidades y las tensiones políticas.
Cautela. Prudencia. ¿Cosa de estilo pastoral? ¿Continuidad del estilo de Rosales conforme a las directrices de Juan Pablo II y Benedicto XVI? El estilo de Sin ciertamente tenía sus excesos llameantes. Y al de Rosales, tal vez, le faltaba fuego. Parece como que a partir de Rosales los pastores de Manila hubieran preferido no agitar, no echarle leña al fuego; ya no querían provocar demostraciones, marchas usando y manipulando la Eucaristía.
También parece que por el momento se ha disminuido el ritmo del Pondong Pinoy de Rosales, pues dados los cambios vertiginosos que han afectado la economía, a la gente le cuesta dar lo sobrante, las migajas, como pide el Evangelio. Y para más inri, mucho dinero se ha perdido, no solo por el azote de la pandemia, sino por la corrupción institucional incesante en gobierno. Todo esto ha desatado, junto con otros factores entre ellos los intereses dinásticos, la crisis actual filipina que promete ser un espectáculo, lamentablemente, muy pero muy sangriento. La historia sigue y los retos son imparables. Mas queda patente que la iglesia tiene que ser un establishment caminante y dialogante; extendido como un puente y no aislado como una torre infalible por la que se corre el riesgo de reducirse a un bastión del clericalismo. Se necesita el estilo profético adecuado cuyos rasgos generales hemos intentado definir. Y no va a ser fácil el maridaje estilístico deseable que ha de hacerse en múltiples niveles.
Sigue la búsqueda por la ‘combinación deseable’: Sal y luz de la tierra
Es comprensible la cautela y la prudencia de nuestros pastores. Mas se desea la busca incesante del estilo profético adecuado para estos tiempos más turbulentos que nunca. Tanto Sin como Rosales han enfatizado las perspectivas que juzgo principales. Aquel la de los culpables y hechos a los hay que denunciar. Este la de las víctimas de los hechos merecedores de las denuncias.
No necesitamos más personalismos, más partidismos de nuestros pastores, con su raíz en un clericalismo presuntuoso y elitista. Desde luego son preferibles los comunicados y documentos emitidos con cautela y prudencia, incluso con ‘el olor a las ovejas’ (que Rosales había ideado especialmente con su Pondo incluso antes del pontificado del papa gaucho). Pero puede que estos últimos resulten insípidos y lo que se necesita es la sal de la tierra que a la vez es luz para este pueblo que atraviesa otro túnel oscuro en su historia. Hay que evitar que se eche demasiada sal que fastidia el plato, por así decirlo. Es preciso, a tenor de ello, evitar tanto los excesos como los déficits.
Veinte años sin Sin, que son también veinte años sin Juan Pablo II, seguimos como iglesia peregrina buscando la ‘combinación deseable’ para la tarea inacabable e inabarcable del ‘problem solving’. Este período de ahora en adelante debería convertirse en la inversión de muchos años de sal y luz en las medidas pastorales deseables, con la finalidad de superar la dureza larga de los solsticios de espera y de transiciones, pues los problemas son incesantes e inacabables.
Denuncia, activismo social (con cautela y prudencia): La voz profética tiene muchas voces. El cóctel pastoral adecuado ha de incorporar muchos ingredientes y muchos pasos. Habrá que seguir buscando (y buceando por) el acorde más armonioso, es decir, el plan pastoral más factible, para aportar la mejor aportación a la solución de los incontables problemas con su constante contrapunto de valores que se vive en una nación en constante estado de ebullición y que se precipita al abismo desgarrador a causa del dominio de dinastías políticas opresoras. Estas últimas son, sin duda, los homólogos de los clericalismos en la otra ribera, en el otro eje de la misma esfera.
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