"Pentecostés nos abre a un tiempo (extra) ordinario" Cristóbal López Romero: "Los cristianos tenemos que 'salir del armario' y proclamarnos, sin vergüenza ni rebozo, hombres y mujeres resucitados"

"Es el momento de hacer que la Pascua dé fruto: fruto de paz, de alegría y de amor; fruto de justicia y de libertad; fruto de vida y de verdad. En nosotros y en el mundo"
"Es el momento de dejar el vestuario y de saltar al campo de juego para jugar el partido. Es el momento de abandonar la sacristía y el templo (volveremos cada semana allí para fortalecernos y orientarnos) y proclamar la Buena Nueva desde los andamios y las terrazas, desde las fábricas y las oficinas, en la familia y en el barrio, por las calles y plazas"
| Cardenal Cristóbal López Romero, arzobispo de Rabat
“Pentecostés no es el cierre o el final de la Pascua: es su explosión”. Esta frase, de José Luis Pinilla, jesuita, en artículo publicado en este medio, me ha iluminado y tocado en esta mañana de lunes después de Pentecostés.
Sí, hemos celebrado la Pascua durante 50 días casi a puerta cerrada. Ahora, con el impulso y la fuerza del Espíritu, es el momento y la ocasión de seguir celebrándola, más aún, viviéndola a cielo abierto, en salida, como los apóstoles; ellos abandonaron el Cenáculo y salieron al balcón, al espacio público.
Hemos disfrutado de la presencia del Resucitado entre nosotros, casi en intimidad. Ahora es el momento de publicar y de pregonar que Cristo ha resucitado. Y de mostrar al mundo, con nuestra vida, que su Resurrección es la nuestra, y que esa resurrección transforma nuestras vidas.

Los cristianos tenemos que “salir del armario” y proclamarnos, sin vergüenza ni rebozo, hombres y mujeres resucitados, hombres y mujeres nuevos, creyentes en el Dios que “tanto ha amado al mundo, que nos envió a su Hijo, no para condenar al mundo, sino para salvarlo”.
Es el momento de hacer que la Pascua dé fruto: fruto de paz, de alegría y de amor; fruto de justicia y de libertad; fruto de vida y de verdad. En nosotros y en el mundo.
Es el momento de dejar el vestuario y de saltar al campo de juego para jugar el partido. Es el momento de abandonar la sacristía y el templo (volveremos cada semana allí para fortalecernos y orientarnos) y proclamar la Buena Nueva desde los andamios y las terrazas, desde las fábricas y las oficinas, en la familia y en el barrio, por las calles y plazas.

Sí, Pentecostés es la Pascua que da fruto, es la explosión de la Pascua, es la difusión de la Buena Nueva… De ninguna manera es el cierre, el pasar página e ir a otra cosa. No podemos ir a otra cosa: Cristo ha resucitado y con su resurrección el cielo nuevo y la tierra nueva han eclosionado, el capullo se ha abierto en rosa, el brote se ha hecho rama, el Reino ha llegado.
Ya sí, pero todavía no. Todo eso es en esperanza, en semilla; no en plenitud. Por lo que la marcha continúa, los peregrinos seguimos marchando, el túnel se alarga… pero ya vemos el final, la salida. Eso nos da fuerzas y motivación en nuestro caminar.
Retomamos el tiempo ordinario como ocasión de vivir extraordinariamente la vida cotidiana, lo de todos los días, pero vivido con amor, vivido en la alegría de la resurrección, en la paz del Cristo que ha derribado los muros que nos separaban y ha hecho de todos un solo pueblo.
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