"Lo fascinante de la vida es que acontece" ¿Y después del Domingo de Resurrección qué?

Semana Santa
Semana Santa

"Entre vivir y tener una experiencia profunda de la vida hay una enorme diferencia. En estos tiempos de precariedad existencial, opciones fundamentales nos convocan para deconstruir sistemas, palabras y conceptos que parecían muy fijos"

"Después de Semana Santa, pasados todos estos momentos de intensidad religiosa, no sé si espiritual, ¿cómo seguir viviendo la vida diaria?"

"Es hora de salir de la parroquia y empezar a vivir, quizá así entendamos  dónde está verdaderamente el resucitado que nos llama a Galilea, es decir, nuestro lugar en el mundo donde la vida sencillamente es"

"La experiencia es una pasión, un suceso, un acontecimiento. Improgramable, implanificable, impensable… Padecer una experiencia es como salir de viaje, como ir de uno mismo hacia lo otro, hacia el otro"

“Y ahora, vayan a decir a sus discípulos: Ha resucitado de entre los muertos e irá delante de ustedes a Galilea; allí se dejará ver”. Mt 28,7

Entre vivir y tener una experiencia profunda de la vida hay una enorme diferencia. En estos tiempos de precariedad existencial, hemos estado delante de horizontes nuevos, opciones fundamentales nos convocan para deconstruir sistemas, palabras y conceptos que parecían muy fijos. La fe no ha escapado a ello, ¡siquiera no lo ha hecho! En este escenario vital sí que hay que hacer correcciones urgentes, las cuales permitan captar el espíritu liberador que la provoca. Vivir de la nostalgia del pasado es el caldo de cultivo para los fundamentalismos enfermizos camuflados de tradición.

Resurreccion
Resurreccion

Parroquias atiborradas de gente, sentimientos sacudidos, emociones refulgentes, turismo religioso, en fin, todo lo que provoca la celebración de la Semana Santa. Pasados todos estos momentos de intensidad religiosa, no sé si espiritual, ¿cómo seguir viviendo la vida diaria? Las imágenes que acompañan las procesiones se guardan, lo cantos propios de cada día Santo se silencian, las personas de catolicismo anual desaparecen hasta la próxima. Lo único que no se guarda y silencia es la vida llevada a cuestas que nos atraviesa a todos.

Es hora de salir de la parroquia y empezar a vivir, quizá así entendamos  dónde está verdaderamente el resucitado que nos llama a Galilea, es decir, nuestro lugar en el mundo donde la vida sencillamente es.

Seguir dependiendo de ritos y fachadas religiosas es muy peligroso en esta hora de la historia. Cuando la realidad embiste con fuerza poco o nada pueden hacer estas prácticas por nosotros. Lo fascinante de la vida es que acontece, allí no cabe nuestra manipulación, allí no llega nuestro ruego mezquino pensando que podemos cambiar todo a nuestro antojo con un trueque vulgar con Dios. Después de la Semana Santa la fe se empieza a legitimar en nuestra cotidianidad, no desde el espectáculo externo, sino desde las opciones que marcan nuestros pasos. Siempre será más cómodo para nuestra conciencia vivir cada año procesiones, penitencias, normas y ritos, pero el camino abierto por Jesús es otro y de hondas implicaciones existenciales. Por tanto, “si no hay compasión, tampoco hay caridad o amor verdadero y la fe no tendría consistencia real; por eso, quien no siente compasión no es un creyente” (Gustavo Baena, SJ – Revelación, teología, vida cristiana).

A partir del acontecimiento de la Pascua todo es distinto. Ya no se espera otra vida en el más allá, sino que se apuesta por una vida otra desde Jesús, aquí y ahora. De esta manera, Joseph Moingt, SJ, en su libro Creer a pesar de todo (p, 250), nos regala una provocaciónpreciosa para entender las implicaciones de la Pascua desde otro ángulo: “La escatología no consiste, por tanto, en decir: no viváis para el mundo porque tiene fin. Sino más bien: no viváis para poseer el mundo y dilapidarlo, sino vivid intensamente para convertirlo en un reino de justicia y de amor, pues lo encontraréis después de vuestra muerte tal como hayáis intentado construirlo para los otros; no os dejéis absorber, pues, por las cosas, por el egoísmo, por el dinero; comenzad a vivir desde ahora una vida de relación, porque esa será también la verdadera vida que os espera”.

La estela de la resurrección emerge desde la profundidad de la historia, desde las entrañas de la realidad. Dios es del más acá, en la Pascua de su Hijo se ha hecho nuestro para siempre. Aquí está lo definitivo para saber si hemos tenido una verdadera experiencia de fe. La gran tentación siempre ha estado presente, al alcance de nuestras posibilidades: es mejor quedarnos mirando al cielo (Cfr. Hch 1,11) y esperar que todo cambie por arte de magia. La fe que no se despliega en la experiencia resulta siendo anacronismo obsoleto y estorboso a la vida del ser humano. A propósito de esto:

La experiencia es una pasión, un suceso, un acontecimiento. Improgramable, implanificable, impensable… La experiencia es lo que nos sorprende, lo que nos rompe. La experiencia no es ni lo que hacemos ni lo que nos hace, sino lo que nos deshace. Padecer una experiencia es como salir de viaje, como ir de uno mismo hacia lo otro, hacia el otro, como abandonar el propio hogar e iniciar un paseo hacia lo desconocido, hacia lo indomable, hacia lo imprevisible.

La experiencia rompe todo solipsismo, toda afirmación absoluta, todo posicionamiento absoluto sobre uno mismo. Cuando alguien padece una experiencia -si de verdad es una experiencia y no un experimento – sufre una salida de sí mismo hacia el otro, o hacia sí mismo como otro, ante otro, frente a otro. Y en este salir de uno mismo hay una transformación. La experiencia nos transforma (Joan-Carles Mèlich – Filosofía de la finitud, p. 67.70).

Creer en la resurrección de Jesús implica vivir desde otro horizonte. No es una fórmula mágica que soluciona problemas, es ante todo una experiencia, una transformación radical que experimenta el ser humano. Muchos dicen tener fe en la resurrección, pero son los primeros en caer en desesperación; muchos dicen creer en la resurrección, pero siguen lamentándose en cementerios y osarios; muchos dicen creer en la resurrección, pero siguen teniendo miedo a la muerte; muchos dicen creer en la resurrección, pero sus justificaciones ante ella siguen engrosando su pánico; muchos dicen creer en la resurrección, pero no viven lo que celebran cada semana; muchos dicen creer en la resurrección, pero no saben amar en libertad al otro; muchos dicen creer en la resurrección, pero, ¿de verdad creen?

Dios se ha convertido en un experimento, por eso lo que llamamos “experiencia de Dios” no es más que una vivencia, no tiene poder de transformación real. Esto se ve claramente en el “después del domingo de resurrección”, cuando la vida sigue su dinámica rutinaria, cuando los problemas no se van, cuando las situaciones difíciles están y cuando la muerte se encumbra con furor, ¿qué ha quedado de la Semana Santa?

Estamos en Pascua, Dios es distinto, atisbemos en nuestra vida la experiencia que está brotando. Solo cuando nuestro testimonio sea capaz de decir sin una palabra: ¡verdaderamente ha resucitado! Seremos cristianos.

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