Las 'alarmas anti-heterodoxia' suenan día y noche Cuando la fe se vuelve trinchera: el fundamentalismo que quiere silenciar a Tucho y apagar la primavera de la Iglesia

El cardenal Fernández
El cardenal Fernández @Vatican Media

Tucho es su obsesión porque representa justo lo que no soportan: una Iglesia que no habla desde el miedo sino desde el Evangelio; un teólogo que combina fidelidad con inteligencia; un prefecto que entiende que la tradición no es un fósil, sino un organismo vivo. ¿Cómo no iban a intentar destronarlo?

(Ataque al poder).- Hay quien cree que la Iglesia es una casa abierta, un espacio de comunión, escucha, diversidad y búsqueda sincera de la verdad. Y luego está el fundamentalismo, esa corriente que, curiosamente, siempre habla de Dios mientras levanta muros, trincheras, garitas y fosos.

Hoy, en su infinita generosidad, esos guardianes del depósito de la fe han decidido salvarnos del “peligro” más grave de nuestro tiempo: Víctor Manuel “Tucho” Fernández. Qué sería de la Iglesia sin ellos, sin su vigilancia permanente, sin su vocación de centinelas del Espíritu, sin sus alarmas anti-heterodoxia sonando día y noche. Pobre Espíritu Santo, tan despistado él, que necesita que un puñado de ultras le recuerde por dónde tiene que soplar.

Creemos. Crecemos. Contigo

El caso es que han decretado que ya ha llegado el momento de cobrarse la pieza mayor. Francisco —ese pontífice empeñado en hablar de misericordia, pobrecito— ya no está, así que ahora toca borrar las huellas de su pontificado, eliminar a sus colaboradores, arrasar lo que huela a renovación. Y como la Doctrina de la Fe ya no funciona como garrote inquisitorial, sino como órgano que piensa, discierne y hasta explica la doctrina con ternura (imperdonable), entonces es urgente devolverla a su estado original: una máquina disciplinaria recién salida del siglo XVI.

Tucho es su obsesión porque representa justo lo que no soportan: una Iglesia que no habla desde el miedo sino desde el Evangelio; un teólogo que combina fidelidad con inteligencia; un prefecto que entiende que la tradición no es un fósil, sino un organismo vivo. ¿Cómo no iban a intentar destronarlo? Es lógico: a quien vive de certezas pétreas le horrorizan los seres vivos.

Tucho Fernández, con el Papa León XIV
Tucho Fernández, con el Papa León XIV Vatican Media

Los fundamentalistas, tan amantes de la seguridad espiritual, se recluyen en un búnker doctrinal que ellos confunden con la cima luminosa de la revelación. Desde ese refugio, sin ventanas ni puertas, se convencen de que poseen una visión privilegiada de la voluntad divina. Creen haber descubierto un mirador exclusivo desde el que contemplan los planes de Dios, como si tuvieran acceso directo al backstage celestial. Y claro, una vez que visitan ese mirador místico, bajan al mundo convencidos de que son redentores, salvadores, restauradores de un orden que solo ellos comprenden. Qué haríamos sin esos héroes del dogma que, espada en mano, vienen a poner “las cosas en su sitio”: a Dios arriba, los demás abajo, y ellos justo en medio, por supuesto, porque alguien tiene que administrar la verdad.

Aislados en su fortaleza doctrinal, no puede entrar ni el aire ni la duda ni la reflexión. La modernidad es una amenaza, el diálogo un riesgo, el pluralismo una peste. Todo lo que no encaje en su esquema es anatema. Establecen tesis definitivas, irreformables, intocables, como si la realidad fuera una nota a pie de página de sus principios prefijados. Y pretenden que todo el mundo se pliegue a ese pequeño universo que han fabricado, porque en él se sienten seguros. La seguridad: esa diosa de barro a cuyos pies sacrifican la libertad del Espíritu, la creatividad teológica y cualquier soplo de renovación.

El cardenal Fernández en la presentación de la declaración Mater Populi fideli
El cardenal Fernández en la presentación de la declaración Mater Populi fideli

Por eso cuando Mater Populi fidelis salió publicado, los ultras olieron sangre. No porque el documento fuera problemático, sino porque lo firmaba Tucho. Ya sabían qué hacer: convertir cada línea en provocación, cada matiz en traición, cada aclaración en complot. Su manual es simple: si la realidad no se ajusta a su narrativa, peor para la realidad. Es admirable, casi poético, ver con qué disciplina convierten cualquier tema mariano en campo de batalla. La Virgen, que siempre ha sido causa de unión, ahora es utilizada como arma teológica arrojadiza. María, corredentora de su guerra, no de la Iglesia.

El problema no es Tucho. El problema es que él encarna una visión de Iglesia que respira. Y los ultras, que llevan años sin respirar otra cosa que aire recalentado dentro de su búnker, no toleran que alguien abra una ventana.

Lo más pintoresco es que acusan a Fernández de improvisador imprudente, cuando sus textos pasan por más filtros que el agua en Marte. Todo documento que sale de Doctrina de la Fe ha sido revisado, corregido y aprobado por el Papa Francisco, y ahora por el entorno de León XIV. Pero para los fundamentalistas, cuando los hechos contradicen su tesis, mejor ignorarlos. Mucho más sencillo seguir alimentando la fantasía de que Tucho es una especie de revolucionario latinoamericano infiltrado en los pasillos romanos para destruir la fe desde dentro.

Víctor Manuel Fernández
Víctor Manuel Fernández

Su campaña orquestada funciona así: medias verdades, citas fuera de contexto, exageraciones apocalípticas, acusaciones que, si se aplicaran a ellos, los dejarían sin voz. Luego, cartas al Papa, amenazas veladas, lamentos por la “confusión” que ellos mismos provocan, y finalmente el gran clamor: ¡que dimita! ¡que lo trasladen! ¡que lo callen! Todo en nombre de la “unidad”. Una unidad que consiste en que todos piensen como ellos, claro.

Y en medio de esta escenificación heroica, muchos callan. Callan teólogos, pastores, agentes de pastoral, laicos que han encontrado en la renovación doctrinal una bocanada de aire puro. Callan no porque no valoren su trabajo, sino porque no quieren convertirse en objetivo de la misma maquinaria de difamación que hoy se ensaña con Tucho. Como siempre, los que gritan parecen más numerosos. Y los agradecidos, como siempre, se esconden en silencio.

Ceder ante estos grupos sería aceptar su filosofía del miedo. Sería validar su visión bunkerizada del cristianismo. Sería decirles que tienen razón: que basta esperar a que un Papa muera para revertir el soplo del Espíritu

Pero ceder ante estos grupos sería aceptar su filosofía del miedo. Sería validar su visión bunkerizada del cristianismo. Sería decirles que tienen razón: que basta esperar a que un Papa muera para revertir el soplo del Espíritu.

Y aquí conviene recordar algo que los ultras detestan que se mencione: la Iglesia carece de democracia interna. Y cuando no hay democracia, tampoco puede haber igualdad de derechos de la mujer. Porque si se abriera la puerta a una participación real, libre y responsable del Pueblo de Dios, todo lo demás quedaría, sencillamente, posibilitado. Y eso —qué casualidad— es exactamente lo que estos sectores temen. El día en que las mujeres entren con voz y voto, con autoridad real, la arquitectura del poder eclesiástico se tambalearía. Y lo saben. Por eso dedican tanta energía a cerrar esa puerta.

Iglesia
Iglesia

No es casual que quienes más gritan contra Tucho sean los mismos que tiemblan ante la posibilidad de que la mujer participe plenamente. Una Iglesia donde las mujeres tengan derechos es una Iglesia donde el poder deja de estar blindado, y ese día —aunque lo retrasen como puedan— llegará. Porque la gracia siempre encuentra fisuras en los muros del miedo.

Todo este fundamentalismo, además de rígido, es intelectualmente pobre. No razona: acumula. Monta frases hechas, tópicos rumiados durante décadas, citas bíblicas descontextualizadas. Aranguren lo describió con precisión: “más que hacer ciencia, la controlan”. Y Schopenhauer remató: “la religión es como las luciérnagas: necesitan la oscuridad para brillar; aquí la oscuridad se llama ignorancia.”

La Iglesia no puede construirse a base de chantajes doctrinales ni de grupos atrincherados en su miedo. Mantener a Tucho Fernández no es un acto de desafío: es simplemente un acto de verdad

Si Jesús caminara hoy por nuestras calles, no tendría que buscar mucho para encontrar a sus fariseos. Están en cada esquina del debate eclesial, señalando, acusando, juzgando, exigiendo purezas que ellos mismos jamás cumplen. Los mismos a los que Jesús llamó “sepulcros blanqueados”. Y ahora, como entonces, su mayor enemigo no es una supuesta herejía, sino la misericordia. La misericordia les resulta insoportable porque ilumina lo que ellos necesitan mantener en sombras.

La Iglesia no puede construirse a base de chantajes doctrinales ni de grupos atrincherados en su miedo. Mantener a Tucho Fernández no es un acto de desafío: es simplemente un acto de verdad. Significa afirmar que la fe no se defiende encerrándola en una caja fuerte, sino dejándola respirar; que la verdad no necesita guardianes armados, sino testigos; y que el Evangelio no es un arma, sino una luz.

Y si a algunos les molesta la luz, quizá no sea problema de la lámpara, sino de los ojos que se niegan a abrirse.

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