Apropósito de la lentitud en la llegada de menores migrantes a la Península Los hijos del Cayuco , con un relámpago de Adviento

Un grupo de menores llega a Ceuta
Un grupo de menores llega a Ceuta

Son los hijos del cayuco, los niños del oleaje, las niñas que aprendieron a contar con los dedos del miedo

“Los menores”, dicen los gobernantes, “no reúnen las condiciones de acogida”. No puede ser verdad . Porque un niño jamás reúne condiciones: las desborda. Pide pan, abrazo, luz, una esquina del mundo donde crecer. Y nosotros respondemos con expedientes, con recursos, con la palabra “cupo”, tan parecida a “culpa”

Llegan. Llegan siempre. Llegan como quien trae en los bolsillos el último resto de un país que arde, una fotografía sin familia, un nombre que nadie pronuncia bien.

Son los hijos del cayuco, los niños del oleaje, las niñas que aprendieron a contar con los dedos del miedo.

En Canarias, la noche tiene espaldas estrechas: Ellos aguardan en los muelles con la paciencia rota, con la casa desbordada de cuerpos tan pequeños que la ley no alcanza a comprender

Creemos. Crecemos. Contigo

Y a lo lejos, la península. 

A lo lejos .                                                                                                                                              

Y no solo por distancias kilométricas. 

No solo.

Porque son distancias que no caben en un mapa

1.700 vidas jóvenes por encima de la capacidad acogedora que la norma fija.                       

1.700 corazones  sobre el aforo del mundo. Una cifra que nadie quiere mirar de frente, como quien aparta la vista del espejo donde se reconoce.

Momento del vuelco del cayuco
Momento del vuelco del cayuco Efe

Llegan. Cada semana. Con la sal tatuada en la piel, con el árido temblor de África todavía vibrando en los huesos. Y encuentran un país donde los papeles van más lentos que la infancia, donde los sellos se estampan con la misma frialdad que se archivan los sueños.

Solo treinta y ocho acogidos . Treinta y ocho apenas.  En tres meses Menos del dos por ciento. El número que revela que la compasión a veces se derrama sin derramarse, que la justicia tiene manos torpes y calendarios vencidos. Que Europa escribe decretos pero olvida construir manos.

Mientras tanto, las acogidas improvisan techo como quien improvisa fe: a veces barracones que respiran el humo del abandono, pasillos que crujen como un rezo cansado, en espacios que suenan más a almacén que a infancia.

Imagen de la llegada de menores migrantes
Imagen de la llegada de menores migrantes EFE

“Los menores”, dicen los gobernantes, “no reúnen las condiciones de acogida”. No puede ser verdad . Porque un niño jamás reúne condiciones: las desborda. Pide pan, abrazo, luz, una esquina del mundo donde crecer. Y nosotros respondemos con expedientes, con recursos, con la palabra “cupo”, tan parecida a “culpa”.

Los años pasan deprisa en los hijos del mar. Uno llega menor y cuando la burocracia decide mirarlo ya es mayor, ya es casi viejo, ya aprendió demasiado pronto que la patria más fiel es la intemperie.

Dicen que el proceso se retrasa, que las comunidades recurren, que el Estado no hace cumplir la ley, que la ley no hace cumplir la vida. Y mientras discuten, ellos crecen. Crece su soledad, crece su desconcierto, crece la herida de no pertenecer.

Y en medio de este invierno administrativo, irrumpe la imagen antigua del Adviento: una mujer embarazada, que luego será familia buscando techo,  -familia sagrada- una mujer encinta sobre un asno, un niño sin lugar en la posada.

El Dios que llega siempre como extranjero, como un menor no acompañado, como un recién nacido a quien nadie quiere recibir. Y la misma pregunta resuena en las paredes del siglo: ¿habrá lugar para ellos en nuestra posada?

El Dios que llega siempre como extranjero, como un menor no acompañado, como un recién nacido a quien nadie quiere recibir. Y la misma pregunta resuena en las paredes del siglo: ¿habrá lugar para ellos en nuestra posada?

Me pregunto, mientras la arena de las islas acoge otra patera: ¿cuánto tarda un país en volverse humano? ¿Cuánto tarda un continente en erguirse como madre y no como frontera?

Porque llegará el día –profético, abrasador– en que la Historia nos convoque con su voz antigua y nos pregunte: ¿qué hiciste con mis niños? ¿Dónde guardaste sus nombres? ¿En qué archivo enterraste la luz que traían en los ojos?

Migrantes llegados a través de la ruta Canaria, una de  las más mortíferas
Migrantes llegados a través de la ruta Canaria, una de las más mortíferas EFE

Llegará el día. Y ese día no habrá excusas, ni expedientes pendientes, ni competencias cruzadas. Solo quedará la verdad: que fuimos nosotros quienes retrasamos su esperanza.

Hasta entonces, que este poema sea isla, sea cayuco, sea grito, sea mesa tendida. Que sea hogar, aunque sea de palabras, para quienes aún buscan una orilla donde comenzar.                                                                                                                            

Un destello.                                                                                                                                   

Será adviento.

Etiquetas

Volver arriba