"Don Carlos se mostró pronto como un hombre de Iglesia con corazón de madre" Un hombre con los pies bien anclados a la tierra y el alma siempre en vuelo

En la despedida del cardenal Amigo
En la despedida del cardenal Amigo

"Así era don Carlos: amable, cariñoso, verdaderamente interesado por los asuntos ajenos. Sus ojos, sus oídos y su corazón estaban particularmente atentos a cuanto de lo humano ocurriera s u alrededor, sus pies bien anclados a la tierra y el alma siempre en vuelo"

"Jamás alardeó del importante papel que jugó en la elección del papa Francisco, que yo conocí de fuentes muy fiables y él jamás me negó aunque nunca lo reconociera abiertamente. Encontraba siempre las palabras justas para dar un  rodeo a la verdad que le restara importancia a él y se la regalara toda al papa"

"En Sevilla, y en toda España, muchos entonan estos días la letra de esa conocida canción: algo se muere en el alma cuando un amigo se va. En este caso, un amigo con mayúsculas"

El próximo 2 de agosto podré dormir hasta tarde porque por primera vez en muchos años no me despertará la llamada telefónica del cardenal Carlos Amigo para felicitarme por mi santo.

Así era don Carlos: amable, cariñoso, verdaderamente interesado por los asuntos ajenos. Sus ojos, sus oídos y su corazón estaban particularmente atentos a cuanto de lo humano ocurriera s u alrededor, sus pies bien anclados a la tierra y el alma siempre en vuelo.

Por eso me preguntaba siempre por mis padres, mis hijos, mis hermanos. Por Paco Díaz y Manolo Soria, los párrocos de Santas Justa y Rufina. En esa parroquia de Triana nos conocimos, allí me confirmó. Pero la relación no empezó con buen pie: yo era una joven que se rebelaba contra los protocolos jerárquicos y los rituales barrocos en el seno de la Iglesia.  Él un monje franciscano en privado pero en lo público un arzobispo guapo que encajó como un guante en la manierista Iglesia sevillana, pese a algún primer encontronazo con las hermandades y cofradías.

Carlos Amigo, en su 'plaza' de Sevilla

Fue años después cuando se ganó mi respeto y mi agradecimientoy yo obtuve el valioso regalo de su amistad. Porque don Carlos se mostró pronto como un hombre de Iglesia con corazón de madre. Algo que no le costó pocas críticas y hasta el desprecio de algunos de sus hermanos cardenales. Jamás alardeó del importante papel que jugó en la elección del papa Francisco, que yo conocí de fuentes muy fiables y él jamás me negó aunque nunca lo reconociera abiertamente. Encontraba siempre las palabras justas para dar un  rodeo a la verdad que le restara importancia a él y se la regalara toda al papa.

Siempre fue un gran orador ante grandes auditorios, a los que ponía en pie con sus dotes para la comunicación y su extraordinaria presencia,  y un mejor conversador en la distancia corta. Era entonces cuando contaba las anécdotas de los encuentros con su vecina en Sevilla, la actriz María Galiana, o las escenas de convivencia y amistad entre mujeres musulmanas y cristianas a las que asistió en primera línea cuando fue obispo de Tánger, una experiencia que le marcó para siempre y le convirtió en el defensor del diálogo que fue desde entonces, no solo como creyente sino cómo practicante.

Juntos hicimos “gira” por España de la mano de nuestro común amigo, José Antonio Solórzano. Juntos presentamos en un montón de plazas su biografía de San Francisco. Y dejamos en el tintero de los proyectos pendientes un último libro que ya no leeremos ni yo podré editarle.

Han sido muchas las peripecias y confidencias compartidas, que me guardo en el cajón de los recuerdos hermosos. Pero si tuviera que elegir un solo motivo de agradecimiento, sería la defensa incondicional contra viento y marea de la revista 21 siempre que arreciaron críticas, presiones y amenazas de cierre por parte de algunos de sus hermanos de episcopado. Con humildad franciscana, jamás se colocó esa medalla. Pero estoy segura de que, ya en el regazo de amor infinito de Padre-Madre Dios, se lo agradecerá ese otro castellano enamorado de Sevilla que fue su buen amigo Isaac García. El 2 de agosto, y muchos otros días más, los echaré de menos a los dos. Pero no solo yo. En Sevilla, y en toda España, muchos entonan estos días la letra de esa conocida canción: algo se muere en el alma cuando un amigo se va. En este caso, un amigo con mayúsculas.

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