La cultura del conflicto ¿El máster político más compartido? Acentuar las contradicciones

Polarización
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"'El cristianismo educa en el amor, no se impone ni acentúa las contradicciones'. He aquí una frase muy sencilla que me gustó escuchar hace poco"

"En el pasado, allá por los años sesenta, agudizar las contradicciones era una parte irrenunciable de las estrategias sociales revolucionarias"

"Hoy, la teoría de la agudización de las contradicciones para generar el cuanto peor, mejor, ha cedido terreno a posiciones más elaboradas de pacto provisional y pasos sucesivos tras una sociedad más justa"

"Más que la razón, es el miedo y la gran desigualdad lo que anima a buscar estrategias de encuentro que no terminen con la ruina de todos"

"El antagonismo no es insuperable, Tal es la tesis que ha propuesto Francisco en la doctrina social de la iglesia de la Evangelii gaudium, su texto programático"

“El cristianismo educa en el amor, no se impone ni acentúa las contradicciones”. He aquí una frase muy sencilla que me gustó escuchar hace poco. El hablante se refería a una situación de conflicto extremo en Colombia y pensé en si valía para cualquier situación en que los conflictos se enquistan.

En el pasado, allá por los años sesenta, agudizar las contradicciones era una parte irrenunciable de las estrategias sociales revolucionarias. Cuanto peor, mejor. Cuando la convivencia, por no llamarla coincidencia, se manifiesta como lucha absoluta entre contrarios, aprendíamos en un marxismo de divulgación que estar por la justicia era azuzar el conflicto y multiplicarlo para que su resolución venga por “la eliminación” del enemigo. Siempre había un tercero en discordia que buscaba una salida posibilista entre los extremos, pero el juicio que merecía era de “lampedusiano”, cambiar “todo” para que nada cambie. Más tardíamente se sustituyó por el de “los equidistantes”. No es lo mismo pero esa fue su traducción.

Esta cultura del conflicto como lucha de contrarios absolutos, irresoluble sin la victoria de unos sobre otros, si preciso es hasta el exterminio, primero real, y más tarde, ideológico, marcó esos años la educación social y política de buena parte de la juventud. Entre nosotros, España y el País Vasco, se hizo especialmente presente en contestación al tardofranquismo y, sobre todo, muerto el dictador, en el terrorismo que se reclamó de liberación nacional.

Bajo esta lógica extrema vivimos años escuchando, asimilando, condescendiendo en algún sentido y despertando finalmente del sueño de la muerte (terror) cuando confluyeron fuerzas y razones para lograrlo. Limitadamente, porque la construcción de una memoria social justa y digna, verdadera y compartida, es una obra de arte en su laboriosidad y en su ser. Todo el mundo lo sabe.

La vida ha seguido, el terrorismo más tardío e hiriente se vio obligado a disolverse, de forma muy aceptable para la mayoría, y la teoría del conflicto absoluto, o mejor, la teoría de la agudización de las contradicciones para generar el cuanto peor, mejor, ha cedido terreno a posiciones más elaboradas de pacto provisional y pasos sucesivos tras una sociedad más justa. Esa es la idea, pues la cosa puede ir en zig-zag. Y es que, con sentido crítico, la mía es una reflexión en precario.

En un contexto de neoliberalismo económico e ideológico tan desarrollado como el actual, las visiones de realidad que mantienen el carácter irreconciliable de los intereses en juego, y de los grupos sociales que los sustentan, no está fuera de lugar mantenerlas. De hecho, más que la razón, es el miedo y la gran desigualdad lo que anima a buscar estrategias de encuentro que no terminen con la ruina de todos.

Como se ha dicho en el terreno de la política internacional, y es muy duro oírlo, el valor político de la causa justa de un país en un conflicto depende de si tiene o no armas atómicas. Por eso las grandes potencias sufren sanciones internacionales ridículas si una de ellas aparece en el lío. O sea, que los derechos humanos son más incondicionales o menos según las armas que tiene el país que los ignora o el amigo que lo auxilia. Estas experiencias hacen difícil continuar con lo que sigue, pero debo hacerlo.

Una modesta novedad, mil veces olvidada y otras tantas recuperada en la comprensión cristiana del mundo social, es la que recogía la sentencia del principio que a pesar de todo me gusta: “el cristianismo educa en el amor, no se impone ni acentúa las contradicciones”. Y es verdad. En su nombre se han hecho barbaridades históricas, y en su seno se han cometido mil tropelías, pero la convicción que una y otra vez resurge es la dicha. Ahora mismo vuelve con la forma de que hay contradicciones sociales muy graves, cierto, y grupos sociales con propósitos antagónicos a otros en el mismo pueblo y con otros pueblos. Cierto.

Pero que el antagonismo no es insuperable, porque esa gente es también pueblo que se ha perdido en su conciencia de humanidad, y que puede y debe ser recuperada al seno de la humanidad y la comunidad de que forman parte. Tal es la tesis que ha propuesto Franciscoen la doctrina social de la iglesia de la Evangelii gaudium, su texto programático. Y prosigue.

La superación de los conflictos, incluso los antagónicos, requiere medidas políticas y legales muy duras frente a los grupos sociales más elitistas y poderosos, muy duras, pero nunca su “exterminio” y menos por la fuerza fuera de la ley. Ellos son pueblo y humanidad que ha perdido la conciencia de su pertenencia -viven indignamente-, pero no han podido abandonarla, porque la condición humana nunca se pierde ni se retira.

Es posible recuperar a cualquier persona y grupo a la condición humana y a los pueblos que nos constituyen. Me acuerdo aquí de la actual situación española y es evidente que algo de esto va a ser necesario para empastar con no pocos en el futuro. Frente a la agudización de las contradicciones, o el cuanto peor, mejor, que tanto gusta a los políticos cuando están en la oposición, la ley justa y el bien común les dice: “así, no”.

Así no
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