Mujeres en la Iglesia argentina
El servicio in(visible) de las religiosas mujeres
"Es de alabar que los sucesores evangelizados en la 'Nueva España' sometan a examen a la clerecía, evangelizadora entonces"
Si yo hubiera sido obispo, y además uruguayo, recibido el encargo de visitar los Seminarios Conciliares Diocesanos de España e informar de su situación al papa Francisco, hubiera invocado objeción de conciencia y exigido que en tal menester-ministerio se ausentaran los términos “inspección, “auditoría” o “examen”. “Encuentro” –“reunión o entrevista”- eclesial y entre amigos, sería evangélicamente el término único posible.
Y resulta que, concluida la cena de honor y recibimiento celebrada, con los monseñores y presidida por el representante del Romano Pontífice, el Nuncio de SS., los señores procedentes de Uruguay comenzaron a recorrer caminos, cañadas, autovías y autopistas con destinos seminarísticos del mapa de los Provincias Eclesiásticas.
Una nueva reflexión sobre el tema no les vendrá mal ni a ellos, ni a los examinados o inspeccionados.
El problema de los seminarios es serio. Muy serio. De los más serios que se registran hoy en la Iglesia española. Por lo tanto, de su caminada y visita por orden del papa Francisco, no ha lugar a la duda. No se trata de un obsequio de turismo religioso efectuado a estos dos monseñores. Ni de un desfile procesional, - “Años Santos”- dotado de indulgencias. Tampoco de contemplar, admirar y en caso, imitar cualquier obra buena y original llevada a cabo, por la gracia de Dios y el afán y trabajo, de sacerdotes, laicos u obispos.
Los perfiles de estos viajes – visitas a los seminarios no tendrán absolutamente nada que ver con los rituales “ad límina”, “visitas pastorales” y otros similares, en los que el rito y las zarandajas seudo canónicas justifican la pérdida de tiempo de manera innoble y poco decorosa para el pueblo de Dios, harto de tantos festejos que se dicen “religiosos”. Desterrar de los seminarios y de su pastoral, teología y pedagogía estos “carismas”, es -será- tarea inaplazable y urgente.
El encuentro, por supuesto, no será solo con seminaristas, personalmente o en grupo. Ni con la única referencia y cita con los planes de estudios, disciplina del centro, cuestión económica, aprovechamiento del ocio, métodos de trabajo, oración -trato con Dios, a la vez que con el prójimo- y con cuanto pueda relacionarse y se relacione con lo que es y será el mundo de los laicos. De él participará por imperativo de la condición de su vocación sacerdotal “diocesana”, en cuyo esquema no serán exactamente el trabajo curial y el del canto “gregoriano” en el coro catedralicio su quehacer primordial.
Especial atención habrán de prestarles los obispos uruguayos a sus “hermanos” los de España, en cuya demarcación diocesana se instalen los seminarios que todavía quedan, dado que estos son y serán lo que son y fueran sus respectivos obispos hoy responsables, la mayoría de ellos educados, criados y recriados en Roma, por más señas en su Universidad Gregoriana coincidiendo en tan prestigioso centro docente eclesiástico, con Marco Iván Rupnik, hasta el año 2020 “Profesor de inculturalización, misión y arte.
No será procedente olvidar que, en el tiempo de formación de muchos de nuestros obispos, la única teología que podía impartirse en Roma y en el resto de las Universidades Eclesiásticas, era la inspirada y bendecida por el teólogo Ratzinger, Prefecto de la Sagrada Congregación de la Fe, quien inquisitorialmente impedía, por ejemplo, cualquier cita lejana a favor de la Teología de la Liberación, también para los propios uruguayos y los demás episcopologios latinoamericanos.
En el encuentro-visita a los seminarios, los ejecutores pontificios habrán de comprobar con facilidad que no pocos de los obispos-rectores les darán la firme, inefable e infalible impresión de haber nacido ya con la mitra puesta, bendiciendo al personal a diestro y a siniestro, con el báculo, con el “NOS por la gracia de Dios”, que será lo que con el tiempo han de heredar sus seminaristas más ejemplares y episcopables.
Me ahorro reseñar que las referidas visitas de los obispos uruguayos jamás se aprovechen para festejos piadosos de ninguna clase. La Iglesia no está para fiestas. Y menos, en los seminarios, pese a que, según el sentir popular, tanto litúrgica como canónicamente, allí donde hay una mitra, -un obispo-, ha de haber una fiesta. El hecho es constatable con facilidad piadosa, y del mismo se encargan de dejar puntual constancia los informadores religiosos.
No me resigno a dejar sin destacar la extrañeza que a gran parte de la feligresía de España le haya significado el hecho de que hayan tenido que ser obispos uruguayos, y no los de la correspondiente Comisión Episcopal de la CEE. los encargados de establecer el encuentro-visita-examen para informar al papa Francisco. ¿Es que la fiabilidad eclesiástica episcopal uruguaya es superior a la española, al menos por lo que respecta a seminarios y seminaristas? ¿Es que, después del examen de conciencia, tal duda se convierte en afirmación, sin posibilidad de dimisiones lo antes posible y sin que se ruboricen las mitras?
De todas formas y gracias sean dadas a Dios, es de alabar a los sustitutos de los franciscanos, dominicos, agustinos, y después los jesuitas que evangelizaron “Nueva España” entre los años 1524 y 1572, hayan sido los encargados de someter a examen a la clerecía, evangelizadora entonces y ahora en vías penitenciales de revisión profunda y actualizada.
Gracias sean dadas a Dios igualmente, porque el camino episcopal salvador de los uruguayos, paraguayos y otros, también acercará, más pronto que tarde, a los palacios, curias y procedimientos diocesanos “antifranciscanos” en los que residen, y de los que hacen uso sus “rectores”, sin escatimar baculazos, de cuya noticia no se harán eco los informadores “religiosos”, sino la prensa impía y blasfema”. El Nuncio, bien asesorado por el pueblo-pueblo, y no por los curiales de turno, necesita servirse de “visitas sorpresa” “ad límina”, sin boatos y festejos litúrgicos y así informarse de cuanto hacen o no hacen, los señores obispos.
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