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Relato del "infierno del dolor absurdo de la guerra de Ucrania"
Este fin de semana una vez más -y con esta ya van 14 veces- bajé al infierno del dolor absurdo de la guerra de Ucrania. Nuestra misión era ayudar a salir de Jersón a una mujer anciana y dejar montados unos corredores humanitarios, así como asegurar la coordinación del envío de ayuda a los frentes más “calientes” -que en realidad están congelados por un frío inmisericorde que amenaza los -30º- en las próximas semanas.
Los relatos son escalofriantes. Ver una madre que entierra a su hijo, y que ella misma tira la tierra sobre su sepultura; contemplar cómo semana tras semana crece de forma vertiginosamente triste el número de tumbas de jóvenes soldados, y escuchar el relato del horror y la crueldad; del miedo y la tensión, es algo que no se puede describir.
Estar en un país en el que las alarmas te recuerdan constantemente que estás bajo amenaza y que tu vida depende de la locura de unos tipos que robaron la libertad para escoger a miles y millones de personas, es la impotencia in extremis.
Escuchar el relato de los que huyen del territorio ocupado y luego liberado, pero que es centro de ataques cotidianos, y saber que desaparecieron niños a los que decían iban a salvar, pero que en realidad nadie sabe dónde están porque les han secuestrado como una prueba más de la maldad de la que son capaces para hacer daño y atemorizar, es indignante… es repugnante: Es doloroso y triste.
Llevo desde el mes de marzo viajando a Ucrania y buscando ayudas, moviendo cielo y tierra y clamando para que la ayuda llegue… Y voy para garantizarlo, y para que nada se quede en el camino. Y no me canso ni tengo miedo. He descubierto que “mi vida son vidas” y que cada una cuenta y que el dolor de ellos y ellas, es mi dolor, porque a fuerza de acogerles, escucharles y ponerme en su piel, puedo decir que su causa es la mía. Sí es la mía, la tuya y la de la humanidad. Es la causa que reclama urgentemente la paz y no se resigna a estar con los brazos cruzados mientras no acaba de llegar.
Amigos, hermanos, lectores: El clamor, el llanto, el frio la atronadora amenaza nuclear, el miedo y la impotencia son insoportables y hoy son mi insomnio y mi dolor.
A 48 horas de haber salido de Ucrania, aún siento el frio de la impotencia y el dolor de no poder hacer más.
Os lo pido, os lo suplico: No nos acostumbremos a la guerra y siempre que podamos, seamos constructores de la paz.
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