En el tiempo litúrgico del Adviento El sufrimiento, roca del ateísmo

Adviento
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Sin duda, el creyente tiene un plus para erguirse y alzar la cabeza, porque sabe que su liberación está cerca

El dramaturgo alemán, G. Büchner, en La muerte de Dalton, afirma que el sufrimiento es la roca del ateísmo. Que el sufrimiento sea la mochila diaria, que todo ser humano ha de llevar a sus espaldas, es un hecho incuestionable. Martin Heidegger en cierto modo lo incluye en su definición del ser humano como un ser-para-la-muerte.

Ahora bien, en este asunto habría que echar mano del evolucionismo. Algunos evolucionistas, entre los que hay que mencionar a Faustino Cordón, persona muy cercana en mis tiempos de juventud, con su ensayo científico Cocinar hizo al hombre, sostienen que el mono, en su proceso evolutivo al homínido, descendió del árbol a la sabana, bien por falta de comida, bien por explorar otros territorios. Este descenso a la llanura implicó cambios profundos en su conducta y en su propio ser. Uno de ellos es que para liberarse de otros depredadores tiene que erguirse para ver lo que hay a su alrededor y en el horizonte, y así tomar las medidas defensivas oportunas.

Creemos. Crecemos. Contigo

Faustino Cordón

Otro cambio está en sus costumbres alimenticias, además de hierbas escasas en la sabana ha de alimentarse de la caza y esto conlleva un cambio radical en el aspecto culinario. La posición, pues, más llamativa del homo sapiens es el estar erguido, con la cabeza alta para otear el horizonte y tomar conciencia de lo que acontece a su alrededor; una realidad que con frecuencia, tal vez demasiada, se hace insoportable y que, de algún modo, obliga al ser humano a mostrarse cabizbajo y mirar al suelo.

No creo que E. Cioran tenga razón cuando afirma que “el ser no es más que una pretensión de la nada”. Es dejarse llevar por las posiciones nihilistas de F. Nietzsche; o por la actitud que se suele tomar con frecuencia ante el sufrimiento o por las cosas que vienen mal dadas. Esta actitud de conformarse con lo que dolorosamente nos viene encima se agudiza tal vez en nuestras sociedades más desarrolladas y de mejor calidad de vida; miramos al suelo, agachamos la cabeza por el inmenso sufrimiento que tenemos sobre los hombros tanto individual como social y eclesialmente. Pero en Lc 21,28 se nos dice “erguíos, alzad vuestra cabeza, porque se acerca vuestra liberación”.

Cuando el holocausto nazi, posiblemente la mayor tragedia humana llevada a cabo por el hombre, no desapareció el horizonte humano abierto a la esperanza, por más que TW. Adorno, filósofo de la Escuela de Frankfurt, dijese, aunque luego rectificó, que “después de Auschwitz no se podía hacer poesía”. Ante esta inmensa tragedia del holocausto más de un judío se preguntaba dónde estaba Dios en ese momento, el Dios que había prometido alianza perpetua para con Israel.

Según el midrás de Rabí Levi Isaac la voz de Auschwitz ordena al judío que debe pelear con Dios: “¿Has abandonado la alianza?¡Pues nosotros no la abandonaremos! ¿Has destruido todos los motivos para la esperanza? ¡Pues nosotros obedeceremos el mandamiento de tener esperanza que Tú mismo has dado”. De ahí que el mandamiento judío 614, formulado en 1967, prohíbe a todo judío auténtico “facilitar a Hitler una nueva victoria, esta vez póstuma”. Tal vez en estos momentos históricos los habitantes de Gaza tendrían que aplicarse estas enseñanzas ante el “Auschwitz” que están padeciendo a mano del gobierno judío.

Velas en Madrid en el Día de recuerdo del Holocausto
Velas en Madrid en el Día de recuerdo del Holocausto Europa Press

Pero la respuesta a esta pregunta sin posible respuesta está en erguir la cabeza y confiar más en ese Dios que calla, en medio de esa noche oscura de la sinrazón. Después de ese ataque brutal a la esperanza, Auschwitz, viene el mayor tratado, que se ha hecho nunca sobre la esperanza, de la mano de E. Bloch, El principio esperanza. Desde esta perspectiva, a mi modo de ver, se puede dar cobijo, no siempre, como explicación del hecho trágico, aquello de K. Marx de que “la violencia es la partera de la historia”.

        Cuando esos hombres y mujeres con sus hijos se lanzan al Mar Mediterráneo en pateras, huyendo de la guerra o del hambre o de la máxima pobreza; cuando esos miles de hispanos de Centro América se ponen en camino para llegar, después de cientos de kilómetros andados, a la frontera de EEUU en búsqueda de una vida más digna es porque han tomado la decisión de erguirse y alzar la cabeza para otear un horizonte nuevo cargado de esperanza y hasta de utopía.

        Cuando en nuestra sociedad española se nos presenta como un mal irremediable la violencia de género, la respuesta social no se ha hecho esperar llenando plazas y calles para, primero, solidarizarse con las víctimas y, segundo, exigir respuestas legales apropiadas para este mal que, sin duda, se puede erradicar.

Cuando en la Iglesia, en particular la española, la pederastia se ha ocultado en un profundo silencio, ha llegado la respuesta inequívoca de las víctimas y de las comunidades eclesiales, a pesar de que el modus operandi de la jerarquía es de silenciar el problema o de defenderse que son inventos de personas que quieren dañar a la Iglesia. También se abren portillos de esperanza dentro del hermetismo de la Iglesia para abordar los problemas y los temas candentes que las comunidades cristianas plantean en su día a día de vivencia de la fe.

Sin duda, el creyente tiene un plus para erguirse y alzar la cabeza, porque sabe que su liberación está cerca; es lo que nos viene a decir este tiempo litúrgico de Adviento, un canto a la esperanza y a la utopía. El pesimismo y la inacción no tienen cabida en el ser humano y mucho menos en el creyente. Las calamidades tanto sociales como eclesiales de esos profetas apocalípticos, demasiados, a mi entender, no pueden defraudar ni erradicar el vigor de la esperanza. La Navidad, como significado religioso, es sinónimo de esperanza y motor de cambio en nuestras vidas, pues tenemos esta invitación que no puede rechazarse: “Erguíos, alzad la cabeza, porque se acerca vuestra liberación” (Lc 21,28).

La Esperanza insurgente del Adviento
La Esperanza insurgente del Adviento

Por otra parte, la liturgia de Adviento, nos invita a la oración que Blas de Otero, siendo consciente de que Dios actúa desde el silencio, expresa en su poema Salmo para el hombre de hoy: “Mira, Señor, que tanto llanto, arriba/ en pleamar, oleando a la deriva,/ amenaza cubrirnos con la Nada./ Salva al hombre, Señor, en esta hora/ horrorosa, de trágico destino”.

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