Reflexiones sobre el documento síntesis de la II Comisión vaticana Para este viaje al 'no' al diaconado femenino no se necesitan alforjas, ¿o sí?

Febe, diaconisa
Febe, diaconisa

Seguramente, si en la Iglesia actual todos los varones viviesen una masculinidad tan libre y liberadora como la de Jesús de Nazaret, se haría innecesario este debate porque dejarían de tener valor las diferencias biológicas en el orden de la salvación

Después de leer despacio e intentando comprender el trabajo realizado por la segunda comisión sobre el diaconado femenino, no sé si siento indignación o aburrimiento. Las conclusiones a la que ha llegado no solo no ofrecen luces para afrontar la posibilidad de un diaconado femenino, sino que proyecta más sombras sobre el tema. La experiencia me dice que cuando reiteradamente los intentos de afrontar un problema o un desafío terminan siempre ante una puerta cerrada, algo no se ha hecho bien en el camino.

El documento es una síntesis del trabajo realizado por la comisión y, por tanto, no se desarrollan con amplitud los argumentos que llevaron a los miembros de dicha comisión a inclinarse a favor o en contra de cada una de las afirmaciones que se explicitan en el texto, aunque sí se pueden reconocer algunos presupuestos y enfoques que justifican lo que en él se afirma.

Creemos. Crecemos. Contigo

No voy a entrar en un análisis pormenorizado de lo que en esta síntesis se dice, porque en la actualidad hay suficientes trabajos, serios y contrastados, de autoras y autores que llevan décadas profundizando e investigando sobre el tema y que pueden dialogar adecuadamente con las conclusiones de esta comisión. Pero sí quiero plantear algunas cuestiones que me han ido surgiendo tras la lectura del documento.

Las preguntas al pasado

Pretender que el pasado puede ofrecernos todas las claves para discernir el presente es obviar un principio de realidad. El pasado solo lo podemos reconstruir, y nunca de forma completa, porque ni se ha preservado todo y ni lo que nos ha llegado está libre de sesgos y de marcas culturales.

Los datos que ofrece la investigación histórica y la exegesis bíblica y patrística sobre el diaconado femenino son incompletos y abiertos a diversas interpretaciones y es difícil llegar a un consenso, a la hora de definir en qué datos del pasado se puede sustentar la existencia y definición del diaconado femenino. La comisión considera suficientemente contrastado, con los datos conocidos, que el diaconado femenino en la Iglesia de los comienzos no era equivalente al masculino y que parece no haber tenido carácter sacramental (tesis 3 con la que 7 de los 10 miembros estaban de acuerdo).

Diaconisas de la Iglesia primitiva
Diaconisas de la Iglesia primitiva

Con todo lo matizables que se puedan considerar esas afirmaciones, fruto de una reconstrucción del pasado siempre limitada, me pregunto: ¿hasta dónde las concreciones históricas del pasado pueden determinar los desarrollos posibles del presente? El hecho de que los datos sobre el diaconado femenino recibidos del pasado sean fragmentarios y ambiguos, quizá se pueda entender más como un límite de la realidad que como un argumento de imposibilidad. Era difícil que, en sociedades patriarcales y androcéntricas, como las del mundo antiguo, se pudiese no solo desarrollar para las mujeres un ministerio equiparable al de los varones, sino que este tuviese continuidad en el tiempo.  Pero que no pudiese hacerse en el pasado no significa que no se pueda hacer en el presente. Solo se necesita voluntad profética para escuchar la voz, a veces susurrante, del Espíritu que nunca da nada por supuesto ni se ajusta a nuestros criterios.

Fidelidad creativa en el presente

Las/los creyentes cristianas/os afirmamos que Dios encarna su palabra en Jesús de Nazaret (Jn 1) y que se revela en la historia. Esta verdad de fe nos alerta de cualquier dogmatismo y nos impulsa a una actualización continua de la comprensión de dicha fe en la medida en que los paradigmas sociales, culturales y religiosos van cambiando. Actualizar la tradición y mantenerla en diálogo con cada presente es una responsabilidad y una exigencia nacida de los fundamentos de esa misma fe.

Lo que nos define como Iglesia es ser discípulas/os de Jesús, mesías, hijo de Dios (Mc 1) y no un tipo de estructura por muy consolidada que esté. La fidelidad a la tradición se nutre en el continuo discernimiento de los caminos que hemos de transitar para que la Buena Noticia de salvación y liberación que Jesús anunció lo siga siendo para los hombres y mujeres de hoy.  ¿Es ser fiel a esa Buena Noticia negar a las mujeres el acceso igualitario a los sacramentos en el siglo XXI?

Esa conclusión del informe no deja de ser hiriente y discriminadora para las mujeres

El documento, tras enumerar los diferentes argumentos a favor y en contra del acceso de las mujeres al diaconado, y al sacramento del orden en general, y constatar las posiciones encontradas existentes, concluyecon una doble propuesta de solución. Por un lado, plantea que “La masculinidad de Cristo, y por tanto la masculinidad de quienes reciben la Orden, no es accidental, sino que forma parte integrante de la identidad sacramental, preservando el orden divino de la salvación en Cristo. Alterar esta realidad no sería un simple ajuste del ministerio, sino una ruptura del significado nupcial de la salvación” (una tesis avalada solo por la mitad de los miembros de la comisión).

Esta afirmación cierra cualquier posible debate posterior sobre el tema al justificar el argumento en la voluntad divina. No sé cómo se puede casar todo esto con la afirmación paulina de Gal 3,28 o con la común imagen y semejanza con el creador de ambos sexos recogida en Génesis (Gn 1,27). Con todo, esa conclusión del informe no deja de ser hiriente y discriminadora para las mujeres.

Diaconisas
Diaconisas

Quizá por eso, la comisión recomienda ampliar el acceso de las mujeres a los ministerios instituidos (que no ordenados) entendido como una respuesta a las necesidades actuales de la Iglesia y como signo profético de reconocimiento de las mujeres especialmente donde siguen sufriendo discriminación de género. ¿Acaso la condición de ser varón para el acceso al orden no es ya una discriminación de género? ¿La propuesta de este tipo de ministerios o la creación de nuevos espacios comunitarios que posibiliten a las mujeres participación y corresponsabilidad es en realidad un avance hacia la igualdad o un modo de echar vino nuevo en odres viejos?

Seguramente, si en la Iglesia actual todos los varones viviesen una masculinidad tan libre y liberadora como la de Jesús de Nazaret, se haría innecesario este debate porque dejarían de tener valor las diferencias biológicas en el orden de la salvación y se podrían gestionar las dificultades históricas y los límites culturales sin sesgos de género ni esencialismos teológicos. Mientras tanto, es difícil por mucho que se afirme que hay que seguir profundizando que algo cambie y se puedan reimaginar los espacios eclesiales desde la igualdad y la justicia que encarna la Buena Noticia del Reino. Todo lo demás, quizá, es un sutil (o no tan sutil) ejercicio de gatopardismo (como tan bien describió Giuseppe Tomasi di Lampedusa en su novela).

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