A veces Dios mío, Padre y Madre,
me siento un bicho raro:
no leo las intrigas de la beautiful people
en las revistas rosas,
ni veo en la televisión los reality shows,
no juego a la lotería ni a las quinielas,
no me interesa tener mucho dinero en el banco,
no me emocionan los grandes astros del fútbol,
ni los impostores de la clase política,
ni los grandes magnates
y no me dejo influenciar por las propuestas
(que solo marginan y oprimen a las personas más empobrecidas)
de la economía neoliberal.
¿Seré un ser extraño, un extranjero
en esta tierra, en este mundo?
Dijo Jesús:
«Vosotros no sois de este mundo».
No, no quiero pertenecer
a este mundo, buen Dios:
no te pido que me saques de él,
al contrario, ayúdame a entrar de lleno,
a enfangarme en el trabajo diario
por construir una tierra nueva,
pero presérvame,
que tú seas mi única herencia,
que posea solo un único capital:
Tú, porque sé que todo pasa,
sin embargo Tú permaneces
y si te mantienes a mi lado no vacilaré.
Viviré en una alegría y una paz continua,
me enseñarás el verdadero camino
que conduce a la vida y al gozo:
tu presencia misteriosa pero real en los demás,
en esta Tierra, en todo el Universo
y en lo más profundo de mí mismo.