En el V Centenario de la conversión de Ïñigo Loyola y Arrupe: Dos mundos, dos profetas

Loyola y Arrupe: Dos mundos, dos profetas
Loyola y Arrupe: Dos mundos, dos profetas

Hoy, 20 de mayo se cumplen 500 años de la herida que transformó al gentilhombre Íñigo en el futuro Ignacio de Loyola.

Ignacio, durante la convalecencia de la carnicería que le practicaron lo cirujanos, aprendió los dos sabores del alma, que le llevarían al discernimiento y el descubrimiento cósmico de la unidad de todo en su Contemplación para Alcanzar Amor.

Pero el mundo cambió, y en el siglo XX surge Pedro Arrupe que, incluso con un parecido físico a Ignacio, lee su espíritu y sus Constituciones para el mundo actual, con la valentía de tender un puente entre Oriente y Occidente, el respeto y valoración de otras mundos mediante su “inculturación” y sobre todo la lucha por la justicia en una sociedad desigual y desgarrada.

Ambos, Ignacio y Pedro,  coinciden en la esperanza, tan necesaria para nuestro mundo: “San Ignacio -escribe Arrupe- es un modelo y un inspirador de esperanza, de la verdadera esperanza que se basa sólo en Dios.

El próximo día 20 de mayo se cumplen 500 años de la herida que transformó al gentilhombre Íñigo en el futuro Ignacio de Loyola. De la herida de bomba, que le tronchó la pierna derecha, mientras, de forma quijotesca y contra toda esperanza, defendió la desmochada fortaleza de Pamplona contra los invasores franceses y le llevó al borde la muerte, surgió una luz que dura hasta ahora. En la casa-torre de su villa natal y durante la convalecencia de la carnicería que le practicaron lo cirujanos, aprendió los dos sabores del alma que le llevarían al discernimiento. Vacío y desazón mientras evocaba las hazañas que haría por la “señora de sus pensamientos” y la paz y llenumbre que le alegraba el alma cuando pensaba en seguir a Jesucristo a imitación de la vida de los santos que acababa de leer en los libros que proporcionó su cuñada Magdalena de Araoz.

Tras un largo peregrinaje y las luces que, como “un maestro de escuela” Dios le iba dando en sus viajes a pie por España y Europa, nacería la Compañía de Jesús, desde los moldes de una sociedad a caballo entre el medioevo y el Renacimiento, los libros de caballerías y la primera globalización de los viajes transoceánicos, entre la sociedad feudal y el  nuevo mundo cultural de Cisneros, Erasmo y Maquiavelo. Así supo sintetizar la mística y el sentido práctico, el Principio y Fundamento de sus Ejercicios (“En todo amar y servir”) y la eficacia intelectual de la Ratio Studiorum, la conversión de los Evangelios y el descubrimiento cósmico de la unidad de todo de la Contemplación para Alcanzar Amor.

La Historia de la Compañía es fruto de esa síntesis, con sus logros y sus defectos, pero con un indudable fruto: una legión de santos y una presencia eficaz de la Iglesia en el mundo de la teología, la misión, y la cultura.

Pero el mundo cambió y en el siglo XX surge Pedro Arrupe que, incluso con un parecido físico a Ignacio, lee su espíritu y sus Constituciones para el mundo actual, con su valentía de tender un puente entre Oriente y Occidente, el respeto y valoración de otras culturas mediante su “inculturación” y sobre todo la lucha por la justicia en un mundo desigual y desgarrado por las guerras, el hambre, el terrorismo, la injusticia social, las migraciones y el drama de los refugiados. Así la herida que arrojó luz y redescubrimiento del Dios-amor en el siglo XVI se abrió en el XX con el aliento profético de Pedro Arrupe hasta hoy mismo, con un espíritu que alcanza incluso hoy a la Santa Sede, con el providencial advenimiento del papa Francisco.

Ambos, Ignacio y Pedro,  coinciden en la esperanza, tan necesaria para nuestro mundo: “San Ignacio -escribe Arrupe- es un modelo y un inspirador de esperanza, de la verdadera esperanza que se basa sólo en Dios. Llegar a esa roca desnuda de la divinidad supone el esfuerzo y el trabajo de toda una vida. Ignacio se ha dejado purificar por el Espíritu, separándose de todo aquello que podía dar le una seguridad meramente humana: fuerza, poder, influjo, dinero. Y ha procurado buscar la verdadera imagen de las cosas y de los acontecimientos, separar lo humano de lo divino en la Iglesia, en su propia alma, en la obra carismática que realizó, dejando que Dios se le descubriera, a veces en la purificación de la noche oscura, y le penetrara hasta ladivisión del alma y del espíritu (Hebr., 4,12).

La herida le vino a Ignacio en plena juventud. A Pedro, al final de su vida, con la incomprensión de la Santa Sede y una postración de nueve años. De ambas, Dios sacó luz y esperanza. 

Ofrezco en esta señalada efemérides un nuevo vídeo, titulado Para qué vivimos”, que de forma sencilla y plástica presenta la gesta de Pedro Arrupe, y un libro biográfico y cercano sobre Ignacio de Loyola y los primeros jesuitas:“Para alcanzar amor”. Dos ventanas curativas para un mundo herido.

Volver arriba