Como el ciudadano del siglo XXI Tomás, el encerrado, no se aclara

Tomás, el encerrado, no se aclara
Tomás, el encerrado, no se aclara

El ciudadano de hoy rechaza el otro lado de la vida, ese “no sé qué queda balbuciendo” que solo algunos intuyen detrás de todo.

Los apóstole tienen miedo a los judíos, nosotros al coranavirus

No un happy end al estilo de Hollywood, sino al estilo de Jesús, que supera toda posible lógica humana.

El encerrado Tomás no se aclara. Los apóstoles estaban muertos de miedo. No se lo podían creer. Habían visto muchos latigazos, mucha sangre, mucho dolor y fracaso, la muerte de su líder, su mesías. Las apariciones eran confusas: lo veían los de Emaús y no se lo creían. La enamorada Magdalena entre lágrimas no lo reconocía. Pedro y los demás siguen atrancados. Tomás es como el ciudadano del siglo XXI: quiere constatación material, pruebas científicas, palpar, lógica de bolsa, bancos y multinacionales. Ha rechazado el mundo de lo invisible: solo son creencias, fantasías, elucubraciones. Rechaza el otro lado de la vida, ese “no sé qué queda balbuciendo” que solo algunos intuyen detrás de todo.

Ellos tienen miedo a los judíos, nosotros al coranavirus, por el que estamos encerrados. Este domingo –“el primer día de la semana”, dice la comunidad joánica- aparece Jesús de noche en medio de ellos. No entra por la puerta, surge en medio de ellos, en comunidad, que la primera lectura de los Hechos presenta como un ideal de estar juntos, de compartir.

Y él aparece resucitado, distinto, reconocible de otra manera, gracias sus llagas, los estigmas, las pruebas del Amor.

 Y sopla. Un aire que no se ve con ojos de tierra, porque solo es reconocible desde el Espíritu. A Tomás, al hombre de hoy, el espíritu no le sirve. Quiere dólares, euros, acciones, vuelos, coches, sociedad del bienestar, salidas de fin de semana, abrazos y besos, algo palpable. Por eso duda de todo.

Jesús no lo recrimina. Espera ocho días con paciencia y vuelve a aparecerse, no para culparle, no para castigarle, sino para liberarle. Y le viene a decir aquel dicho popular: “¿Qué te pasa? Eres de Jerez, que si no toca no ve”.  Le invita a palpar, a la comprobación física. Tomás ya no lo necesita. Ha visto las llagas del amor, ha comprendido que para creer no necesita palpar, sino escuchar el sutil lenguaje de su corazón.

“Por toda la fermusura –dice san Juan de la Cruz-, / nunca yo me perderé / sino por un no sé qué se alcanza por ventura”.

Ese no sé qué es el otro lado de la vida, lo invisible, que viene de la fe y los místicos ven con otros ojos. Lo  dice Pedro en la segunda lectura: “No habéis visto a Jesús y lo amáis”.

Somos felices, como Jesús nos dice, porque creemos sin ver. Sabemos que detrás de esta angustia mundial, esta tragedia de enfermedad y muerte, hay resurrección. No un happy end al estilo deHollywood, sino al estilo de Jesús, que supera toda posible lógica humana.

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