La verdadera religión hace hombres libres La libertad empieza dentro

La libertad empieza dentro
La libertad empieza dentro

El escalón básico para ser libre es tener acceso a la alimentación, la habitación, la salud, la cultura, la relación humana...

Tenía razón el padre Baltasar Gracián, que sufrió los sinsabores de la persecución por sus ideas, al decir que “no hay señorío mayor que la libertad de corazón”

Al cabo de los años he descubierto que libertad es responder a lo más hondo de mí mismo, al horizonte que llevo inscrito en mi interior

La verdadera religión hace hombres libres y quita los miedos. Permite leer de otra manera el universo

Es cierto que tenemos que vivir en el mundo de la manifestación, de la apariencia, que es temporal y cambiante, pero basta con contemplar ese no sé qué que hay detrás, algo no tornadizo que llevo dentro para ser libre en cualquier estado o condición.


Ante las próximas elecciones me pregunto una vez más: ¿Qué es libertad? ¿Poder elegir lo que quiero? ¿Poder expresarme, reunirme, votar, realizarme sin restricciones?


No voy a entrar en disquisiciones filosóficas sobre el término. Me interesa la vida. Por ejemplo, el escalón básico para ser libre es tener acceso a la alimentación, la habitación, la salud, la cultura, la relación humana. En este sentido, hay un tercio de la humanidad que no disfruta de las condiciones esenciales de la libertad.
Pero, cuando tienes un plato para comer, un lecho para descansar y un libro para leer, ¿eres libre?
Cuando el adolescente pide libertad, generalmente habla de poder “hacer lo que le dé la gana”. Este tipo de libertad, si se ejerce, suele acabar con el deterioro de la persona.


Personalmente tuve experiencias muy duras respecto a la libertad de expresión que me fue coartada en varias ocasiones de mi vida. En mi caso la palabra ha sido un sacramento de liberación. Tenía razón el padre Baltasar Gracián, que sufrió los sinsabores de la persecución por sus ideas, al decir que “no hay señorío mayor que la libertad de corazón”. O cuando Shakespeare confesaba a través de uno de sus personajes que “me pueden encerrar en una nuez, pero soy dueño de los espacios infinitos”.


En aquellos tiempos difíciles para la lírica y la libertad de expresión, especialmente en la Iglesia, felizmente superados con el papa Francisco, la creación literaria ha supuesto para mí nada más y nada menos que respirar nuevos aires de libertad, trasladarme a otros mundos abiertos, y recuperar de alguna manera los horizontes del mar de mi infancia, es decir la capacidad de ver y sentir a Dios en la vida, contemplándose en el espejo de su universo.


Pero hay un paso más. Al cabo de los años he descubierto que libertad es responder a lo más hondo de mí mismo, al horizonte que llevo inscrito en mi interior. La percepción mística (no hay que asustarse del término) es directa, no es un pensamiento, está más allá del pensamiento. A veces aparece entre dos respiraciones, al escuchar una música, al leer un poema, al contemplar un árbol. Es como si captaras el ser en el Ser. No por mucho razonar se encuentra la verdad y la libertad interior. Así sucede, por ejemplo, en los momentos claves de la vida: cuando te enamoras, te nace un hijo, en un momento de gran alegría o dolor.
No depende de que seas joven o viejo, guapo o feo, sano o enfermo: siempre eres.


La verdadera religión hace hombres libres y quita los miedos. Permite leer de otra manera el universo: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré”. La verdadera religión no es una moral, ni un puñado de dogmas, sino una actitud por la que te sientes parte de un Todo. ¡Cuántos oprimidos por el sentimiento de culpa, de raza, de género, de nación, de normas absurdas, de mil sectas!


Es cierto que tenemos que vivir en el mundo de la manifestación, de la apariencia, que es temporal y cambiante, pero basta con contemplar ese no sé qué que hay detrás, algo no tornadizo que llevo dentro para ser libre en cualquier estado o condición.


Eso no quita que haya que luchar por la libertad exterior, sobre todo contra la explotación de los más esclavizados de nuestro mundo.


Pero la verdadera libertad empieza siempre dentro, y esa nada ni nadie te la puede arrebatar, es el agua de la Samaritana que quita la sed y supera incluso la muerte, que “salta a la vida eterna”.

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