Segundo domingo de Adviento El peligro del maestro espiritual es creerse alguien (Adviento II)

El peligro del maestro espiritual es creerse alguien (Adviento II)
El peligro del maestro espiritual es creerse alguien (Adviento II)

Solo hay que asomarse a nuestro mundo. Detrás de cada noticia referente a la economía, los gobiernos y los partidos políticos aparece más que nunca el hecho abominable de la corrupción y con ella la hipocresía y su peor consecuencia: la injusticia

El profeta anuncia paz a través de la justicia y preferencia por los pobres y pequeños.

Sus rasgos son los propios del hombre sin ego, gracias a su desprendimiento y austeridad, con un mensaje: la "metanoia"

El encanto de Juan es que se trata de un hombre que no pesa, que se quita de en medio. El peligro del maestro espiritual, el predicador y el pastor es acabar por creerse alguien.

"Metanoia" no es un cambio a base de puños, sino de un deslumbrarse por amor o simplemente dejarse amar.

Solo hay que asomarse a nuestro mundo. Detrás de cada noticia referente a la economía, los gobiernos y los partidos políticos aparece más que nunca el hecho abominable de la corrupción y con ella la hipocresía y su peor consecuencia: la injusticia, fruto del egoísmo y causa del hambre, la desigualdad y la guerra.
Esto estuvo presente siempre en la historia de la humanidad, muy en concreto en el grito denunciador de los profetas. Este segundo domingo de Adviento la liturgia nos pone ante los ojos dos de los tres personajes típicos de Adviento: Isaías y Juan el Bautista.
La denuncia del primero se inscribe dentro de un mensaje positivo, el anuncio de la paz mesiánica, que se caracterizará por la justicia, en especial para los oprimidos, una equidad que se fundamenta en la verdad con imágenes elocuentes de convivencia entre lobo y cordero, pantera y cabrito, novillo y león, vaca y oso. Un cuadro de paz contra toda violencia y un frágil pastor niño bajo el soplo del Espíritu. El mismo espíritu del salmo 71: Paz a través de la justicia y preferencia por los pobres y pequeños.
El segundo profeta de este domingo es Juan el Bautista. Mateo nos lo sitúa al comienzo de la vida pública de Jesús para preparar en su relato el ambiente sociopolítico que le espera. En su punto de mira están los líderes responsables de la corrupción, la injusticia de su tiempo y la manipulación del pueblo; y frente a ellos la figura de Juan, hecho de raíces, la “voz que clama en el desierto”, que “prepara el camino al Señor”, el último profeta eslabón entre Antiguo y Nuevo Testamento. Sus rasgos son los propios del hombre sin ego, gracias a su desprendimiento y austeridad, con un mensaje: la "metanoia", el cambio, la conversión. Y términos en sus labios que luego va a utilizar Jesús con los fariseos: “raza de víboras”, “hacha”, “fuego” purificador.
El encanto de Juan es que se trata de un hombre que no pesa, que se quita de en medio. El peligro del maestro espiritual, el predicador y el pastor es acabar por creerse alguien. Juan desaparece, abandona todo protagonismo para señalar el camino y la meta de nuestra vida. Adviento en caminar aparcando mi yo; o más que caminar yo mismo, dejarme llevar en volandas por el amor que me transporta.
En el camino del Adviento hay sitio para todos, menos para los hipócritas. El bautismo de Juan es de arrepentimiento, el de Jesús de Espíritu Santo y fuego.
Ya no hay que cubrirse de saco, ni flagelarse, sino simplemente creer, una fe que proporciona la luz interior y por ella el gozo la fiesta y el banquete del amor. Es cierto que el Adviento tiene algo de desprendimiento, sí, el de mi yo pequeño caminante angustiado por lo material, el del ayer y el mañana y las preocupaciones inmediatas. Pero "metanoia" no es un cambio a base de puños, sino de un deslumbrarse por amor o simplemente dejarse amar. Decía Pedro Arrupe: “Aquello de lo que te enamoras te cambia la vida”. ¡Qué diferente es caminar poniendo el acento en nuestro vestido de saco de caminar, o más aún correr, enamorado!
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