En el espacio interior está la libertad ¿Es posible liberarse de los apegos?

¿Es posible liberarse de los apegos?
¿Es posible liberarse de los apegos?

Todos los maestros espirituales insisten que es necesario liberarse de los apegos. No lo intentes, es una tarea imposible, sobre todo por actos voluntarios, a base de puños. 

En primer lugar, si de algún modo puedes tomar conciencia de ese apego, has dado el primer paso para liberarte de él.

De pronto descubres un espacio interior, algo que te abre el alma, que no tiene nombre

El apego desaparece solo cuando tu “yo” experimenta, aunque sea un instante, que el todo es más grande que lo concreto.

a mayor parte de las veces es un fenómeno inconsciente. Incluso cuando has hecho una entrega total a Dios y crees que lo has dado todo. Pero no es así. Caes en la cuenta de que estás apegado cuando pierdes algo o temes perderlo. La vida, el tiempo y los años te van cercenando: un ser querido, una posesión, una facultad corporal, un trabajo. Por el sufrimiento, la angustia, el nerviosismo que se despierta en ti, descubres hasta qué punto estabas atado a ello.
Entonces, ¿cómo liberarse de los apegos? En primer lugar, si de algún modo puedes tomar conciencia de ese apego, has dado el primer paso para liberarte de él. Ver claro en donde te encuentras es como un fogonazo, una luz que inicia tu transformación.
Luego, cualquier día, sin pensar, en un momento de silencio, mientras paseas por la calle o te quedas fascinado por un paisaje, te sientas en la soledad de una iglesia, de pronto descubres un espacio interior, algo que te abre el alma, que no tiene nombre, que no se raciocina y carece de límites. Se trata de una quietud que supera todas y cada una de las cosas que componen tu vida.
Por tanto, no es un trabajo que tienes que hacer a base de actos voluntarios, porque en ellos la mente interfiere, y resulta un monte imposible de escalar con tu esfuerzo. El apego desaparece solo cuando tu “yo” experimenta, aunque sea un instante, que el todo es más grande que lo concreto. Desde ahí puedes querer a las personas, los acontecimientos, los logros de tu vida como caminos, no como fines. Puedes ser dueño de todo y vivir sin nada.
Es lo que dice Jesús cuando exclama: “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”. No te quedas en una estación, ni te identificas con tu equipaje, sino con la plenitud que ya eres. No tienes que ir a ninguna parte, has llegado, el reino estaba aquí, tu cielo era la alegría profunda del Ser al que perteneces.
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