"Cerré un momento los ojos, y era tu voz la que oía". Los solitarios del WhatsUp

 La frialdad y desconocimiento mutuo es que en un mundo hipercomunicado crecen como setas los solitarios, que buscan de continuo compañía en un teléfono móvil o un perro.

La consecuencia es que en medio de impactos prometedores de la publicidad y ofertas de amor y sexo de fin de semana estamos convirtiéndonos en una sociedad gélida, donde apenas nos hacemos compañía especialmente cuando se trata de los ancianos y solitarios.

Durante el reciente encuentro en Roma  promovido por el Pontificio Consejo para la Cultura y el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, que analiza “El Bien Común en la Era Digital”, el papa Francisco ha dicho a los participantes:  "El beneficio indiscutible que la humanidad puede obtener del progreso tecnológico dependerá de la medida en que las nuevas posibilidades a disposición, sean usadas en modo ético"

             Sabias palabras, porque las ventajas de la tecnología sin duda representan un avance, pero a veces hay que constatar hasta qué punto este progreso está separándonos más y deteriorando nuestra convivencia.

             Por ejemplo, los vecinos de antes eran casi de la familia. Se ayudaban, se regaban las plantas, se atendían en algún apuro desde la falta de azúcar a  llamar a una ambulancia. Hoy en la mayoría de las grandes ciudades son unos perfectos desconocidos. Valgan como botones de muestra las recientes noticias de personas encontradas muertas durante meses y a veces años incluso hasta la momificación sin que nadie se entere. Para remediarlo incluso están saliendo aplicaciones para que, a través del Smartphone, conozcas a tus vecinos.  Algo que antes era obvio y natural.

            El origen de esta frialdad y desconocimiento mutuo es que en un mundo hipercomunicado crecen como setas los solitarios. Otro índice significativo de este nuevo fenómeno es la multiplicación de perros. Como la convivencia se hace difícil, las parejas aguantan poco unidas y cada vez hay más familias monoparentales, se busca un animal que acompañe y no chiste. Para comunicarnos nos bastan las redes sociales, el email y sobre todo el WhatsApp: ¡la manera más fácil de hablar con alguien sin mirarse a los ojos y no “perder tiempo” con él!

            La consecuencia es que en medio de impactos prometedores de la publicidad y ofertas de amor y sexo de fin de semana estamos convirtiéndonos en una sociedad gélida, donde apenas nos hacemos compañía especialmente cuando se trata de los ancianos y solitarios. Es verdad que la soledad, cuando es elegida y desde una psicología madura, puede ser fecunda, como sucede con la soledad creadora del místico, el artista o el poeta. Pero como decía Gustavo Adolfo Becquer, “la soledad es muy hermosa…, cuando se tiene junto a alguien a quien decírselo”.

            El problema que analizamos aquí no es la soledad en sí misma ni los diversos tipos de soledad, sino la soledad impuesta por un modelo de sociedad tecnificada que ha postergado la tertulia de sobremesa, la charla en familia, el contacto directo con los amigos, vecinos, compañeros de trabajo, incluso la confidencialidad de pareja.

            La clave está no tanto en estar solo, sino el saber estarlo. Porque, si se vive en profundidad, nadie está realmente solo, pues el cosmos no existiría sin la intercomunicación de todas las cosas. Al fin de cuentas unos dependemos de otros. Lo que es necesario abolir y erradicar es un egoísmo devastador y además mal entendido. Pues solo el amor que hace salir de uno mismo nos desarrolla, solo el querer, aunque sea gratuitamente y sin palabras nos hace personas.

Soledad de soledades

¿y todo soledad? No.

Yo canto por soledades.

Y el cantar ya es compañía,

cerré un momento los ojos

y era tu voz la que oía.

            Quizás estos versos de Gerardo Diego nos ayuden a cerrar los ojos por unos instantes a la comunicación tecnológica y abrirlos a la presencia, aprender a comunicarnos en el silencio para volver a empalmar corazones desde lo hondo y superar la palabra hueca, los esmoticones y el frenesí del chat,  con la palabra llena de una relación cabalmente humana.

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